– Si, de metal, con un gorrion grabado, la insignia de Sparrow Hall. Y todavia hay mas -continuo Bullock-. Como sabeis, sir Hugo, esos botones solo los llevan las tunicas que pertenecen a profesores y a algunos estudiantes ricos. La mayoria visten con simples trajes de arpillera.

– Entonces, ?que es lo que pensais? -pregunto Corbett.

Bullock se puso en pie.

– Lo que creo es que se ha formado un aquelarre de brujos en la universidad que venera a los Senores de la Horca. La muerte de esos viejos mendigos esta relacionada con algunas de esas horribles practicas de brujeria, pero no tengo ninguna prueba de ello. El viejo Senex pudo haber encontrado aquel boton cuando le estaban dando caza o arrancarselo a su agresor mientras luchaba a vida o muerte. Sin embargo, su cadaver no es el unico que hemos encontrado esta manana. -Bullock tomo un sorbo de su copa de vino-. La noche pasada, antes de Visperas, William Passerel, el administrador, tuvo que huir de Sparrow Hall ante el abucheo de una multitud de estudiantes. No es ningun secreto que Ascham, a quien todos adoraban, escribio parte de su nombre en un trozo de pergamino mientras yacia moribundo en la biblioteca. Pero a lo que iba: Passerel huyo despavorido de la universidad y se refugio en el santuario de la iglesia de San Miguel. El padre Vicente, el parroco, le ofrecio cobijo, comida y bebida. La multitud se disperso, pero luego alguien entro en la iglesia y dejo una jarra de vino y una copa cerca de la verja que separa el coro de la nave. Passerel tomo un sorbo pero el vino estaba envenenado. Murio casi al instante.

– ?Como sabeis todo eso? -pregunto Corbett.

– La iglesia de San Miguel tiene una anacoreta, una vieja chalada llamada Magdalena. Ella pudo ver a la persona que se infiltro en la nave; en realidad, vio solamente una sombra. Vio como Passerel bebia y luego escucho sus alaridos. -Bullock se acerco a la puerta-. Vamos, os llevare abajo, a la camara mortuoria.

El baile los condujo a la camara, fuera de la casa del portero, a traves de un patio bullicioso. Bajaron por unas escaleras muy estrechas que parecian interminables hasta llegar a la bodega y a las mazmorras del castillo. Estaba oscuro como boca de lobo; solo algunas antorchas iluminaban con su llama parpadeante la estancia. Bullock los guio a lo largo de un pasadizo humedo y mohoso. Tras doblar una esquina, los hizo entrar en una habitacion que habia al fondo del pasillo. Abrio la puerta y un hedor agrio los asalto de pronto. El suelo estaba cubierto por un monton de paja humeda y maloliente. Unas velas gruesas y achaparradas y unas lamparas de aceite que desprendian un olor nauseabundo, colocadas sobre unas repisas daban un aire tetrico a aquella estancia abovedada. Cuando los ojos de Corbett empezaron a acostumbrarse a la luz, descubrio dos mesas, como esas que se encuentran en un matadero, en cada una de las cuales yacia un cadaver. Uno estaba cubierto por una sabana; solo se le veian los pies desnudos. El otro estaba tendido con solo un taparrabos. El hombre inclinado sobre el cadaver vestia igual que un monje, con una capucha y una toga. Ni siquiera levanto la vista cuando entraron y siguio frotando el rostro del cuerpo con un pano.

– Buenos dias, Hamell.

El hombre se volvio, echandose hacia atras la capucha y reclinandose sobre la mesa. Tenia el rostro de un amarillo cadaverico, alargado como el de un caballo, unos ojos de mirada afligida y una boca babosa. Su labio superior estaba cubierto por un bigote despeinado y mal cortado por un lado. Miro con ojos leganosos al baile.

– Les presento a Hamell, el forense de nuestro castillo.

– Que esta borracho -musito Ranulfo.

– No estoy borracho -les replico Hamell-. Solo he tomado un poco de cordial. Este es un trabajo inmundo. -Echo algunas bocanadas de su aliento a la cara de Ranulfo-. ?Han venido a reclamar el cadaver?

– Es el escribano del rey -explico Bullock.

– ?Dios nos asista! -exclamo Hamell-. Entonces el rey requiere el cuerpo, ?no? -Hamell se volvio a acercar al cadaver tambaleandose, con el pano humedo todavia agarrado en la mano-. Este esta mas muerto que mi abuela.

– ?Que provoco la muerte? -pregunto Corbett detras de sus espaldas.

– Yo no soy medico -balbuceo Hamell.

