– Lo dudo.

– Queria que supieras la verdad. En el pasado he sido culpable de santificar a mi hermano. No tengo la menor duda de que en el parque de Wall, 11, aquel dia con George, hubo elementos autodestructivos. En cuanto a mi, hay poca cosa que revelar. Estoy decidida a aprovechar esta oportunidad que tenemos. Causar graves danos en la Bolsa, precisamente en ese sitio, de todos los que hay en el mundo. Sera un momento fantastico.

– Atacar el concepto mismo del dinero.

– ?Tu crees en el valor que tenga?

– La verdad es que si. El sistema. Las corriente secretas. Que parezcan un poco menos inviolables. Esa es la gran fuerza que tienen, como dijiste, o como dijo tu hermano, e incapacitarlos, aunque sea de manera pasajera, equivaldria a dar rienda suelta a todos los demonios.

– Anunciar terribles posibilidades.

– En eso creo -dijo el.

Llamo ella por su nombre al otro, a Luis. Asomo al umbral, llevaba una munequera de cuero muy complicada. Tenia la misma pinta que Lyle habia visto en las caras de miles de jovenes latinos en Nueva York, chicos a la entrada de los supermercados, a la espera de una compra para repartir, o moviendose palmo a palmo en el ritmico estremecimiento del metro, de un vagon a otro, una energia secreta, un segundo nivel de conocimiento, bien alimentado por las suspicacias, y por lo tanto negativo, tendente a la resistencia, peligroso. Estaba presente en sus ojos, la compleja inteligencia de la vida callejera. Uno aprende a sacar partido. Uno les hace pagar por el hecho de que su propia existencia les deprima.

– Quiere utilizar propano.

– Me he hecho con unas bombonas -dijo Luis-Son muy pequenas. Buen tamano para lo que queremos. Me he enterado de como van los polvos. Tenemos una buena mezcla. Luego se anade el propano de las bombonas.

– Una bola de fuego es lo que quiere.

– Cuando explota, del propano sale una bola de fuego. Asi se causan mas danos. Lo unico que tiene que hacer es meterme dentro y ensenarme un sitio donde lo pueda esconder. Lo hago yo, asi que exacto. Ningun cabo suelto, tio.

– ?Que tamano tendra todo eso? -dijo Lyle-. No te puedes presentar en el parque con una bolsa de la compra.

– Eh, tio que ya te lo he dicho. El tamano adecuado. Para lo que queremos, claro.

– Tiene reservas, Luis.

– Vamos a desvencijar ese sitio. No va a quedar titere con cabeza. ?Tu sabes que ruido hace el fuego cuando sale?

– Como si succionara el aire -dijo Lyle.

– Lo unico que tiene que hacer es meterme dentro.

– Luis tiene buenas manos. ?Verdad, Luis?

– Con las bombas la cosa cambia un poco. Me tomo mi tiempo.

– Tendrias que ver lo que hace, Lyle. Con las tarjetas de credito es el amo. A veces se le cruzan los cables, claro. Se lo estamos mirando.

– Voy a la biblioteca. Da igual que quieras hacer: cuando sabes como utilizar la biblioteca, todo esta ahi. Cada cosa en su sitio. Voy a la calle 40. Tienen ciencia por un tubo. Tecnologia, la que quieras.

– Luis tiene un paracaidas.

– Ya me parecia.

– ?De donde lo has sacado? Diselo a Lyle.

– Se lo robe en Jersey a una senora. Lo llevaba en el coche.

– Naranja y azul celeste.

– Yo lo vi en el maletero -dijo Lyle.

– Y una radio y una manta.

– Un vulgar ladron-dijo ella.

– Con un poco mas de tiempo, me habria llevado el propio coche.

– Cuando viene alguien, le dice que esta con el gobierno. Ven el paracaidas, que es como de la CIA. Le dice que lo tiene que tener a mano, es lo que Indica el manual.

– La CIA, tio. No veas.

– El manual contiene una pagina entera sobre como cuidar de tu paracaidas.

– Digo yo: eh, tio, esta noche no puedo salir contigo si piensas llevar a toda esa gente, porque en el coche no habra sitio para mi paracaidas.

– Tiene que tenerlo a mano en iodo momento.

– Lo pone en e? manual.

Luis salio por la ventana a la escalera de incendios. Lyle se asomo, viendolo trepar por la escalerilla de metal hasta el tejado. Estaba amodorrado. Dentro de noventa minutos tenia que estar de vuelta en su piso, para recoger sus cosas.

– ?Cuando lo hacemos?

– En dos dias a lo sumo todo estara listo.

– ?Que edad tiene?

– Treinta y dos.

– Pues parece mucho mas joven.

– Es que se lo curra. Se lo curra de mil maneras. Es muy rapido, se escabulle. Nunca te enteras de que se ha pirado, al menos si no lo buscas. No te creas forzosamente todo lo que dice. Le gusta inventarse un personaje sobre la marcha. No quiere que necesariamente confies en el, ni tampoco que lo respetes. Creo que le gusta parecer que es un poco idiota cuando no conoce a alguien. Es una estrategia.

– Se refiere a mi en tercera persona.

– Es su talante.

– Incluso cuando me mira a la cara.

– Luis ha vivido aqui la mitad de su vida. A ti, el te parece una cosa. A nosotros, otra. Tu imagen de nuestra unidad obedece a una percepcion especial. En realidad es una interpretacion. Ves un determinado corte desde un angulo determinado. Y todo lo coloreaba J., que en realidad ocupaba solo una region pequena y rutinaria de toda la operacion. Todo esto no lo sabes, claro.

– ?Cuantos mas hay?

– Sabes lo que tienes que saber.

– Ni mas, ni menos.

– Obviamente -dijo ella.

– Es buena politica, supongo.

– Es la manera de hacerlo.

– ?Debo creer a Luis cuando me dice que ha fabricado una bomba mirando las cosas en la biblioteca?

– Yo no creo que me creyera una cosa asi, Lyle. No.

– De nuevo su talante. Una tecnica.

– Luis viajo a Tapon y a Oriente Medio con mi hermano. Por el camino ha aprendido bastantes cosas.

– Y tiene un paracaidas.

– Lo del paracaidas te lo puedes creer. Yo me creeria lo del paracaidas.

Pasaron varios minutos. El ambiente cargado se torno un punto mas sereno. Lyle cambio de sitio, de la ventana a una silla proxima a Marina. El hincapie en el hecho de decir la verdad se hizo menos pronunciado, igual que el de las actuaciones, las estrategias, las seguridades. Luis no perjudico nada al marcharse. Tendria cuidado, Lyle tendria cuidado de no preguntar por la precisa naturaleza de la relacion existente entre Marina y Luis. Uno solo sabe lo que tiene que saber. Primer principio de la vida clandestina.

– ?Y a ti que te pasa?

– Yo desaparezco -dijo el.

– Sabran que fue tu invitado. Ese dia tuviste una visita. Le abriste la entrada del parque.

– Pero ya no estoy.

– Hay otra manera, claro. No seria preciso que Luis pusiera los pies en la bolsa. Tu mismo llevas el paquete. Lo dejas alli. De ese modo, no se te podria identificar con una segunda mano.

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