fin, no seamos injustos con lo que son. Juan sera un excelente geologo y espero que Pablo realizara un buen estudio sobre los asirios.

—?Los hindues, tio, los hindues!

—?Es igual, son de la misma ralea! Juan, te presento a Martina Sauvage, la hermana de Miguel, nuestra ayudante.

—?Como esta usted? — me dijo, tendiendome la mano.

Algo embobado, yo se la estreche. Esperaba encontrar una rata de laboratorio, con lentes y nariz puntiaguda. En cambio, alli estaba una muchacha bien formada, como una estatua griega, cabellos largos y tan negros como rubio era su hermano, la frente algo caida quizas, pero con unos ojos esplendidos gris-verde y un rostro de una regularidad desesperante, tanta era su perfeccion. No podia decirse que fuera bonita. No, era bella, mas guapa que ninguna mujer que yo hubiera visto nunca.

Me estrecho familiarmente la mano y se enfrasco de nuevo en sus calculos. Mi tio me llevo aparte.

— Veo que Martina ha causado impresion — bromeo—. No falla nunca. Imagino que se debe al contraste con este lugar. Y ahora excusame, pero es necesario que termine el trabajo antes de cenar, para estar preparado para las observaciones de esta noche. Como ya sabes, carezco todavia de personal. Cenamos a las siete y media.

—?Es importante este trabajo? — pregunte—. Miguel me ha informado de que ocurren extranos fenomenos…

—?Extranos fenomenos! ?Querras decir que toda la Ciencia se va por los suelos! Escucha esto: ?Andromeda, a 18 grados de su posicion normal! Una de dos: o bien esta nebulosa se ha desplazado, en cuyo caso, dado que anteayer estaba en su sitio, habria alcanzado una velocidad fisicamente imposible: o bien — y esta es mi opinion al igual que la de mis colegas de Monte Palomar— su luz ha sido desviada por algo que anteayer no estaba alli. Y no solamente la suya, sino la de las estrellas situadas en la misma direccion, la de Neptuno y quiza tambien… Existe una hipotesis, no del todo absurda; tu sabes, o mejor dicho, tu ignoras que la luz es desviada por los campos de gravitacion intensa. Todo ocurre como si una enorme masa hubiera hecho su aparicion entre nosotros y Andromeda, en el interior del sistema solar. ?Y esta masa es invisible! Parece una locura, un imposible, pero es cierto. — Bernardo me explicaba que a la vuelta de su ultima expedicion…

—?Le has visto? ?Cuando?

— Ayer.

—?Que dia regreso?

— Anteayer por la noche, precisamente despues de atravesar la orbita de Neptuno. Y me dijo que se habian desviado al regresar. — ?Cuanto? ?Y como?

— No se lo pregunte. Su visita fue una exhalacion. Vendra por aqui este verano.

—?Este verano! ?Conque este verano! Prepara un telegrama ordenandole que venga inmediatamente con sus companeros y el diario de a bordo. El hijo del jardinero lo llevara a Telegrafos. ?Esto puede ser la solucion del enigma! ?Este verano, tiene gracia! ?Vamos, muevete! ?Aun estas por aqui?

Me eclipse y redacte el telegrama, que Benito llevo corriendo, al pueblo. Nunca sabre si Bernardo lo recibio.

Despues me fui a la casa de mi tio, donde encontre a los invitados. Primero a Vandal, de quien yo habia sido alumno cuando preparaba mi licenciatura: alto y encorvado, de plateada cabellera, aun cuando apenas contaba con cuarenta y cinco anos. Me presento a su amigo Massacre, pequeno y moreno, de gestos elocuentes, y a Breffort, de buena planta, huesudo y taciturno.

Puntualmente, a las siete y veinte, llegaron mi tio y su comitiva. Y a las siete y media estabamos en la mesa.

