DESPUES DE LAS 23 HORAS; tres retretes, tambien con avisos en las puertas: SE RUEGA APAGAR LAS LUCES AL SALIR; si, y alli estaban: cuatro banos, con sus correspondientes avisos en las puertas: PROHIBIDO BANARSE DESPUES DE LAS 23 HORAS y, debajo, un desesperado apendice: SI LAS ALUMNAS CONTINUAN BANANDOSE DESPUES DE LAS 23 HORAS, SE CERRARAN LOS BANOS A LAS 22.30. ES NECESARIA CIERTA CONSIDERACION HACIA LAS DEMAS PARA LA VIDA EN COMUN. Firmado: L. MARTIN, DECANA. Harriet eligio el cuarto de bano mas grande. Habia otro aviso: NORMAS EN CASO DE INCENDIO, y una tarjeta con grandes mayusculas impresas: EL SUMINISTRO DE AGUA CALIENTE ES LIMITADO. SE RUEGA NO DESPERDICIARLA. Con una sensacion familiar de sometimiento a la autoridad, Harriet puso el tapon y abrio el grifo. El agua salia hirviendo, pero la banera necesitaba urgentemente una capa de esmalte y la alfombrilla habia visto dias mejores.
Cuando termino de banarse se sintio mejor. Volvio a tener la suerte de no encontrarse con nadie conocido al regresar a su habitacion. No estaba de humor para chismorreos nostalgicos en bata. Vio el nombre «Senora H. Attwood» dos puertas antes de la suya. La habitacion estaba cerrada, y lo agradecio. En la puerta contigua a la suya no habia nombre, pero mientras pasaba, alguien giro el pomo desde dentro, y empezo a abrirse lentamente. Harriet se refugio de un salto en su habitacion y noto que le latia el corazon con una absurda rapidez.
El vestido negro le quedaba como un guante. Llevaba un pequeno canesu cuadrado, con mangas largas y cenidas, suavizadas por un volante en las munecas que llegaba casi hasta los nudillos. Resaltaba su figura hasta la cintura y caia hasta el suelo, sugiriendo el atuendo medieval. La tela mate pasaba inadvertida, para no eclipsar el leve brillo del popelin del ropaje academico. Coloco los pesados pliegues de la toga sobre los hombros, hacia delante, para que quedaran como una estola, serenamente. Con la muceta tuvo que pelearse un poco, hasta que recordo como habia que colocarla a la altura del cuello para dejar al descubierto la brillante seda. Se la sujeto al pecho, sin signos visibles, para que quedara en su lugar, equilibrada, una hombrera negra y la otra carmesi. Agachandose e irguiendose ante el absurdo espejo (saltaba la vista que la mujer que ocupaba aquellos dias la habitacion era muy baja), ajusto el blando birrete para que quedase plano y derecho, con un extremo hacia abajo, en medio de la frente. El espejo reflejo su cara, bastante palida, de cejas negras que enmarcaban una nariz energica, demasiado ancha para resultar hermosa. Vio el reflejo de sus ojos, bastante cansados, desafiantes, unos ojos que habian visto el miedo y aun tenian una expresion cautelosa. La boca era la de quien ha sido generoso y se ha arrepentido de tanta generosidad; los anchos labios estaban apretados, para no revelar nada. Con el abundante pelo ondulado recogido bajo la tela negra, el rostro parecia dispuesto a entrar en accion. Fruncio el entrecejo y se paso las manos por la tela de la toga; despues, aburrida del espejo, se volvio hacia la ventana, que daba al patio viejo, aunque mas que un patio cuadrado era un jardin alargado, con los edificios del college alrededor. En un extremo habian colocado mesas y sillas sobre la hierba, a la sombra de los arboles. En el otro extremo, la nueva ala de la biblioteca, ya casi terminada, con las vigas al descubierto entre el bosque del andamiaje. Varios grupos de mujeres paseaban por el cesped. Harriet se irrito al observar que la mayoria llevaba el birrete mal puesto y que una de ellas habia cometido la estupidez de ponerse un vestido de color limon palido con volantes de muselina, que quedaba ridiculo bajo una toga.
Aunque, al fin y al cabo, los colores vivos son medievales, penso. Y las mujeres no son peores que los hombres. Una vez vi al viejo Hammond en la procesion de la
De repente se echo a reir, y empezo a sentirse segura. Nadie puede quitarme esto. Sea lo que sea lo que haya hecho desde entonces, esto se mantiene. Becaria; licenciada;
Salio con paso firme de la habitacion y llamo a la puerta al lado de la suya.