Senalo las cicatrices moradas en el estomago, el pecho y el cuello de la victima. La cara tenia un tono amarillento; los ojos se le salian de las orbitas y la boca estaba medio abierta, con la lengua fuera e hinchada.

– Tomo belladona -explico Hamell-. Ya habia visto otros casos anteriormente. Algunos la ingirieron de forma accidental -le indico a Corbett que se colocara al otro lado de la mesa-, pero el rostro y la lengua hinchada -senalo el tono descolorido de la piel- indican que tomo una gran cantidad. Es muy facil de preparar -anadio-, sobre todo si se mezcla con un vino fuerte.

– ?Y no hay otras heridas? -pregunto Corbett-. ?Otras marcas?

– Algunas cicatrices -respondio Hamell.

– ?Y el otro cadaver?

Hamell se volvio y retiro la sabana. Corbett retrocedio. Ranulfo maldijo por lo bajo y Maltote se retiro a una esquina a vomitar. El cuerpo de Senex tenia un color blanco, como el del vientre rancio de un bacalao, pero era la cabeza separada del cuello ensangrentado y colocada debajo de uno de los brazos lo que convertia su vision en una escena espeluznante.

– Todavia no la he cosido -explico Hamell sonriente-. Siempre lo hago.

Bullock, tapandose la boca con la mano, tambien se dio la vuelta.

– Y aseguraos de que lo haceis correctamente -gruno-. La ultima vez estabais tan borracho que la cosisteis al reves.

Corbett contemplo el cuello cortado y la sangre ennegrecida e incrustada que lo rodeaba, y reconocio el corte limpio de un hacha bien afilada realizado con gran fuerza.

– ?Cubridlo! -ordeno.

Hamell obedecio.

– ?Que le encontraron en la mano?

El forense senalo al otro lado de la mesa. Corbett, acercando una vela, examino con cuidado el guijarro sucio; luego cogio el boton de azofar, tenia grabada la figura de un gorrion.

– ?Puedo quedarmelo? -pregunto.

Bullock asintio. Corbett examino las manos de Senex, sus dedos frios y agrietados y las unas sucias y rotas. Aprecio que la mano derecha estaba mucho mas sucia que la mano izquierda. Luego observo lo mugrientas que estaban las rodillas.

– Debio de arrastrarse a cuatro patas -supuso Corbett- por el suelo. Su asesino debio de seguirle de cerca, levanto el hacha y entonces fue cuando probablemente perdio el boton. Pobre Senex, escarbando el suelo a su alrededor, debio de encontrarlo cuando el hacha le cayo encima. -Corbett se lo guardo en su zurron-. Bueno, Dios es testigo, senor baile, de que ya he visto demasiado.

Salieron de la camara. Maltote habia recuperado la compostura, a pesar de que su rostro estaba tan palido como el de un fantasma. Regresaron al patio, donde los esperaba el sargento que se habia dirigido en un principio a Corbett.

– Teneis mas visitas, sir Walter, de Sparrow Hall: el vicerregente. El senor Tripham y otros han venido a reclamar el cuerpo de Passerel.

El soldado senalo un carro que estaba cerca de la puerta de entrada.

– ?Donde estan?

– Los deje en la camara de la casa del guarda.

Sir Walter se froto los ojos.

– Vamos, sir Hugo.

Volvieron para encontrarse con las tres personas que los esperaban. Alfred Tripham, el vicerregente, estaba sentado en un banco y no se molesto en levantarse cuando el baile y Corbett entraron en la sala. Era alto y tenia un rostro austero y bien afeitado bajo una mata de pelo canoso. Alrededor de su boca fina se le marcaban unas arrugas bastante pronunciadas. Vestia un traje azul celeste, y la capucha y la toga estaban adornadas con remates de seda, propios de su estatus de profesor. Lady Mathilda Braose estaba sentada en el taburete del baile. Era bajita y rechoncheta, tenia el cabello fino y canoso y un rostro bastante corriente cubierto por un velo oscuro. Llevaba un abrigo gris encima de un vestido granate con botones que le llegaban hasta la garganta. Tenia unos brillantes ojos marrones, pero estaban ensombrecidos por unas ojeras. La expresion altanera de sus labios concedia a su rostro una mirada arrogante y burlona. Richard Norreys, que hizo las presentaciones, era un hombre mucho mas jovial y agradable; su rostro era redondo y lucia un bigote y una barba bien cuidados; el cabello, una mata de pelo rojo, se veia surcado por algunas canas. Su apreton de manos era firme y parecia dispuesto a complacer.

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