— Pocos estragos. Sabe usted, estas casas prefabricadas son ligeras y hacen bloque. En la fabrica, algunas maquinas arrancadas. Mi mujer tiene unos cortes poco profundos. Es nuestro unico herido — contesto Beuvin.

— Tenemos entre nosotros un cirujano. Vamos a mandarlo al pueblo.

Despues, volviendose hacia Miguel y a mi:

— Ayudadme. Me voy a la casa. Martina, lleva a Menard. Senores, vengan con nosotros.

Cuando llegamos a la casa vimos que Vandal y Massacre habian trabajado con eficacia. Todo estaba nuevamente en orden. Mi hermano y Breffort reposaban en sendas camas. Massacre preparaba su maletin.

— Voy a bajar — dijo—. Debe haber trabajo para mi.

— En efecto — corroboro mi tia—. Estos senores vienen de alli; hay muchos heridos.

Me sente cerca del lecho de Pablo.

—?Que tal va, muchacho?

— Bien, apenas un ligero dolor en la pierna.

—?Y Breffort?

— Tambien mejora. Ha vuelto en si. No es de la gravedad que se podia temer.

— En este caso, voy a bajar al pueblo — dije.

— Esto es — dijo mi tio—. Miguel, Martina y Vandal id tambien con el. Menard y yo cuidaremos de aqui.

Nos marchamos. Por el camino pregunte a los ingenieros.

—?Se conoce la extension de la catastrofe?

— No, hay que aguardar. Primeramente ocupemonos del pueblo y algunas granjas vecinas. Despues, si acaso, podemos ir mas lejos.

La calle principal era intransitable, a causa de las casas derruidas. Las otras calles, perpendiculares, en cambio se conservaban practicamente intactas. Los mayores danos culminaban en la Plaza Mayor, donde la alcaldia y la iglesia no eran mas que un monton de escombros. Mientras llegabamos, estaban liberando el cuerpo del alcalde. Entre los que prestaban auxilio observe a un grupo, cuya accion era la mejor coordinada. Al instante un hombre se separo de ellos y vino hacia nosotros.

—?Refuerzos, al fin! — dijo alegremente—. ?Con lo que nos hacian falta!

Era joven, vestido con un mono azul, mas bajo que yo, de robusta complexion; debia poseer una fuerza poco comun. Bajo sus cabellos negros, unos ojos grises, agudos, brillaban en un rostro de rasgos acusados. La simpatia que entonces senti por el debia transformarse mas tarde en amistad.

—?Donde estan los heridos? — pregunto Massacre.

— En el salon de fiestas. ?Es usted medico? ?Su colega no va a dolerse de que le eche usted una mano!

— Soy cirujano.

— Es una suerte. ?Eh! Juan Pedro, acompana al doctor a la enfermeria.

— Voy con usted — dijo Martina—. Le ayudare.

Miguel y yo nos juntamos a los que despejaban el terreno. El joven a que antes me referi hablaba con animacion a los ingenieros. Despues volvio con nosotros.

— Fue dificil convencerles de que su primer trabajo debia consistir en suministrarnos, si era posible, agua y electricidad. ?Querian trabajar en los escombros! Si ahora no utilizan sus conocimientos, ?cuando lo haran? Por cierto, ?cual es vuestra profesion?

— Geologo.

— Astronomo.

— Perfectamente, esto puede sernos muy util mas tarde. De momento hay cosas mas urgentes. ?A, trabajar!

— Mas tarde, ?por que?

— Imagino que sabeis que no estamos ya en la Tierra. ?No es necesario estar doctorado para darse cuenta! No deja de ser divertido. Ayer eran ellos que me daban las ordenes; hoy, en cambio, soy yo quien fija la tarea a los ingenieros.

—?Como te llamas? — pregunto Miguel.

— Luis Mauriere, contramaestre de la fabrica. ?Y vosotros?

— Este es Miguel Sauvage; yo, Juan Bournat.

— Entonces tu eres familia del viejo. ?Es un buen elemento!

Mientras estabamos hablando comenzamos a despejar los escombros de una casa. Se nos unieron dos obreros.

