con los errores de los estudiantes al confundir formas proximas, que una vista habituada distinguia inmediatamente.

Llegado el mes de julio, y habiendo terminado los examenes, me disponia, con mi hermano Pablo, a pasar unas vacaciones en casa de nuestro tio Pedro Bournat, director del observatorio ultimamente construido en los Alpes, cuyo espejo gigante de 5,5 m. de apertura iba a permitir a los astronomos franceses luchar en pie de igualdad con sus colegas americanos. Mi tio era secundado en sus trabajos por su colaborador, Roberto Menard, un hombre de cuarenta anos, algo apagado, pero de gran sabiduria, y por un ejercito de astronomos, matematicos y tecnicos, los cuales estaban ausentes, ya que se encontraban en comision de servicio o en vacaciones, cuando se produjo el cataclismo. En aquel momento, no tenia a su lado mas que a Menard y a sus dos alumnos Miguel y Martina Sauvage, a quienes yo todavia no conocia. Miguel murio hace seis anos y Martina, vuestra abuela, me dejo, como ya sabeis, hace solamente tres meses. En aquella epoca, yo estaba muy lejos de imaginar los sentimientos que iban a unirme a ellos. A decir verdad, satisfecho de estar con mi tio y mi hermano — Menard no contaba en absoluto— y debido a mi temperamento solitario, les imagine como huespedes molestos, a pesar, o mejor quiza, a causa de su juventud: Miguel tenia entonces treinta anos y Martina veintidos.

Fue exactamente el 12 de julio de 1975, a las cuatro de la tarde, cuando tuve noticia de los primeros signos anunciadores del cataclismo. Terminaba de hacer mis maletas, cuando llamaron a la puerta. Fui a abrir y me encontre con la visita de mi primo Bernardo Verilhac, geologo como yo. Tres anos atras, habia formado parte de la primera expedicion Tierra-Marte. El ano anterior habia vuelto a marchar.

—?De donde vienes ahora? — le pregunte.

— Hemos dado una pequena vuelta, sin escala, mas alla de la orbita de Neptuno. Como un cometa.

—?En tan poco tiempo?

— Pablo ha perfeccionado positivamente nuestra vieja astronave, «Rosny». ?Ahora alcanza con facilidad los 2.000 km. por segundo!

—?Que tal fue?

—?Magnifico! Hemos tomado un monton de fotos esplendidas. Pero la vuelta ha sido dificil.

—?Accidente?

— No. Nos hemos desviado. Pablo y Claudio Rommier, el astronomo de a bordo, lo explican por la incursion de una enorme masa material, pero invisible, deslizada en el sistema solar. Tambien es cierto que Sigurd no comparte esta opinion y que Ray Mac Lee, nuestro periodista, cree que los calculos de la vuelta se realizaron despues de celebrar con exceso el paso de la orbita neptuniana.

Consulto su reloj.

— Las 4 y 20. Debo marchar. ?Felices vacaciones! ?Cuando vendras con nosotros? Proximo objetivo: los satelites de Jupiter. Por cierto que habra trabajo para dos geologos, como minimo. Alli tendras un buen tema para la tesis, bastante nuevo al menos. Volveremos a hablar de ello. Tengo la intencion de pasar a ver a tu tio este verano.

Cerro la puerta tras el. Jamas volveriamos a vernos. ?Mi viejo Bernardo! Seguramente ha muerto. Tendria ya noventa y seis anos. Sostenia, por cierto, que los marcianos poseen el secreto para doblar la vida de los hombres. Quiza vive aun, en algun lugar del Espacio. Si hubiera sabido lo que debia acontecerme, no me habria abandonado.

Con mi hermano tome el tren aquella misma noche. Al dia siguiente, hacia las cuatro de la tarde, llegamos a la estacion de… no importa el nombre, no lo tengo anotado y no puedo acordarme de el. Era una estacion pequena e insignificante. Nos aguardaban. Apoyado en un coche, un hombre joven, rubio y mas alto que yo, hizo senas. En seguida se presento.

— Miguel Sauvage. Vuestro tio se excusa de no haber podido venir, ya que se halla retenido por un urgente e importante trabajo.

—?De nuevo con las nebulosas? — pregunto mi hermano.

