?Donde esta? Creia que estaba en Zurich, pero en el Baur me dijeron que se habia marchado hacia varios dias en coche con el senor Vidal-Pellicorne, y aqui… ?aqui lo necesitamos!
—Estamos en Praga…, pero, por el amor de Dios, calmese, amigo mio. ?Que ocurre?
—Su mujer y su prima Adriana han muerto… envenenadas por un
—?Envenenadas? Pero ?donde ha ocurrido eso?
—Aqui, claro. ?En el palacio!… Anielka queria celebrar con la condesa Orseolo su proxima toma de poder. Habia ordenado a Celina que les preparase una cena francesa… No pudieron terminarla.
—?Quiere decir que Celina las…?
—Si, y despues comio ella tambien
El telefono se puso de pronto a crepitar y Aldo no oyo nada mas, aparte de la voz de la telefonista del hotel:
—Lo siento, senor, debe de haber ocurrido algo…, una tormenta quiza…, pero se ha cortado la linea.
Aldo colgo tan violentamente que el aparato salto y cayo al suelo. Sin preocuparse de eso, se precipito a la habitacion de Adalbert, al que encontro instalado en la cama tomando un cremoso cafe vienes y envuelto en el humo de un aromatico cigarro. El arqueologo ofrecia tal imagen de placidez que Morosini casi sintio verguenza de turbar una felicidad tan bien ganada.
—Un dia precioso, ?en? —dijo Adalbert—. Hacia tiempo que no me sentia tan bien. ?Que hacemos hoy?
—Tu, no lo se, pero yo tomo el primer tren para Viena, donde pienso enlazar con el Viena-Trieste- Venecia.
—?Que pasa? ?Tu casa esta ardiendo?
—Casi. Tengo que volver cuanto antes.
En unas palabras, Aldo reprodujo su breve conversacion telefonica. Adalbert se atraganto con el cafe, tiro el cigarro y salto de la cama.
—Voy contigo. No pienso dejarte volver solo.
—?Y el coche? ?Vas a dejarlo aqui?
—Ah, es verdad. Mira, tu ve a tomar el tren. Yo pago el hotel, lleno el deposito de gasolina y me pongo en marcha. Nos encontraremos alli. La verdad es que no me molesta comprobar si puedo llegar antes que el ferrocarril.
—La carretera no es facil, asi que no cometas imprudencias, por favor. Ya tengo completo mi cupo de desgracias.
Se dirigia hacia la puerta cuando Adalbert lo llamo:
—?Aldo!
—?si?
—Puedes ser sincero conmigo. Que Anielka y la asesina de tu madre hayan muerto no debe de causarte una pena inmensa, supongo…
—Es verdad, pero lo de Celina es distinto. A ella la quiero, y la idea de que lo haya sacrificado todo por mi, incluso la vida…, eso me resulta… insoportable.
Un sollozo acompano la ultima palabra. Aldo salio precipitadamente de la habitacion y cerro la puerta tras de si. Diez minutos mas tarde, un taxi lo llevaba a la estacion.
Informado por el telegrama que Aldo habia enviado antes de marcharse del Europa, Guy Buteau lo esperaba en la estacion de Santa Lucia con el
Aldo nunca lo habia visto llorar. El dolor de aquel hombre refinado y cortes, siempre tan discreto, le encogio el corazon.
—?Es que… Celina ha…?
El maduro caballero se irguio secandose los ojos.
—No…, todavia no. Es casi un milagro… Se diria que esta esperando algo.
—Pero ?como ha pasado?
—Anielka, como le dije, habia invitado a su prima para celebrar lo que ella llamaba su toma de poder. Celina no hizo ningun comentario, pero me dijo que le gustaria que yo no estuviese presente. A mi me iba bien, porque Massaria me habia invitado a cenar en su casa. Envio a Livia al cine y a Prisca a casa de su madre porque, segun ella, para dos personas solamente ella y Zaccaria eran mas que suficientes. Despues del primer plato, que era una sopa de langosta, Celina empezo a quejarse de dolores «en sus interiores», como ella decia, y mando a su marido a la farmacia para que le comprara magnesia.
—A esas horas debia de estar cerrada.
—Exacto. Ella sabia que Franco Guardini le abriria, pero que eso llevaria un poco de tiempo. Al quedarse sola, fue a servir ella misma un magnifico