— Atencion — dijo Miguel—. Oigo algo.

Bajo el monton de ruinas se percibian debiles llamadas.

— Dime, Pedro — pregunto Luis a uno de los obreros—. ?Quien ocupaba esta casa?

— Madre Ferrier y su hija, una bonita chavala de dieciseis anos. Aguarda; un dia fui a su casa. Aqui tenian la cocina. ?Ellas deben estar en esta otra habitacion!

Nos indicaba una pared mitad destruida. Miguel se inclino, gritando a traves de los intersticios:

—?Animo! Venimos a buscaros.

Todos escuchabamos con ansiedad.

—?Rapido! ?Rapido! — contesto una voz joven y angustiada.

A toda prisa, pero metodicamente, escarbamos un tunel entre los destrozos, apuntalandolo con los objetos mas inverosimiles: una escoba, una caja de herramientas y un receptor de radio. Media hora mas tarde las llamadas cesaron. Continuamos, redoblando nuestros esfuerzos, aceptando el riesgo, y pudimos al fin salvar a tiempo a Rosa Ferrier. Su madre habia muerto. Hablo con detalle de este salvamento, entre tantos otros realizados aquel dia, con exito o sin el, porque Rosa, aunque involuntariamente, deberia personificar mas tarde el papel de Helena de Esparta y ofrecer el pretexto de la primera guerra en Telus.

La llevamos a la enfermeria y luego nos sentamos a tomar un bocado, porque estabamos hambrientos. El Sol azul alcanzaba su cenit cuando mi reloj marcaba las 7 h. 17 m. Se habia levantado a las 0 h. El dia azul tenia, pues, aproximadamente, 14 h. 30 m.

Trabajamos toda la tarde de un tiron. Por la noche, cuando el Sol azul se escondio detras del horizonte, y el Sol rojizo, minusculo, nacio en el este, no quedaba ningun herido bajo las ruinas. En total su numero ascendia a 81. Entre ellos se contaban 21 muertos.

Alrededor del pozo, seco por cierto, se levanto un pintoresco campamento. Trapos tendidos sobre unas estacas hicieron las veces de tiendas de campana para aquellos que habian quedado sin techo. Luis mando montar una para los obreros que habian participado en el salvamento.

Nos sentamos delante de una tienda y tomamos una cena fria a base de carne y pan, regado con vino tinto, que me parecio el mejor de mi vida. Despues me llegue hasta la enfermeria, con la esperanza vana de ver a Martina: dormia. Massacre estaba satisfecho; pocos casos graves. Habia ordenado el descenso en camilla de Breffort y mi hermano. Los dos marchaban bien.

— Excusame, me caigo de sueno — dijo el cirujano—, y manana tengo una operacion, que en las condiciones presentes sera delicada.

Volvi a la tienda y no tarde en amodorrarme yo tambien, encima de una gruesa cama de paja. Me desperte a causa del zumbido de un motor. Era «de noche» todavia, es decir, este semidia purpura que conoceis por el nombre de «noche roja». El coche se detuvo detras de una casa dormida. Di la vuelta y vi a mi tio. Habia bajado con Vandal para conocer las novedades.

—?Que tal? pregunte.

— Nada. La cupula esta inmovilizada por falta de electricidad. He pasado por la fabrica. Estranges me ha dicho que por algun tiempo no podremos disponer de corriente. La presa no nos ha seguido. Cambiando de tema, puedo ya anunciarte que nos encontramos en un planeta que gira sobre si mismo en 29 horas, y cuyo eje esta muy poco, o nada, inclinado con relacion al plano de su orbita.

—?Como lo sabes?

— Muy sencillo: el dia azul ha durado 14 h. 30 m. El Sol rojo ha invertido 7 h. 15 m. para alcanzar el cenit, Por tanto, la duracion total del dia bisolar es de 29 horas. Por otra parte, los dias y las «noches» son iguales, y con certeza no estamos en el ecuador; mas bien alrededor del grado 45 de latitud Norte. Por consiguiente, yo deduzco

Вы читаете Los robinsones del Cosmos
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×