– Y a mitad de la noche, explota.
– Es lo mas decente, claro.
– No hay segunda mano.
– Piensalo -dijo ella.
El estudio su cara, un instante de pequenas complicaciones. Con los ojos, ella midio las lineas de referencia, tratando de adquirir una idea mas cabal de la situacion. De cara al compromiso buscaba, sin fin, el tacito abatimiento del yo del projimo, aunque el se percato de que ahi se estaba introduciendo una tenue excepcion. No todos los programas exigen una rigurosa adhesion a los codigos. Habia otros intercambios aun posibles, meditaciones mas dulces.
– J. dijo que tu y George…
– Cierto.
– Formaba parte de su planteamiento menos convincente. Me dijo que te habias acostado con George.
Paso un margen de tiempo. Se decidio que iban a tener trato sexual. Sucedio sin palabras, sin emanaciones de ninguna clase. El mero sentido de opciones llevaderas que Marina habia disuelto en el aire, quitando las posibilidades de morir. Ella parecio tomarselo como una condicion. Sexo: el cuerpo de ella a cambio del riesgo que el corria. No, tal vez no fuera una condicion. Una ecuacion se acercaria mas a la realidad. Un poco anticuado, ?si o no? Un poco ingenuo incluso. El no lo habia visto de ese modo (en realidad, no sabia como lo habia visto), pero se dio por satisfecho con que la interpretacion de ella acercase sus posturas.
El dormitorio estaba bastante oscuro, solo recibia luz indirecta. Desnuda, a el le parecio de una belleza grave. Ella le rozo el brazo, el recordo un instante en el coche, cuando ella le puso las manos en la cara y las botellas se estrellaban contra la acera, le recordo la extraneza que sentia, la fuerza angulosa de sus diferencias. Entre los dos, nada era lo mismo, nada compartian. Edad, experiencia, deseos, suenos. Estaban ambos a merced de la sorpresa escueta del otro, sin que coincidieran sus historias respectivas en ningun punto. Lyle cayo en la cuenta de que hasta ese momento no habia entendido la critica naturaleza de su implicacion, lo pesaroso de la misma. La realidad ajena de Marina, los secretos que nunca llegaria el a conocer, lo llevaron a ver en esa aventura algo mas que mera especulacion.
Tenia la cintura ancha, los pechos muy separados. Corpulenta en conjunto, falta de lineas definidas, las piernas macizas, tenia un poderio escultural, una belleza inmovil que a el la hacia sentir raramente fuera de contexto, inadecuado por su cuerpo magro, su piel clara. No era, asi pues, el remoto tenor de su personalidad lo que a el lo llevaba a la franja visible de lo que habia contribuido a ensamblar, las presiones y las consecuencias. El cuerpo de ella tambien hablaba. Para el era un misterio el modo en que esos pechos, la union de ambas piernas desnudas, pudiera llevarlo a sentirse mas hondamente implicado en alguna trama. El cuerpo de ella era «significativo», a saber como. Tenia una intensidad estatica, una «seriedad» que Lyle no alcanzaba a interpretar. Marina desnuda. Contra ese criterio, todo lo demas era una vacia justificacion, una coleccion de paginas centrales, silfides de cadena de montaje despojandose de sus sostencillos y leotardos.
Los dos estaban de pie, la cama mediaba entre ambos. La luz del respiradero, una mirada cegadora y perdida, introdujo un instante de definicion en el rostro claro y fuerte de ella. Era consciente del interes contemplativo que habia despertado en el. En un malentendido, se llevo las manos a los pechos. Tampoco tuvo importancia. Su cuerpo nunca estaria fuera de lugar, inexplicable como era de hecho, era un cuerpo capaz de asimilar la fallida comprension de Lyle. El la nutria mediante incrementos negativos. Un truco existencial.
Ella se arrodillo al borde de la cama. El contemplo las quietas divisiones que parecian contenerse en sus ojos, reproducciones secretas de la propia Marina. Intento, sin saber ni poder como imaginar lo que veia ella, como si asi sacara a la luz una verdad suprema sobre si mismo, una desmesurada afirmacion de su valia, conocimiento accesible solo para las mujeres cuya gramatica se le escapaba. En el instante en que ella lo miro a los genitales comenzo una ereccion.
En la cama, recordo al hombre del tejado. Esas cosas tienen su gracia. Inmerso en el acto sexual. Pone al descubierto la secreta sensacion que uno tiene de estar implicado en algo de una comica verguenza. Luis en el umbral con una pistola de repeticion. Se pregunto que significaba «de repeticion», por que habia pensado en ello, si tenia un sentido en facetas o estratos.