Las cuatro mujeres bajaron juntas al jardin, con lentitud, porque Mary estaba enferma y no podia andar deprisa. Y mientras caminaban, Harriet iba pensando: que error, que error he cometido… No deberia haber venido. Mary es un cielo, como siempre, y tiene unas ganas tremendas de verme, pero no tenemos nada que decirnos. Y a partir de ahora la recordare, siempre, como esta ahora, con esa cara demacrada y esa expresion de fracaso. Y ella me recordara a mi tal y como estoy ahora, endurecida. Me ha dicho que yo daba la impresion de haber triunfado, y yo se lo que eso significa.
Menos mal que Betty Armstrong y Dorothy Collins llevaban la conversacion. Una de ellas se dedicaba a la cria de perros; la otra tenia una libreria en Manchester. Saltaba a la vista que se habian mantenido en contacto, porque hablaban de cosas y no de personas, como quienes tienen intereses comunes. Mary Stokes (Mary Attwood de casada) parecia ajena a ellas, por la enfermedad, por el matrimonio, por -de nada servia cerrar los ojos a la verdad- una especie de estancamiento mental que no tenia nada que ver ni con la enfermedad ni con el matrimonio. Supongo que tenia uno de esos cerebros pequenos, como de verano, que florecen pronto y se agostan, penso Harriet. Ahi esta, mi amiga intima, hablandome de mis libros con una especie de dolorosa admiracion y cortesia. Y yo le hablo de sus hijos con una especie de dolorosa admiracion y cortesia. No deberiamos haber vuelto a vernos. Es espantoso.
Dorothy Collins interrumpio sus pensamientos con una pregunta sobre los contratos de las editoriales, y la respuesta las mantuvo ocupadas hasta que salieron al patio. Por el sendero se acercaba una briosa figura que se detuvo con un grito de bienvenida.
– ?Pero si es la senorita Vane! ?Que agradable verla despues de tanto tiempo!
Harriet se dejo acaparar agradecida por la decana, por la que siempre habia sentido gran afecto y que habia tenido la gentileza de escribirle en aquellos dias en los que lo que mas la ayudaba eran la bondad y la jovialidad. Conscientes del respeto debido a la autoridad, las otras tres siguieron andando; ya habian presentado sus respetos a la decana.
– ?Cuanto me alegro de que haya podido venir!
– He sido muy valiente, ?no cree? -replico Harriet.
– ?Vamos, vamos! -dijo la decana. Ladeo la cabeza y contemplo a Harriet con ojos brillantes, como de pajaro-. No debe pensar en eso. A nadie le importa lo mas minimo. No somos momias, como podria parecer. Al fin y al cabo, lo que de verdad cuenta es el trabajo que hace, ?no? Por cierto, la rectora esta deseando verla. Le ha encantado
– Muy mal, francamente -respondio Harriet-. En realidad, he venido para verla… pero mucho me temo que no va a servir de nada.
– ?Ah! -exclamo la decana-. Ha dejado de crecer. Supongo. Era amiga suya, pero yo siempre he pensado que era una cabeza de chorlito. Precoz, si, pero con poco teson. En fin, espero que la curen… Que pesadez de viento… No hay manera de mantener el birrete en su sitio. Usted lo lleva divinamente. ?Como lo consigue? Y he observado que las dos llevamos ropa como es debido debajo de la toga. ?Se ha fijado en Trimmer, con ese espantoso vestido amarillo canario que parece una pantalla de lampara?
– Si, era Trimmer, claro. ?Que hace?
– Ay, Dios mio, se dedica a la salud mental. La alegria, el amor y todo eso… Ah, ya decia yo que encontrariamos a la rectora aqui.
Shrewsbury College habia tenido suerte con las rectoras. En los primeros tiempos, le habia dado categoria una mujer de buena posicion social; en la epoca dificil, cuando luchaba por los titulos universitarios para las mujeres, estuvo bajo la tutela de una persona muy diplomatica, y ahora que habia sido admitido en la universidad, su conducta era aceptada gracias a una personalidad. La doctora Margaret Baring llevaba el rojo y el gris frances con donaire. Era una magnifica figura decorativa en todos los acontecimientos publicos, capaz de aliviar con tacto el pecho herido de los irascibles y afrentados profesores del genero masculino. Saludo a Harriet con gentileza y le pregunto que le parecia la nueva ala de la biblioteca, con la que se completaria el lado septentrional del antiguo patio. Harriet elogio lo que podia verse desde alli, dijo que supondria una gran mejora y pregunto cuando estaria terminada.
– Esperamos que antes de Pascua. Quiza la veamos a usted en la inauguracion.
Harriet dijo cortesmente que le encantaria, y al ver la toga del vicerrector revoloteando a lo lejos, se retiro discretamente para unirse a la multitud de antiguas alumnas.
Togas, togas y mas togas. A veces resultaba dificil reconocer a las personas al cabo de diez anos o mas. La