El pitido no estaba dentro de mi cabeza.

En un momento dado de la noche, habia salido de la inconsciencia suficientemente como para trasladarme a rastras hasta el sofa y desplomarme en el. Ahora tenia frio, sentia la ropa humeda, necesitaba una docena de aspirinas.

A tientas busque el baston. Por supuesto, no estaba. Hice un esfuerzo para dejarme resbalar y arrastrarme hasta el telefono.

Lo descolgue y escuche.

– ?Vaya! No todo esta muerto en Pangbourne. ?Hablo con el doctor Theodore Sinclair?

La voz pertenecia a un hombre y era retumbante, rimbombante y complacida en si misma, una voz capaz de convertirse en diarrea verbal sin ayuda de diccionario.

– ?Quien es?

– Watmore… Digby Watmore. Supongo que lo he sacado de la cama.

– No. ?Que hora es?

– Las ocho y veinte… o por ahi. Miercoles. Usted dijo que dos o tres dias sin…

– ?Dos o tres dias sin que?

– … la senorita Ashenfelter en sus talones, para citar sus propias palabras. No vaya a decirme que lo ha olvidado. Tenemos un pacto.

Lo recordaba vagamente, como si fuera un hecho correspondiente a una encarnacion anterior.

– ?Cuando fue esto, Digby?

– El domingo por la noche. Y le aseguro que esos dos dias no me he dedicado a hacer picnic. Insisto, ?seguro que no lo he arrancado de la cama?

– ?Que ha pasado con la senorita Ashenfelter?

Profirio lo que me parecio un resoplido exasperado.

– Ha sido mi inseparable companera durante las ultimas cuarenta y ocho horas.

– ?Dia y noche, Digby?

– Le he puesto el sofa de mi estudio a su disposicion, pero ella prefiere pasar la noche hablando sin parar del caso Donovan.

Hice un oportuno bostezo.

– ?Ha resultado instructivo?

– El comentario esta fuera de lugar -dijo Digby, irritado-. Los hechos nos han desbordado, ?no le parece?

– Si, la verdad es que han ocurrido muchas cosas.

– Esta es precisamente la razon de que lo telefonee. Esta manana, al coger el Western Daily Press y enterarme del incendio de Bath, me he quedado helado. ?Lo ha leido?

– ?El periodico? No.

– ?Sabia lo del incendio? La casa de los Ashenfelter convertida en cenizas, la senora Ashenfelter muerta…

– Pues… si. Estaba en Bath.

Hubo una pausa de ofendido silencio.

– Bien, gracias por su amabilidad, Sinclair.

– ?Que?

– ?No podia llamarme? Usted me prometio una exclusiva. Dejemoslo ya… Yo soy un periodista, desde el principio al fin.

– En este caso, ha llegado el fin -dije, mientras sonreia porque me sentia mucho mejor. Quiza no habia sufrido lesiones cerebrales de caracter permanente.

– Se figura que es muy chistoso, ?verdad? -dijo Digby en un arrebato de furia para el que no me sentia preparado-. Escuche con atencion, Sinclair. Se perfectamente por que no me ha llamado. Usted lo tiene mas negro que el carbon. Tengo mis fuentes informativas. Usted vio ayer a Sally Ashenfelter y quiso asegurarse de que no hablaria con nadie. Quien la asesino fue usted.

– Usted se ha salido de madre.

Pero el continuo delirando:

– Tengo escrita la historia. Sera la noticia bomba del domingo. Asi que metase donde le quepa la exclusiva. Y cuando publique la historia, pienso llamar a la policia y le aseguro por mi madre que lo van dejar como unos zorros.

Colgue sin mas, fui a por el frasco de las aspirinas y seguidamente me puse en rapido movimiento.

Ducha, afeitado, cambio de ropa. Cafe solo. Mas cafe solo.