Se pasaron todo el rato haciendo el amor. Marina era una mujer abierta psicologicamente, compleja, pero tranquilizante. Al principio se movio con toda facilidad, arrastrandolo a el adentro, desmadejandolo, un ahondamiento en la concentracion de sus recursos, aferrandose a el, segmentos, trozos pequenos, pedazos de el. Midio las predisposiciones que el tuviera. Incluso se debatio un poco, reduciendolo a el a su propio cuerpo. El no podria haber precisado con un minimo de exactitud como fue esa fase. Marina parecia conocerlo. Sus ojos eran instrumentos de una suavidad inconcebible. Ante sus imperceptibles apremios el se sintio descender, sintio que ocupaba plenamente su propio cuerpo. Cada impulso pelvico tenia un tremendo sentido. El acoplamiento a la mas minima traccion de la carne. Se predispuso, aguzo el oido pendiente de todos los ruidos, los menores clics, las tensiones, el humedo batir de sus pectorales en contacto. Cuando termino desplomandose en e! extasis, una caida de fuerza descomprimida, se susurraron el uno al otro al oido, sin que mediara palabra, respirando olores y calor en crudo, sorbos de amor.
Lyle se vistio deprisa sin dejar de mirarla, recostada, la suavidad de la habitacion atenuada sobre el cuerpo de ella. Se oyo un ruido en el tejado, una contusion, alguien que salto desde una repisa mas alta. Cerro la mano en torno al tobillo de ella.
– ?Cria palomas Luis ahi arriba, o a lo mejor esconde los explosivos en una chimenea?
– Una bola de fuego es lo que haremos -dijo ella.
– Uuush.
Detuvo un taxi en la Avenida C. En su piso se cambio y volvio a salir a! cabo de un cuarto de hora, con la maleta ya hecha. Iba muy por delante de lo programado, anticipandose, y operaba desde un plan de viaje interior, el plan dentro del plan, algo que hacia como quien no quiere la cosa al viajar, creyente en los margenes, en las cantidades en exceso. Tomo un taxi hasta La Guardia, aliviado cuando estuvo lejos del piso, donde estaba sujeto a los intentos de comunicarse con el que hicieran los demas. El taxista tomaba cafe en un vaso de plastico.
Lyle pago su billete con una tarjeta de credito, viendo como la mujer de la consola introducia varios conjuntos de informacion. Habia pensado en viajar con nombre falso, pero llego a la conclusion de que no habia razon suficiente, y ademas queria eludir el presentarse asi de ridiculo ante alguien, quienquiera que fuese, que pudiera mostrar el menor interes por sus movimientos. Verifico que la maleta estuviera en orden y fue en busca de un sitio para tomar una copa. Aun no era de noche. Al otro lado de las pistas de aterrizaje y despegue, las estructuras mas altas de Manhattan quedaban dispuestas en campos de resina fosil, esa suciedad entre castana y amarillenta, propia de los cielos previos a que descargue la tormenta. Los edificios eran notables a esa distancia no tanto por su audacia, su llamativa pretenciosidad, como por las llamativas aspiraciones que invocaban, el humor ambarino, evocando parte del dolor y el asombro de las ruinas. Lyle no dejaba de palparse el cuerpo: llaves, billetes, dinero, etcetera.
Encontro un bar especializado en cocteles y se acomodo en la barra. Era un lugar absurdamente sombrio, como si pretendiera fomentar toda clase de intimidades improvisadas, e incluso que dos perfectos desconocidos se metieran mano. Era algo que a veces ocurria en los aeropuertos, algo que daba a los viajeros la posibilidad de adquirir lo que restase de las comodidades tangibles antes de despedirse de la tierra firme. De un altavoz en alguna parte salia musica de piano. Lyle se tomo dos copas, sin perder de vista el reloj. Cinco minutos antes de la hora de embarque salio a una cabina telefonica y marco el numero que le habia dado Burks. Al hombre que contesto la llamada le dio su propio numero a modo de identificacion. Luego le facilito la direccion de Marina, le dijo donde estaba aparcado su coche, le proporciono una descripcion fisica de Luis (Ramirez) y una idea general del tipo de artefacto explosivo que tenia previsto montar. El hombre dijo a Lyle que no se moviera de ese telefono. Que seguirian en contacto.
El 727 tomo tierra en el aeropuerto de Toronto. Dijo al de la aduana que iba a visitar a unos amigos, dos o tres dias nada mas. Alquilo un coche y condujo hacia el lago, decidido a pasar la noche en un motel llamado Green Acres. Comprobo la situacion en uno de los mapas que habia comprado, busco en el callejero adjunto, topo con los nombres de Parkside, Bayview, Rosedale, Glenbrook, Forest Hill, Mt. Pleasant, Meadowbrook, Cedarcrest, Thornwood, Oakmount, Brookside, Beech-wood, Ferndale, Woodlawn, Freshmeadow, Crestwood, Pine Ridge, Wulowbrook y Greenbriar.
Por la manana cogio el coche con rumbo suroeste, unos noventa kilometros, hasta un sitio llamado Brantford. Dejo el coche en un aparcamiento y echo a caminar. El pueblo era poco menos que un clasico, tan naturalmente