Hasta ahora, el curso habia superado todas sus expectativas. Los participantes lo pasaban bien juntos, la mayoria eran de su edad, rondaban los veinte anos, otros eran mayores: uno de los americanos, Bruce, tenia cincuenta anos, e iba un poco a su aire. Les habia contado que trabajaba como informatico, pero que la arqueologia era su gran pasion. A la mujer britanica, que parecia un poco rara, Martina le calculaba unos cuarenta anos.
A Martina le gustaba esa mezcla de lugarenos y extranjeros. El ambiente dentro del grupo era escandaloso, pero cordial. A menudo, cuando los estudiantes bromeaban entre ellos a proposito de sus diferentes tecnicas de excavacion o de lo mal repartida que estaba la suerte a la hora de hacer algun hallazgo importante, el eco de sus risas resonaba por los alrededores. La pobre Katja, procedente de Gotemburgo, hasta ahora no habia extraido mas que huesos de animales, que habia a montones. Al parecer su cuadricula no contenia nada interesante, pero el trabajo habia que hacerlo igual. Asi que alli estaba ella sudando la gota gorda un dia tras otro sin encontrar nada de valor. Martina esperaba que Katja pudiera probar suerte pronto en otra cuadricula.
El curso de excavacion habia comenzado con dos semanas de clases teoricas en las aulas de la Universidad de Visby y continuaba luego con ocho semanas de excavacion en Frojel, en la costa oeste de Gotland. Teniendo en cuenta que Martina estaba muy interesada en el periodo vikingo, el curso no podia ser mejor. Probablemente, toda la zona que se extendia a su alrededor habia estado poblada en aquella epoca. Aqui, en diferentes excavaciones, se habian encontrado restos que iban desde el principio del periodo vikingo en el siglo IX hasta su decadencia, alrededor del ano 1100. La parte del yacimiento en la que trabajaban los participantes en el curso incluia un puerto, un asentamiento y varios enterramientos. Probablemente habia sido tambien un importante enclave comercial, a juzgar por todas las pesas y las monedas de plata que habian aparecido.
De repente Steven, que estaba en cuclillas en la cuadricula de al lado, grito y todos corrieron hacia alli. Estaba limpiando el esqueleto de un hombre y habia descubierto sobre el cuello un trozo de lo que el creia que era una fibula de bronce. Staffan Mellgren, el profesor que dirigia las excavaciones, se deslizo con precaucion dentro de la cuadricula y tomo un cepillo pequeno que habia en un cubo junto con otros utensilios. Retiro con cuidado los restos de tierra y al cabo de unos minutos consiguio sacar la fibula entera. Los estudiantes, reunidos alrededor del hueco, observaban fascinados como poco a poco iba saliendo a la luz la fibula perfectamente conservada. El entusiasmo del profesor se extendio entre los alumnos.
– ?Fantastico! -exclamo-. Esta muy bien conservada, el alfiler esta intacto y ?podeis ver aqui la decoracion?
Mellgren tomo un pincel aun mas pequeno y con pasadas suaves limpio los restos de tierra. Senalo con el mango la parte superior de la fibula.
– Lo que veis aqui sujetaba la camisa manteniendola en su sitio. Era la prenda mas fina que llevaba en contacto con el cuerpo. Si tenemos suerte, seguro que lleva tambien una fibula mas grande en el hombro. Solo hay que seguir buscando.
Asintio con la cabeza para animar a Steven, que se mostro orgulloso y contento.
– Trabaja con mucho cuidado y procura no ponerte demasiado cerca del esqueleto. Puede que haya mas.
Los demas volvieron al trabajo con renovadas fuerzas. La idea de encontrar pronto algo digno de mencion les daba energia. Tambien Martina siguio excavando. Al cabo de un rato llego el momento de ir a vaciar el cubo y se dirigio a una de las grandes cribas alineadas en el borde del area de excavacion. Vacio con cuidado el contenido del recipiente sobre la criba, que consistia en un cajon cuadrado de madera con una fina red de hierro en el fondo. El cajon estaba montado sobre un rodillo de hierro que facilitaba el movimiento de la criba. La chica agarro las asas de madera que habia a ambos lados y la movio con fuerza para que cayera la tierra y la arena. Era un trabajo duro y despues de agitar la criba durante unos minutos sudaba a mares. Una vez cribado lo peor, observo detenidamente los restos que habian quedado en la criba para no tirar nada de valor. Primero descubrio un hueso de animal, y luego otro. Habia tambien un objeto pequeno de metal, probablemente un clavo.
