iluminada en algunos lugares por la luz infernal del magma derramandose por las fracturas de centenares de kilometros de ancho. Las placas oceanicas y continentales golpeaban entre si en sus bordes, fundiendose en solidos tan incapaces de mantener su forma y caracter como los gases o los liquidos, ondulandose como simples telas.

En ninguna parte podian verse las obras de la humanidad. Las ciudades —si alguna de ellas existia todavia, lo cual no parecia probable— eran demasiado pequenas a aquella distancia. La mayor parte de Europa y Asia estaban al otro lado del globo, fuera de su vista, y su destino no debia ser distinto del que contemplaban ocurrir al Asia oriental y a Australia y a la parte occidental de los Estados Unidos. De hecho, sus masas ya no podian distinguirse; ya no habia ni oceanos ni tierra, solo anillos de translucido y sobrecalentado vapor y nubes mas frias y torturadas cuencas de lodo, todo ello mezclado con magma de un color marron mortecino y, aqui y alla, grandes manchas blancas de plasma empezando a abrirse camino desde el interior.

—?Va a estallar? —pregunto Marty.

Arthur agito la cabeza, incapaz de hablar.

Pese a la creciente distancia entre el arca y la Tierra, el globo se expandio visiblemente, pero de nuevo con una lentitud de mecanismo de relojeria.

Arthur observo su reloj. Llevaban mirando quince minutos; el tiempo habia transcurrido en un destello.

De nuevo la Tierra adopto la apariencia de una joya, pero esta vez de un enorme e hinchado opalo de fuego, naranja y marron y de un profundo rojo rubi, salpicado con espectrales manchas de un verde y un blanco brillante. La corteza se fundia, transformandose en escoria basaltica que derivaba en manchas que giraban lentamente sobre un mar marron y rojo. No habia rasgos discernibles excepto los colores. La Tierra, agonizando, se convirtio en una incomprensible abstraccion, horriblemente hermosa.

Con la aparicion de largas espirales blancas y verdes, intensamente brillantes, el destino final se hizo evidente. El borde del mundo ya no presentaba una curva suave; mostraba visibles irregularidades, amplias protuberancias claramente distinguibles contra la negrura del fondo. De aquellas protuberancias brotaban chorros de vapor de centenares de kilometros de altura, arrastrando consigo los turbios restos de la atmosfera y lanzando palidos abanicos al espacio.

Esos volcanes podian haberse visto en las primeras epocas de la coalescencia de la Tierra, pero no desde entonces. Nuevas cadenas de fuego desencadenado y vapor brotaron de la faz del distorsionado globo. Lentamente, una enroscada serpiente de blanco plasma arrojo fragmentos de sus anillos internos al exterior, proyectiles que viajaban a miles de kilometros por hora pero que pese a todo volvian a caer, siendo reabsorbidos.

Ningun fragmento de la corteza terrestre habia sido lanzada todavia a una velocidad igual o superior a los veintinueve mil kilometros por hora, la velocidad orbital, y mucho menos a la velocidad de escape. Pero la tendencia era evidente.

Incontables bolidos del tamano de islas perforaban la faz de la Tierra con una agitada efervescencia. Esos bolidos se alzaban cientos, incluso miles de kilometros, y luego volvian a caer, esparciendo amplias trayectorias de restos mas pequenos. En el borde, la creciente altitud de esos proyectiles fundidos resultaba evidente. La energia aumentaba rapidamente para arrojarlos en orbita, e incluso para lanzarlos libres de la masa del planeta.

Nuestro hogar. Arthur conecto repentinamente con todo lo que veia; la abstraccion adquirio solidez y significado. Las estrellas detras de la resplandeciente y cada vez mas hinchada Tierra se llenaron repentinamente de amenaza; las imagino como el brillo de los ojos de los lobos en un bosque nocturno de proporciones infinitas. Parafraseo lo que habia dicho Harry en su cinta:

Habia una vez un nino perdido en el bosque, llorando desconsoladamente, preguntandose por que nadie respondia y alejaba a los lobos…

Estaba mas alla de las lagrimas ahora, mas alla de todo excepto de un profundo, directo y sofocante dolor. Nuestro hogar. Nuestro hogar.

