dijo:

—Hemos recibido informes de que hay un dybbuk entre ustedes.

—?Los dybbuk no existen! —replico irritado el rabino Shlomo.

—Pero hay un kunivaru que habla con voz israelita, ?no es cierto? —pregunto el Baal Shem, sonriendo.

—Si, se ha producido una extrana transformacion —admitio el rabino Shlomo—, pero en estos tiempos, y en este planeta, nadie puede tomar en serio a los dybbuk.

—Querra decir que usted no podra tomarlos en serio —dijo el Baal Shem.

—?Yo si! —grito Joseph Avneri, lleno de desesperacion—. ?Yo! ?Yo soy el dybbuk! Yo, Joseph Avneri, muerto hace un ano, en el ultimo Elul, condenado por mis pecados a habitar una estructura de kunivaru. Un judio, Reb Shmuel, un judio muerto, un judio lastimero, pecador y miserable. ?Quien me sacara de aqui? ?Quien me liberara?

—?No hay ningun dybbuk? —pregunto el Baal Shem amablemente.

—Este kunivaru se ha vuelto loco —contesto Shlomo Feig.

Carraspeamos y nos apoyamos en otro pie. Si alguien se habia vuelto loco era nuestro rabino, al negar de ese modo un fenomeno que el mismo ?aunque de mala gana? habia reconocido como genuino, hacia tan solo unas horas. La envidia, el orgullo herido y la testarudez habian desequilibrado su buen juicio. Joseph Avneri, enfurecido, empezo a gritar el Aleph Beth Gimel, el Shma Yisroel, cualquier cosa que pudiera demostrar que era un dybbuk. El Baal Shem espero con paciencia, con los brazos extendidos, sin decir nada. El rabino Shlomo, situado frente a el, con su poderosa y robusta figura empequenecida por el Hasidim de piernas largas, sostuvo energicamente que tenia que haber alguna explicacion racional para la metamorfosis del kunivaru Seul.

Cuando finalmente Shlomo Feig guardo silencio, el Baal Shem dijo:

—Hay un dybbuk en este kunivaru. ?Acaso cree, rabino Shlomo, que los dybbuks dejaron de errar cuando se destruyeron los shtetls de Polonia? Nada se pierde a la vista de Dios, rabino. Los judios han ido a las estrellas; la Tora, el Talmud y el Zohar tambien han ido a las estrellas. Los dybbuks tambien pueden encontrarse en estos mundos extranos. Rabino, ?puedo traer la paz a este espiritu atribulado y a este debil kunivaru?

—Haga lo que quiera —murmuro Shlomo Feig con el ceno fruncido, alejandose lleno de disgusto.

Reb Shmuel inicio inmediatamente el exorcismo. Primero solicito a un minyan. Ocho de sus Hasidim avanzaron hacia el. Intercambie una mirada con Shmarya Asch y nos encogimos de hombros y tambien dimos un paso adelante, pero el Baal Shem, sonriendo, nos rechazo e hizo senas a otros dos de los suyos para que entraran a formar parte del circulo. Empezaron a cantar; para verguenza propia, no tengo la menor idea de lo que cantaron, porque las palabras eran yiddish de una especie de Galitzia, casi tan extranas para mi como la lengua de los kunivaru. Cantaron durante diez o quince minutos; los Hasidim se fueron animando, dando palmadas con las manos, danzando alrededor de su Baal Shem; de repente, Reb Shmuel bajo sus manos hacia los costados, silenciandolos, y empezo a recitar tranquilamente frases hebreas que, al cabo de un momento, reconoci como las pertenecientes al Salmo 91: «El Senor es mi refugio y mi fortaleza, y en El confiare».

El salmo fue avanzando melodiosamente hasta su final, con la promesa de liberacion y salvacion. Durante un largo rato, todo quedo en silencio. Despues, con una voz terrorifica ?no muy fuerte, pero tremendamente conminatoria?, el Baal Shem ordeno al espiritu de Joseph Avneri que se separara del cuerpo de Seul, el kunivaru.

—?Fuera! ?Fuera! ?En el nombre de Dios, sal y dirigete hacia tu descanso eterno!

Uno de los Hasidim entrego un shofar a Reb Shmuel. El Baal Shem se llevo a sus labios el cuerno de carnero y dio un solo y titanico soplido.

Joseph Avneri gimio. El kunivaru que le contenia dio tres pasos debiles y tambaleantes.

—?Oh, madre, madre! —grito Joseph.

La cabeza del kunivaru se echo hacia atras; sus patas delanteras golpearon directamente sus propios flancos, y cayo torpemente sobre sus cuatro rodillas. Un eon paso ante nosotros. Despues, Seul se levanto —en esta ocasion con suavidad, con la gracia natural de los kunivaru—, se dirigio hacia el Baal Shem, se arrodillo ante el y le toco la vestidura negra del tzaddik. Asi supimos que ya se habia hecho todo.