No podian tirar nada, tenian que guardar y documentar todo meticulosamente puesto que, despues de ellos, nadie podria excavar ya ese yacimiento. Cuando se excavaba un terreno, este quedaba «destruido» para siempre, por eso recaia sobre los arqueologos la responsabilidad de conservar todo cuanto pudiera tener valor para explicar como vivian las personas en aquel lugar.
Martina tuvo que tomarse unos minutos de descanso. Tenia sed y fue a buscar la botella de agua que guardaba en la mochila. Se sento sobre una caja de madera, a la que le habian dado la vuelta, se masajeo los hombros lo mejor que pudo y observo a los otros mientras recuperaba el aliento. Sus companeros de curso trabajaban concentrados, de rodillas, en cuclillas o tumbados en el borde de su cuadricula, buscando incansablemente en la tierra oscura.
Advirtio las miradas de Mark, pero fingio no darse cuenta. Su corazon pertenecia a otra persona y no queria que se hiciera ilusiones. Eran buenos amigos y eso era suficiente para ella.
Jonas, un chico muy simpatico del sur de Suecia que lucia un aro en la oreja y un panuelo pirata en la cabeza, observo que se estaba masajeando.
– ?Te duele? ?Quieres que te de un masaje?
– Si, gracias -respondio Martina chapurreando un poco en sueco. Hablaba solo un poco la dificil lengua de su madre y queria practicar, aunque todos sus companeros hablaban ingles con soltura.
Jonas era uno de sus mejores amigos dentro del grupo y lo pasaban muy bien juntos. Martina le agradecio el detalle, aunque suponia que no lo hacia solo por simple consideracion hacia ella. Las atenciones que recibia por parte de algunos hombres del grupo eran agradables, pero, en realidad, la traian sin cuidado.
Miercoles 30 de Junio
Conducia la furgoneta roja por el camino de grava tan deprisa que el polvo se arremolinaba a su paso. Era muy temprano, alrededor de las dos de la madrugada, y los primeros rayos del sol asomaban en el horizonte. El campo dormia, hasta las vacas tenian los ojos cerrados tumbadas unas junto a otras en los prados que iba dejando atras. La unica senal de vida la ponia algun que otro conejo saltando por los campos. Iba fumando y escuchando la radio. Hacia mucho tiempo que no se sentia tan satisfecho.
En el estrecho camino de grava solo habia espacio para un vehiculo. Aqui y alla, la calzada se ensanchaba para permitir el cruce con coches que vinieran en direccion contraria, las senales de trafico azules con una «M» pintada en blanco indicaban donde estaban. Maldita la falta que hacian. Aqui no se cruzaban nunca dos automoviles. Su granja estaba al final del camino, no se podia ir mas alla. No recordaba que hubieran recibido nunca una visita. Eso era algo sobre lo que no reflexiono nunca en su infancia, seguramente porque creia que todos vivian mas o menos como ellos. Aquella era la realidad que conocia, a la que se amoldo.
Cada vez que aparecia la casa de su infancia tras el ultimo recodo del camino, surgia, como por ensalmo, un acceso del antiguo panico: sentia una presion en el pecho, los musculos se le tensaban y le costaba respirar. Los sintomas remitian enseguida. Se preguntaba cuando lo superaria. Era como si el cuerpo, despues de todos aquellos anos, aun reaccionara por su cuenta, sin que el interviniera. Mas o menos como cuando tenia una ereccion, aunque no sabia por que.
La granja albergaba una vivienda de madera pintada de amarillo, que en su dia fue suntuosa, pero que ahora tenia la pintura desconchada. A un lado de la casa habia un viejo establo y al otro un pajar mas pequeno. Los restos del estercolero, en la parte trasera, recordaban los anos en que habian tenido animales en la granja. Los prados de los alrededores estaban ahora vacios, las ultimas cabezas de ganado se vendieron el ano anterior, tras la muerte de sus padres.
Aparco detras del pajar, una precaucion innecesaria en realidad, pero ya era una antigua costumbre. Abrio la puerta trasera, cogio el saco y cruzo deprisa el patio. La puerta del establo chirrio; alli dentro olia a cerrado. Del techo colgaban gruesas telaranas junto a tiras adhesivas cubiertas de motas negras, moscas muertas hacia mucho tiempo.
El viejo frigorifico seguia en su sitio, aunque llevaba mucho tiempo en desuso. Lo habia enchufado unos dias antes y se habia asegurado de que todavia funcionaba.
Cuando abrio la puerta lo golpeo el aire frio. El saco cabia sin problemas, cerro enseguida la puerta y frego cuidadosamente la nevera por fuera con jabon y una bayeta humeda. Nunca habia estado asi de limpia. Despues