Para trasladarme de un lado a otro de la casa me ayudaba con un baston de ciruelo. Despues dedique preciosos minutos a la busqueda del habitual de ebano, maldiciendo a Harry mientras cojeaba a traves del humedo jardin y veia obstaculizada mi labor por causa de la bruma matinal que soportamos todos los que vivimos junto al rio. Antes de localizar el baston, que habia aterrizado en el espacio pavimentado situado delante de la glorieta, mis zapatos y los bajos de mis pantalones quedaron empapados. El puno de cuero era humedo al tacto pero, aun asi, lo preferia al baston de ciruelo.

Despues volvi a casa. Ya tenia una cosa mas para archivar en mi recuerdo.

Con anterioridad, mientras me afeitaba, habia tratado de desentranar el comportamiento de Harry. No me explicaba por que me habia atacado cuando ya no estaba amenazado y se encontraba camino de la salida. Yo habia dejado de ser un peligro para el. Casi nos habiamos dado la mano en senal de despedida en el momento en que salia.

Subitamente lo comprendi todo, se habia llevado el arma.

Me arrastre uno o dos minutos por la alfombra de la sala de estar y escudrine debajo de los muebles por si habia proyectado la pistola en algun rincon al desplazarse a tientas por la habitacion durante la noche. Pero no encontre nada.

El cerebro seguia funcionandome al noventa por ciento de su rendimiento, pero lo force a hacer ciertas deducciones. Harry sabia que el Colt era el arma del crimen. Habia descubierto que estaba en mi poder. Nada de lo que yo le habia contado habia hecho vacilar su convencimiento de que yo habia matado a Morton hacia un monton de anos, que habia tratado desesperadamente de borrar las huellas durante todo este tiempo y que habia dejado que Sally muriera entre las llamas del incendio. El arma constituia la prueba del delito. ?A que otro sitio podia llevarla si no era a la comisaria?

Y en caso de que Harry no consiguiera ponerme en manos de la policia, ahi estaba Digby para hacerlo. De un momento a otro, podia llegar el coche celular.

Me dirigi a la puerta.

La primera vez que quise poner el coche en marcha, no lo consegui. ?Vaya dia para dejarme en la estacada, el coche mas fiable que habia poseido en mi vida! Lo intente de nuevo y volvi a intentarlo tres o cuatro veces mas. Nada. De seguir insistiendo, acabaria agotando rapidamente la bateria.

Harry -?maldito imbecil!- debia haber hecho algo para inmovilizar el motor.

Sali trabajosamente y levante el capo.

No vi hilos desconectados, todos los contactos parecian en su sitio, la tapadera del distribuidor colocada, todo donde debia estar. No existia sabotaje. La situacion era el resultado de haber dejado el coche toda la noche a la intemperie en lugar de meterlo en el garaje. La neblina es peor que la lluvia en cuanto a dejar capas de humedad por todas partes.

Fui a buscar un pano, lo puse sobre el calentador de la cocina y me dedique a secar cuidadosamente todo el sistema de encendido. Volvi a poner en marcha el motor, a dar gas… pero el motor seguia ahogado. En el cine, cuando alguien tiene prisa, se mete en el coche y se larga. En la vida real puede no ser asi. Lance cuatro tacos, volvi a probar y consegui una respuesta tartajosa que fue perseverando hasta convertirse en el ruido normal del motor. Por fin podia marcharme.

No encontre ningun coche de la policia mientras remontaba el sendero con un ruido como el de una matraca. Muy pronto me encontre en la A4, en direccion al oeste. Aquella neblina, que yo creia local, persistio hasta Marlborough, dificultando mi avance, pero al mismo tiempo haciendo menos probable que me descubrieran si se daba por radio alguna orden sobre mi persona a los coches patrulla. Cerca de Devizes, en la A361, la niebla se disperso durante un tramo, pero volvio a interponerse rapidamente al dejar la ciudad.

Al poco rato me encontre en Somerset. Pronto estuve en Frome, pueblo profundamente encajonado entre dos

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