— Con las nebulosas, no. Mejor en el Universo. Ayer noche, yo quise fotografiar Andromeda, a causa de una «supernova» que habiamos descubierto. Hice el calculo para enfocar el gran telescopio y, afortunadamente, por curiosidad, eche un vistazo por la mirilla, el pequeno anteojo que se regula paralelamente al gran «tele». ?Andromeda no estaba! ?La encontre… a 18 grados de su posicion normal!

— Es curioso — observe, vivamente interesado—. Bernardo Verilhac me dijo ayer…

—?Ha regresado? — corto Miguel.

— Si, atravesaron la orbita de Neptuno. Me dijo que sus calculos resultaron falsos, o que algo, a la vuelta, les habia desviado de su ruta.

— Esto interesara mucho al senor Bournat.

— Bernardo pasara este verano por el observatorio. Entre tanto, voy a escribirle pidiendo detalles.

Mientras estabamos hablando, el coche corria con rapidez por el valle. Una via ferrea seguia la carretera.

—?El tren llegara hasta el pueblo?

— No, es la linea construida recientemente por la fabrica de metales ligeros, que nos ha sido cedida. Afortunadamente toda la instalacion es electrica. En otro caso, habria sido forzoso desplazarla, o desplazar el observatorio.

—?Es importante esta fabrica?

— Trescientos cincuenta obreros, de momento. Su numero doblara, como minimo.

Tomamos la carretera en espiral que subia al observatorio, situado en la cima de un pequeno monticulo. A sus pies, en el valle, el pueblo se encaramaba graciosamente. Algo mas elevada se extendia la aglomeracion de la industria y las casas prefabricadas del personal. Una linea de alta tension se perdia a lo lejos, detras de las montanas.

— Proviene de la presa construida especialmente para la fabrica. Nos suministra tambien la corriente — explico Miguel.

En la base misma del observatorio se levantaban las casas de mi tio y sus ayudantes.

—?Como ha cambiado en dos anos! — observo mi hermano.

— Esta noche seremos muchos a cenar: vuestro tio, Menard, vosotros dos, mi hermana y yo, Vandal, el biologo…

—?Vandal! Nos conocemos desde ninos. Es un viejo amigo de la familia.

— Esta aqui con uno de sus colegas de Academia, el celebre cirujano Massacre.

— Un nombre curioso para un cirujano — bromeo mi hermano Pablo—. Francamente no me dejaria operar por el.

— Te equivocas. ?Es el cirujano mas habil de Francia y probablemente de Europa! Tenemos tambien con nosotros a un amigo y discipulo suyo, el antropologo Andres Breffort.

—?Breffort, el que ha investigado sobre los patagones? — pregunte.

— El mismo. Como veis, la casa es grande, pero bien poblada.

Tan pronto como llegamos, penetre en el observatorio y llame a la puerta del despacho de mi tio.

—?Entre! — grito.

—?Ah! eres tu —dijo, suavizando el tono de voz. Se levanto del sillon, desplegando su gigantesca estatura, y me estrecho en un feroz abrazo. Lo veo todavia, con su cabello y sus cejas grises, los ojos como carbon y su enorme barba de ebano en abanico sobre su chaleco.

Un timido «Buenos dias, Sr. Bournat» me obligo a dar media vuelta, Alli estaba de pie delante de su mesa, el insignificante Menard, con todos sus papeles plagados de signos algebraicos. Era un hombrecito con barba de chivo y una inmensa frente llena de arrugas. Bajo esta mezquina apariencia se ocultaba alguien capaz de hablar doce idiomas, de extraer raices inverosimiles y para quien las mas aridas especulaciones matematicas y de fisica trascendental eran tan familiares como, para mi el contorno de las cercanias de Burdeos. En estas materias, mi tio, observador e investigador admirable, no le llegaba a la suela de los zapatos; pero compenetrados dominaban completamente la Astronomia y la Fisica Nuclear.

El teclear de una maquina llamo mi atencion hacia otro angulo.

— Es verdad — dijo mi tio—. Olvide presentarte. Senorita, mi sobrino Juan, una mala pieza que jamas ha sabido sumar correctamente. ?La verguenza de la familia!

— No soy el unico — proteste—. Pablo no es mejor que yo.

— Es cierto — admitio—. ?Y pensar que su padre hacia malabarismos con las integrales! La raza pierde. En

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