Instantes despues se desato la tension. Dos de los sacerdotes kunivaru se apresuraron a acercarse al Baal Shem, y despues Gyaymar, y a continuacion algunos de los musicos y finalmente toda la tribu se apretaba contra el, tratando de tocar al hombre santo. Los Hasidim parecian preocupados y murmuraban su inquietud, pero el Baal Shem, elevando su estatura sobre la apretada multitud, bendijo tranquilamente a los kunivaru, acariciando el denso pelaje de sus lomos. Tras unos minutos, los kunivaru iniciaron un canto ritmico, y tarde algun tiempo en darme cuenta de lo que estaban diciendo. Moshe Shiloah y Yakov Ben-Zion captaron su sentido al mismo tiempo que yo y nos echamos a reir, hasta que nuestras risas se desvanecieron.

—?Que significan sus palabras? —pregunto el Baal Shem.

—Estan diciendo —le informe— que han quedado convencidos del poder de tu Dios. Quieren convertirse en judios.

Por primera vez observe conmocionado en su postura y serenidad a Reb Shmuel. Sus ojos fulguraron ferozmente, y se abrio paso por entre la multitud de los kunivaru. Creando un pasillo entre ellos y acercandose a mi, me espeto:

—?Eso es absurdo!

—De todos modos, mirelos. Le rinden culto a usted, Reb Shmuel.

—?Yo rechazo su culto!

—Ha obrado usted un milagro. ?Les puede culpar por adorarle y sentir verdadera ansia por su fe?

—Que adoren lo que quieran —dijo el Baal Shem—, pero ?como pueden convertirse en judios? Seria una burla.

—?Que fue lo que le dijo usted al rabino Shlomo? —le pregunte, sacudiendo mi cabeza—. Que nada se perdia a los ojos de Dios. Siempre ha habido convertidos al judaismo; nunca les invitamos, pero tampoco les rechazamos si son sinceros, ?no es asi, Reb Shmuel? Incluso aqui, en las estrellas, hay una continuidad de la tradicion; y nuestra tradicion dice que no endurezcamos nuestros corazones para con aquellos que buscan la verdad de Dios. Esta es buena gente: permitales ser recibidos en Israel.

—No —dijo el Baal Shem—. Antes que nada, un judio debe ser humano.

—Muestreme donde dice eso en la Tora.

—?La Tora! Esta burlandose de mi. Antes que nada, un judio debe ser humano. ?Acaso se permitio a los gatos convertirse en judios? ?Y a los caballos?

—Estas gentes no son ni gatos ni caballos, Reb Shmuel. Son seres tan humanos como nosotros.

—?No! ?No!

—Si puede haber un dybbuk en Mazel Tov IV —observe—, tambien puede haber judios con cuatro patas y pelaje verde.

—No. No, no. ?No!

El Baal Shem ya no queria saber nada mas de esta discusion. Apartando de un modo muy poco santo las manos de los kunivaru que se extendian hacia el, reunio a sus seguidores y se marcho como una torre de dignidad ofendida, sin despedirse siquiera.

Pero ?como puede negarse la verdadera fe? Los Hasidim no ofrecieron estimulo alguno, de modo que los kunivaru acudieron a nosotros; aprendieron hebreo y les prestamos libros, y el rabino Shlomo les dio instruccion religiosa. A su debido tiempo y siguiendo su propia forma, los kunivaru se convirtieron al judaismo. Todo esto sucedio hace anos, en la primera generacion despues de la Llegada. Ahora, la mayoria de quienes vivieron aquellos tiempos ya han muerto —el rabino Shlomo, el Baal Shem Reb Shmuel, Moshe Shiloah, Shmarya Asen. Yo era entonces muy joven. Ahora se muchas cosas mas, y si no estoy mas cerca de Dios de lo que jamas estuve, quizas El se ha acercado mas a mi. Como carne y mantequilla en la misma comida, y aro mi tierra en el Sabbath, pero esas son viejas costumbres que tienen muy poco que ver con las creencias, o con la ausencia de fe.

Tambien nos sentimos mucho mas cerca de los kunivaru de lo que estabamos en aquellos primeros tiempos. Ya no parecen ser criaturas extranas, sino simplemente vecinos cuyos cuerpos poseen una forma diferente. Los mas jovenes de nuestro kibbutz se sienten especialmente atraidos hacia ellos. El ano pasado, el ultimo rabino Lhaoyir, un kunivaru, sugirio a algunos de nuestros jovenes que acudieran a

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