un vendaje.

Durante un cuarto de hora, las catapultas no descansaron. Al doceavo intento, una carga acerto el nido de la ametralladora, reduciendola a un silencio definitivo. De los cuatro fusiles ametralladores, tres fueron neutralizados, y el ultimo debio encasquillarse, pues ceso de tirar. Nuestros hombres atacaron, y a costa de dos heridos alcanzaron las lineas enemigas, capturando tres prisioneros. Los demas lograron escapar.

Mientras nuestros pelotones de reconocimiento avanzaban con prudencia, regamos el castillo de granadas. Hubo una decena de tiros acertados. Con curiosidad segui la trayectoria de las seis primeras del modelo superior. Esta vez los muros cedieron y una ala se hundio.

Un rapido interrogatorio de los prisioneros nos informo de la fuerza enemiga. Sus perdidas eran de 17 muertos y 20 heridos. Quedaban como defensores del castillo unos 50 hombres. Nuestra primera victoria nos aportaba dos fusiles ametralladores, una ametralladora de 20 mm. intacta y municiones en abundancia. Nuestro pequeno ejercito ceso, en un momento, de ser una broma. Aguardando la vuelta de los exploradores, continuamos el riego del castillo, en el que se declaro un incendio.

Al fin, los exploradores regresaron. La segunda linea enemiga, a 200 m. del castillo, estaba compuesta de trincheras, con tres ametralladoras y un cierto numero de fusiles ametralladores. El viejo Boru, despues de su informe, anadio:

— Me pregunto que querian hacer con todas estas armas. No podian prever lo que ha ocurrido. Sera necesario informar a la policia.

—?Pero, hombre, ahora la policia somos nosotros!

—?Toma, es verdad! Esto simplifica las cosas.

Beuvin nos acompano hasta la colina, estudio minuciosamente el paisaje y pidio a Miguel, excelente dibujante en sus ratos perdidos, un croquis de los alrededores.

— Vosotros permanecereis aqui, con dos hombres y la artilleria. Yo me llevo a los demas, con las catapultas y la ametralladora. Me llevo tambien tres proyectiles de senalamiento. Cuando los veais, cesad el fuego. La linea enemiga esta situada en esta pequena altura, bordeando el jardin. ?Tirad con acierto!

—?Os llevais a Massacre?

— No, se queda aqui. Es el unico cirujano de este mundo.

— Bien. ?Pero acuerdese de que usted es ingeniero!

Arrastrando la ametralladora y las catapultas, la tropa partio. Yo ordene a la artilleria iniciar el fuego sobre las trincheras. Durante tres cuartos de hora, a la cadencia de dos granadas por minuto — era menester economizar las municiones, no teniamos mas que 210 granadas, ?y la fabrica habia hecho prodigios! — , estuvimos salpicando al enemigo. Desde nuestro observatorio, faltos de prismaticos, no pudimos apreciar los danos con precision. En general, el tiro era bien agrupado sobre la mitad y las dos extremidades, donde se nos habia senalado la presencia de ametralladoras. Estabamos en la salva 33, cuando nuestra ametralladora comenzo a tirar. La granada 45 acababa de explotar justamente en la cima de la colina, cuando vi montar la columna de humo de una granada de senales. — ?Alto el fuego!

Al otro lado del castillo se produjo un tiroteo. Los nuestros atacaban tambien aquel sector. Note con alivio la ausencia de armas automaticas. Durante veinte minutos, la batalla se mantuvo al rojo vivo, acentuada por la explosion de las granadas y el rumor sordo de las cargas de catapulta. Al fin se hizo el silencio. Nos observamos, con ansiedad, en muda interrogacion sobre el exito del ataque y cuales serian nuestras perdidas.

Saliendo por el bosque, aparecio un guardia, esgrimiendo una nota. Bajo la pendiente y llego hasta nosotros.

— Esto marcha — nos dijo, jadeando.

Nos entrego un mensaje. Febrilmente, Miguel lo desplego y leyo en voz alta: «Hemos forzado las lineas, 5 muertos y 12 heridos. Fuertes perdidas enemigas. Unos veinte hombres se han atrincherado en el castillo. Tomad un camion y llevadnos caballetes lanzagranadas y al doctor. Deteneos en la casa del guarda jurado. Tened cuidado, puede haber elementos enemigos emboscados».