Exceptuando a mi tio y a Menard, visiblemente preocupado, todos estabamos alegres incluso Breffort, que nos explico con ironia las dificultades que tuvo para evitar un matrimonio realmente honorifico, pero poco agradable, con Ona, la hija de un jefe de la Tierra de Fuego. Por mi parte, estaba fascinado a causa de Martina. Cuando estaba seria, su bello rostro reposaba como un marmol frio, pero cuando sonreia, sus ojos centelleaban, sacudia su abundante cabellera inclinando ligeramente la cabeza y, en verdad, que estaba aun mas guapa.

No goce mucho tiempo de su compania aquella noche. A las 8.15 horas, mi tio se levanto y le hizo una sena. Salieron con Menard y, a traves de la ventana, vi como se dirigian hacia el observatorio.

II — EL CATACLISMO

Pasamos a la terraza para tomar el cate. El atardecer era suave. El sol poniente enrojecia las elevadas montanas, sobre el Este. Miguel hablaba del descredito en que habian caido los estudios de astronomia planetaria desde que, segun su expresion, la mision Pablo Bernadac habia iniciado la marcha «sobre el propio terreno». Despues Vandal nos puso al corriente de los ultimos hallazgos en biologia. Se hizo de noche. Una media luna brillaba encima de las montanas, las estrellas centelleaban.

El relente nocturno nos forzo a entrar en el salon. Las luces estaban apagadas. Yo estaba sentado frente a la ventana, al lado de Miguel. Todos los detalles de este atardecer los tengo grabados, a pesar de los anos, en mi memoria. Veia la cupula del observatorio destacando a contra luz, flanqueada de pequenas torres, albergue de las lentes accesorias. La conversacion se habia escindido en apartes, y yo hablaba con Miguel. Sin saber por que, me sentia feliz y ligero. Tenia la impresion de pesar muy poco y estaba tan comodo en mi sillon como un buen nadador en el agua.

En el observatorio, se ilumino una pequena ventana, se apago, volvio a iluminarse.

— El jefe necesita de mi —dijo Miguel—. Voy para alla.

Consulto su reloj fosforescente.

—?Que hora es? — le pregunte.

— Las 11.36 horas.

Se levanto y, ante su estupefaccion y la nuestra, este sencillo gesto le proyecto contra el muro, a unos tres metros largos.

—?Pero… si no peso nada!

Yo me levante tambien y, a pesar de mis precauciones, me fui de cabeza contra la pared.

—?Estamos apanados!

Aquello fue un concierto de exclamaciones de sorpresa. Durante unos instantes, revoloteamos por la sala como polvo barrido por el viento. Todos percibimos la misma sensacion angustiosa, un vacio interior, un vertigo, la perdida casi total del sentido del equilibrio. Agarrandome a los muebles, llegue hasta la ventana. ?Parecia una pesadilla!

Las estrellas bailaban una zarabanda desenfrenada, como cuando se reflejan sobre una agitada ola. Palpitaban, se agigantaban, se apagaban, reaparecian, se deslizaban de un lugar para otro.

—?Mirad! — grite.

— Es el fin del mundo — gimio Massacre.

— Realmente parece el fin — me susurro Miguel. Y note como sus dedos se incrustaban en mi espalda.

Baje los ojos, fatigados por el baile estelar.

—?Las montanas!

?Las cimas de las montanas desaparecian! Las mas proximas estaban aun intactas, pero las del fondo a la izquierda habian sido cortadas limpiamente, como el tajo de un cuchillo en el queso. ?Y aquello se precipitaba sobre nosotros!

—?Mi hermana! — grito Miguel con una voz ronca, y se abalanzo hacia la puerta.

Le vi trepar torpemente, a grandes zancadas de mas de diez metros cada una, por el sendero del observatorio. Con el cerebro vacio, mas alla del mismo miedo, yo registraba el progreso del fenomeno. Era como una gran navaja que se nos echaba encima, una navaja invisible, debajo de la cual todo desaparecia. ?Aquello duro, quizas, veinte segundos! Oia las exclamaciones apagadas de mis companeros. Vi a Miguel arrojarse dentro del Observatorio. ?De repente, este desaparecio! Tuve tiempo justo para ver como unos centenares de metros mas abajo, la montana cortada a pico mostraba sus estratos como en un diagrama geologico, iluminada por una

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