gentes sencillas del pueblo llevaban cintas y. gallardetes, trozos de tejidos brillantes, espejos pulimentados de piedra y otros elementos ornamentales. Cuando se dio cuenta de lo elaborada que iba a ser la funcion, Moshe Shiloah, antropologo aficionado de corazon, regreso corriendo al kibbutz para coger la camara y el magnetofon. Regreso, sin respiracion, en el justo momento en que se iniciaba el rito.

Y fue un rito glorioso: una enorme fogata, la picante fragancia de hierbas recien recogidas, algunos bailes de movimientos pesados y casi orgiasticos, y un coro de melodias duras, arritmicas y a veces de tonos agudos. Gyaymar y el alto sacerdote del pueblo ejecutaron un elegante canto antifonal, pronunciando largos melismas que se entrelazaban unos con otros y rociando a Seul con un fluido rosado de olor dulzon que extraian de un incensario de madera barrocamente labrado. Nunca he visto tan agitados a unos seres primitivos.

Pero la triste prediccion de Joseph demostro ser correcta; todo fue en vano. Dos horas de intenso exorcismo no ejercieron el menor efecto. Cuando termino la ceremonia —las ultimas senales de puntuacion fueron cinco terribles gritos pronunciados por el alto sacerdote—, el dybbuk seguia firmemente posesionado de Seul.

—No me habeis conquistado —declaro Joseph, con tono poco afable.

—Me parece —admitio Gyaymar— que no tenemos poder para mandar sobre un alma terrena.

—?Que haremos ahora? —pregunto Yakov Ben-Zion, sin dirigirse a nadie en concreto—. Han fracasado nuestra ciencia y su brujeria.

Joseph Avneri senalo hacia el este, donde se encontraba el poblado de los Hasidim, y murmuro algo confuso.

—?No! —grito el rabino Shlomo Feig que se encontraba cerca del dybbuk en ese momento.

—?Que ha dicho? —pregunte.

—No era nada —contesto el rabino—. Una tonteria. Esta larga ceremonia le ha dejado fatigado y su mente se extravia. No le presten atencion.

Me acerque mas a mi viejo amigo.

—Dime, Joseph.

—Dije —replico lentamente el dybbuk— que quizas deberiamos enviar a buscar al Baal Shem.

—?Tonterias! —volvio a decir Shlomo Feig, escupiendo.

—?Por que ese enojo? —quiso saber Shmarya Asch—. Usted, rabino Shlomo, usted fue uno de los primeros en defender el empleo de hechicheros kunivaru en este asunto. No siente el menor escrupulo en juntar extranos con medicos, y sin embargo se enoja cuando alguien sugiere que a su companero judio se le podria dar una oportunidad para sacar el demonio. ?Sea consecuente, Shlomo!

La fuerte expresion del rostro del rabino Shlomo se vio salpicada de rabia. Resultaba extrano ver tan excitado a este hombre tranquilo y siempre afable.

—?No quiero tener nada que ver con los Hasidim! —exclamo.

—Creo que se trata de una cuestion de rivalidades profesionales —comento Moshe Shiloah.

—El dar reconocimiento a todo eso —dijo el rabino— es aun mas supersticioso en el judaismo, porque es de lo mas irracional, grotesco, anticuado y medieval que existe. ?No! ?No!

—Pero los dybbuks somos irracionales, grotescos, anticuados y medievales —dijo Joseph Avneri—. ?Quien mejor para exorcizarme que un rabino cuya alma sigue enraizada en las antiguas creencias?

—?Prohibo eso! —espeto Shlomo Feig—. Si se llama al Baal Shem, yo… yo…

—Rabino —dijo Joseph, gritando ahora—, esto es una cuestion de mi alma torturada contra su ofendido orgullo espiritual. ?Acceda! ?Acceda! ?Traiganme a Baal Shem!

—?Me niego!

—?Miren! —grito entonces Yakov Ben-Zion.

La disputa se habia hecho repentinamente academica. Sin haber sido invitados, nuestros primos Hasidim estaban llegando en larga procesion a la pradera sagrada. Eran extranas figuras de aspecto prehistorico, vestidas con sus tradicionales tunicas largas, con sombreros de ala ancha, con pobladas barbas y rizos laterales; y al frente del grupo marchaba su tzaddik, su hombre santo, su profeta, su lider: Reb Shmuel, el Baal Shem.

Desde luego, no fue idea nuestra el traer con nosotros a los Hasidim, sacandolos de las humeantes ruinas de la Tierra de Israel. Nuestra intencion consistia en abandonar la Tierra, dejando atras todas sus lamentaciones, para empezar de nuevo en otro mundo, donde al fin pudieramos construir una duradera patria judia, libre por una vez de nuestros eternos enemigos, los gentiles, y libre tambien de los fanaticos religiosos existentes entre nosotros mismos y cuya presencia habia sido desde hacia tiempo un obstaculo a nuestra vitalidad. No necesitabamos misticos, ni extaticos, ni lamentadores, ni gemidores, ni saltarines, ni cantantes; solo necesitabamos trabajadores, granjeros, maquinistas, ingenieros, constructores.