Encontramos a Beuvin en la casa del guarda.

— El asunto ha sido breve, pero de interes. Sus granadas dieron un excelente resultado — dijo a mi tio—. Sin ellas… y sin sus catapultas… — anadio, volviendose a mi.

—?Quien ha muerto de los nuestros?

— Tres obreros: Salavin, Freux y Roberto. Dos campesinos, cuyo nombre todavia desconozco. Tenemos tres heridos graves en la habitacion de al lado.

Massacre fue alli inmediatamente.

— Nueve heridos sin gravedad, entre los cuales estoy yo mismo — mostro su mano izquierda vendada—: una explosion en la base del pulgar.

—?Y entre ellos?

— Muchos muertos y heridos. Las tres ultimas salvas cayeron de lleno sobre sus trincheras. Vengan a verlo.

Realmente habia sido un «buen trabajo». La artilleria no lo hubiera hecho mejor (o peor). Al levantar la cabeza, una rafaga de balas nos recordo la prudencia.

— Han conseguido llevarse una ametralladora ligera y un fusil ametrallador. Senor Bournat, ensene usted a estos dos hombres el manejo de sus caballetes de lanzamiento.

— No es necesario, voy yo mismo.

—?No voy a consentir que se exponga!

— Hice toda la campana de Italia en el ano 43. Estos no son peores que los «Fritz» de Hitler. En segundo lugar, hay pletora de astronomos. Y tercero, soy comandante de la reserva, y usted no es mas que teniente. Vamos, ?puede usted retirarse! — termino, bromeando.

— De acuerdo. Pero sea usted prudente.

Los lanzagranadas fueron dispuestos en bateria, a unos 200 m. escasos del castillo. La temible residencia estaba muy maltrecha. Toda el ala derecha, incendiada. Puertas y ventanas habian sido protegidas con barricadas. Sobre el cesped, un armatoste decrepito y ennegrecido era lo que quedaba del lujoso coche de Honneger.

—?Que ha sido de nuestras muchachas? — pregunto Miguel.

— Uno de los prisioneros afirmo que habian sido encerradas en una cava de recias bovedas, desde el comienzo del combate. La senorita Honneger no parece compartir las ideas de su familia. Segun parece ha sido tambien encerrada por haber intentado advertirnos de lo que tramaban su padre y su hermano. Apunte usted sobre la puerta y las ventanas — dijo, dirigiendose a mi tio.

Saludados por una rafaga cada vez que levantabamos la cabeza, apuntalamos los caballetes.

Mi tio puso el contacto electrico. Un suave deslizamiento, una explosion violenta.

—?Diana!

Una segunda salva enfilo las aberturas asi creadas; las granadas estallaban en el interior. La ametralladora se callo. Tres salvas siguieron. Detras nuestro, las ametralladoras escupieron sus rafagas entre las ventanas destruidas. Un brazo paso a traves de una escotilla, bajo el techo, agitando una tela blanca.

—?Se rinden!

En el propio interior del castillo hubo una serie de disparos. Aparentemente, los partidarios de la lucha a ultranza y los de la rendicion disputaban. La bandera blanca desaparecio, despues volvio a aparecer. Los fusiles callaron. Recelosos, no abandonamos las trincheras, pero cesamos el fuego. A traves de la puerta destruida aparecio un hombre con un panuelo desplegado.

— Acercate — ordeno Beuvin.

Obedecio. Era rubio, muy joven, pero tenia los rasgos estirados y los ojos hundidos.

—?Si nos rendimos, salvaremos la vida?

— Sereis juzgados. Si no os rendis, todos habreis muerto antes de una hora. Entregadme a los Honneger, y salid al jardin, brazos en alto.

— Carlos Honneger ha muerto. A su padre, lo hemos tenido que maniatar, pero esta vivo. Ha disparado contra nosotros, cuando hemos izado la bandera blanca.

—?Y las muchachas?

— Estan en la casa, con Ida, la senorita Honneger y Magdalena Ducher.

—?Sanas y salvas?

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