?Hey, colega, aqui, aqui! ?Dame a mi el currele!

Yo los mire con calma por encima.

– Bueno, tu, el de la mancha de mierda en el cuello de la camisa -senale-, da un paso al frente.

– Esto no es una mancha de mierda, senor. Es salsa de carne.

?Bueno, yo que se, capullo, tienes mas pinta de haber estado comiendo cagallones que saboreando roast beef!

?Ah, ?a ja ja ja! -se rieron los vagabundos-. ?Ah jajajaja!

– ?Bueno, ahora necesito cuatro buenos friegaplatos! ?Tengo cuatro perras chicas en mi mano. Las voy a lanzar al aire. ?Los cuatro hombres que me las traigan de vuelta, lavaran hoy los platos!

Lance las monedas al aire por encima de la chusma. Los cuerpos saltaron y cayeron al suelo, las ropas se desgarraron, se oyeron blasfemias, un hombre dio un alarido, hubo muchos punetazos. Luego los cuatro afortunados vinieron hasta mi, uno por uno, respirando fuertemente, cada cual con su monedita. Les di sus tarjetas de trabajo y los mande a la cafeteria de personal para que antes se alimentasen bien. Los otros vagabundos fueron bajando lentamente la rampa de camiones, salieron y se alejaron caminando por el callejon hacia la tierra baldia de los arrabales de Los Angeles, en domingo.

85

Los domingos eran cojonudos porque estaba solo, y no tarde en llevarme una botellita de whisky al trabajo. Uno de estos domingos, despues de una noche de borrachera brutal, la botellita mananera me dio la puntilla; perdi la nocion de todo. Aquella noche, al llegar a casa, tenia la vaga impresion de haber tenido una actividad algo inusual. Se lo dije a Jan a la manana siguiente, antes de irme al trabajo.

– Creo que ayer jodi la marrana. Pero a lo mejor son todo figuraciones mias.

Entre y fui a fichar en el reloj. Mi ficha no estaba en el panel. Me di la vuelta y fui a ver a la vieja que llevaba la oficina de personal. Cuando me vio parecio ponerse nerviosa.

– Senora Farrington, ha desaparecido mi ficha del reloj.

– Henry, yo siempre crei que eras un chico decente.

– ?Si?

– ?Es que ya no te acuerdas de lo que hiciste? -me pregunto, mirando nerviosamente a su alrededor.

– No, senora.

– Estabas borracho. Encerraste al senor Pelvington en el retrete de caballeros y no le dejabas salir. Le tuviste encerrado durante media hora.

– ?Que le hice?

– No querias dejarle salir.

– ?Quien es?

– El gerente de este hotel.

– ?Y que mas hice?

– Estuviste sermoneandole sobre como dirigir este hotel. El senor Pelvington ha estado en el negocio de hosteleria durante treinta anos. Le dijiste que las prostitutas debian ser hospedadas solo en el primer piso y que debian someterse a examenes medicos periodicos. No hay prostitutas en este hotel, Chinaski.

– Oh, ya lo se, senora Pelvington.

– Farrington.

– Senora Farrington.

– Tambien le dijiste al senor Pelvington que solo hacian falta dos hombres para descargar los camiones en vez de diez, y que cesarian las sustracciones si a cada empleado se le diera una langosta viva para llevar a casa cada noche, en una jaula especialmente construida que pudiera llevarse en autobuses y tranvias.

– Tiene usted un gran sentido del humor, senora Farrington.

– El guardia de seguridad no consiguio que soltaras al senor Pelvington. Le rompiste la gabardina, estabas frenetico. Fue solo despues de que llamaramos a la policia cuando le dejaste libre.

– ?Debo presumir que estoy despedido?

– Presumes correctamente, Chinaski.

Sali por detras de una pila de cestas de langostas. Cuando la senora Farrington dejo de mirarme, torci hacia la cafeteria de personal. Todavia tenia mi tarjeta de alimentacion. Podia tomarme un ultimo almuerzo de categoria. La comida era tan buena como la que les daban a los clientes en el piso de arriba y ademas te ponian mayores raciones. Agarre mi tarjeta y entre en la cafeteria, cogi una bandeja, cuchillo y tenedor, una taza y varias servilletas de papel. Me acerque al mostrador de la cocina. Entonces levante la mirada. Clavado a la pared detras del mostrador habia un pedazo de carton con una rotunda frase escrita en letras grandes:

NO LE DEN DE COMER A HENRY CHINASKI

Volvi a dejar la bandeja y los cubiertos sin que se dieran cuenta. Sali de la cafeteria. Atravese el patio de carga, luego sali al callejon. Me cruce con otro vagabundo.

– ?Tienes un cigarro, colega?

Saque dos, le di uno y yo tome el otro. Se lo encendi, luego encendi el mio. El se fue hacia el este y yo hacia el oeste.

86

El mercado de trabajo en granjas estaba entre la Quinta y la calle San Pedro. Tenias que presentarte alli a las 5 de la manana. Aun era de noche cuando llegue. Los hombres estaban ahi quietos, sentados o de pie, liando cigarrillos, hablaban poco. Todos aquellos 'lugares tenian siempre el mismo olor -olor a sudor rancio, orina y vino barato.

El dia anterior habia ayudado a Jan a mudarse a casa de un tio gordo, funcionario de hacienda, que vivia en Kingsley Drive. Me quede en el vestibulo fuera de su vista y observe como el tio la besaba; luego entraron juntos en el apartamento y la puerta se cerro. Sali y baje caminando por la calle solo, fijandome por primera vez en la cantidad de pedazos de papel volatineros y la basura acumulada cubriendo las aceras. Nos habian echado del apartamento. Tenia 2 dolares y ocho centavos. Jan me prometio que esperaria hasta que mi suerte cambiara, pero me resulto dificil creermelo. El funcionario de hacienda se llamaba Jim Bemis, tenia una oficina en Alva-rado Street y mucha pasta.

– Le odio cuando me folla -me habia dicho Jan. Ahora probablemente le estaba diciendo lo mismo acerca de mi.

Las naranjas y los tomates estaban apilados en cestas y aparentemente eran gratuitos. Cogi una naranja, mordi la piel y chupe el zumo. Habia agotado mi seguro de desempleo despues de que me echaran del hotel Sans.

Un tio de unos cuarenta anos se me acerco. Su cabello parecia muerto, de hecho no parecia un cabello humano, sino mas bien cordones de hilo. La potente luz que venia del techo le daba un aspecto cadaverico. Tenia lunares marrones en la cara, la mayoria acumulados alrededor de su boca. De cada uno surgian dos o tres pelos negros.

– ?Que tal? -me dijo.

– Bien.

– ?Te gustaria que te la chupase?

– No, creo que no.

– Estoy caliente, tio, estoy excitado. Lo hago muy bien, de verdad.

– Mira, lo siento, no me va.

Se alejo cabreado. Mire a mi alrededor en la gran nave. Habia unos cincuenta hombres esperando. Habia tambien diez o doce contratistas sentados en sus

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