Pero ?como podiamos negarles un lugar en el Arca? Se trato simplemente de su buena fortuna el que llegaran justo cuando haciamos los preparativos finales para nuestro vuelo. La pesadilla que habia oscurecido nuestro sueno durante tres siglos habia sido muy real: toda la patria yacia envuelta en llamas, nuestros ejercitos habian sido destrozados en emboscadas, los filisteos, blandiendo largos punales, asolaron nuestras devastadas ciudades. Nuestra nave estaba dispuesta para dar el salto hacia las estrellas. No eramos cobardes, sino simplemente realistas; resultaba estupido pensar que seriamos capaces de seguir luchando, y si tenia que sobrevivir algun fragmento de nuestra antigua nacion, solo podria hacerlo lejos de aquel amargo mundo. Asi es que estabamos dispuestos para marchar… y entonces llegaron ellos, Reb Shmuel y sus treinta seguidores, suplicando que los llevaramos. ?Como podiamos rechazarlos, sabiendo que sin duda alguna perecerian? Eran seres humanos, eran judios. A pesar de todos nuestros recelos, les permitimos subir a bordo.

Y entonces erramos por los cielos, ano tras ano, y luego llegamos a una estrella que no tenia nombre ?solo un numero?, y descubrimos que su cuarto planeta era dulce y fertil, un mundo mas feliz que la Tierra, y dimos gracias a Dios, en quien no habiamos creido, por la buena suerte que El nos deparo, y nos gritamos saludos de felicitacion los unos a los otros. ?Mazel tov! ?Mazel tov! ?Buena suerte! ?Buena suerte! ?Buena suerte!

Y alguien consulto un viejo libro y vio que, antiguamente, mazel habia sido una connotacion astrologica, y que en los tiempos de la Biblia no solo habia significado «buena suerte», sino tambien «estrella de la suerte», y asi denominamos Mazel Tov a nuestra estrella y descendimos sobre Mazel Tov IV, que iba a convertirse en el Nuevo Israel. Y aqui no encontramos enemigos: ni egipcios, ni asirios, ni romanos, ni cosacos, ni nazis, ni arabes; unicamente a los kunivaru, gente amable y de naturaleza simple, que estudiaron solemnemente nuestras explicaciones hechas con senas y que nos replicaron, tambien por senas, diciendonos: «bienvenidos, aqui hay mas tierra de la que nosotros necesitaremos jamas». Y asi construimos nuestro kibbutz.

Pero no teniamos el menor deseo de vivir cerca de aquellas gentes del pasado, los Hasidim, y ellos sentian un escaso amor por nosotros, puesto que nos veian como paganos, como judios sin Dios que eran peores que los gentiles, por lo que se marcharon para construir un fangoso pueblo propio. A veces en las noches claras escuchabamos sus fuertes canticos, pero por lo demas habia muy pocos contactos entre los pueblos.

Yo podia comprender la hostilidad del rabino Shlomo ante la idea de la intervencion del Baal Shem. Estos Hasidim representaban la parte mistica del judaismo, el lado dionisiaco oscuro e incontrolable, el esqueleto en la estructura tribal. Shlomo Feig podia extranarse o sentirse encantado con un rito de exorcismo realizado por centauros cubiertos de pelo, pero le resultaba penoso que unos judios tomaran parte en la misma clase de supernaturalismo. Tambien habia que considerar el triste hecho de que el razonable y sensible rabino Shlomo no contaba virtualmente con ningun seguidor entre los razonables y secularizados judios de nuestro kibbutz, por lo que el hasidim Reb Shmuel era mirado con respeto y se le consideraba como un trabajador milagroso, un vidente, un santo. Dejando a un lado los comprensibles celos y prejuicios del rabino Shlomo, Joseph Avneri tenia razon: los dybbuks eran vapores procedentes del reino de lo fantastico…, y lo fantastico era el reino de Baal Shem.

Era una figura enormemente alta, angulosa, casi esqueletica; mejillas flacas, una barba blanda y espesamente rizada y unos suaves ojos sonadores. Supongo que tenia unos cincuenta anos de edad, aunque si me hubieran dicho que tenia treinta, o setenta, o noventa, me lo hubiese creido. Su sentido de lo dramatico era inagotable; ahora que ya eran las ultimas horas de la tarde, adopto una posicion que dejaba el sol a sus espaldas ?de modo que su larga sombra se extendia sobre todos nosotros?, extendio sus manos hacia adelante y

Вы читаете El dybbuk de Mazel Tov IV
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×