Marty contemplaba el panel con los ojos desorbitados y la boca abierta; casi la misma expresion que Arthur habia visto cuando su hijo contemplaba las peliculas de dibujos animados del sabado por la manana en la television, solo que un poco diferente: mas tenso, con un asomo de desconcierto, los ojos buscando.

La Tierra se hinchaba horriblemente. Al lado de la corteza y manto en expansion, las espirales y fracturas de luz blanca y verde se ensanchaban convirtiendose en enormes canales y carreteras que avanzaban locamente en rumbos al azar a traves de un uniforme paisaje rojo oscuro. Enormes bolidos partian en largas y graciosas curvas, trazando arcos de miles de kilometros —radios enteros de la Tierra— hacia el espacio, y no volviendo a caer a la superficie, sino trazando resplandecientes orbitas en torno al herido planeta.

Habian transcurrido veinticinco minutos. Las piernas de Arthur le dolian terriblemente, y tenia las ropas empapadas de sudor. La habitacion estaba llena de un horrible olor animal, miedo y dolor y silenciosa agonia.

Virtualmente todo el mundo al que habia conocido a lo largo de su vida estaba muerto, sus cuerpos perdidos en el apocalipsis general; cada lugar en el que habia estado, todos los registros y los registros de su familia, todos los ninos junto a los que habia crecido Marty. Todo el mundo en el arca habia sido arrancado de sus raices y arrojado a la nada. Podia sentir claramente la separacion, la repentina perdida, como si siempre hubiera conocido la presencia de la humanidad a su alrededor, una conexion psiquica que ya no existia.

Las brillantes carreteras y canales de la revelada esfera de energia plasmatica median ahora miles de kilometros de anchura, abovedando el material fundido y vaporizado de la Tierra hacia el exterior en un burdo ovoide, con el eje mas largo en angulo recto con respecto al eje de rotacion. Los extremos del ovoide arrojaban lejos enormes globulos de silice y niquel y hierro.

Contra la dominante luz del plasma, los retorcidos restos del manto y las comprimidas franjas del nucleo arrojaban largas sombras al espacio cercano a la Tierra a traves de la polvorienta nube en expansion de vapor y restos mas pequenos. El planeta parecia una linterna en medio de la niebla, casi insoportablemente brillante. De forma inexorable, el ovoide de plasma lo empujaba todo hacia fuera, atenuando, estallando, disminuyendo todo lo que quedaba, esparciendolo ante un irresistible viento de particulas elementales y luz.

Dos horas. Miro su reloj. La luna brillaba a traves de la vaporosa bruma, a cuatrocientos mil kilometros de distancia y aparentemente aun mas lejos. Pero las protuberancias de marea se relajarian, y aunque la forma de la Luna habia quedado congelada por eras de enfriamiento, Arthur penso que la relajacion desencadenaria, a la larga, violentos terremotos lunares.

Volvio de nuevo su atencion a la muerta Tierra. El brillo del plasma habia disminuido ligeramente. Nitidos aunque etereos rosas y naranjas y azules grisaceos le daban una apariencia perlina, como la pelota de plastico de un nino iluminada desde dentro. El diametro del ovoide de plasma y la bruma de restos se habian expandido para cubrir ahora mas de cuarenta y cinco mil kilometros. El ovoide seguia alargandose, esparciendo el nuevo anillo de asteroides en los rechonchos inicios de un arco.

El panel transparente se volvio misericordiosamente opaco.

Como soltados por los hilos que los sostenian, mas de la mitad de los testigos se derrumbaron al suelo. Arthur abrazo a Francine y aferro el hombro de Marty, incapaz de hablar, luego se dirigio a sus companeros, viendo lo que podia hacer para ayudarles.

El robot cobrizo aparecio al extremo de la cabina y floto hacia delante. Tras el entraron varias docenas de supervivientes, llevando bandejas y tazones de agua, comida y medicinas.

Es la Ley.

Las palabras resonaron una y otra vez en los pensamientos de Arthur mientras ayudaba a revivir a aquellos que se habian derrumbado.

Es la Ley.

Marty permanecio a su lado, arrodillandose con el mientras alzaba la cabeza de una mujer joven y sostenia una taza metalica de agua contra sus labios.

—Padre —pregunto el muchacho—, ?que vamos a hacer ahora?

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