Lo que estaba buscando realmente era una vision clara de la Via Lactea, de modo que pudiera contemplar Satigario. Echaba profundamente en falta a Martin. Verse desgajado del pasado significaba anhelar mas el futuro; Martin era buena parte del futuro de Arthur, aunque sabia que nunca volverian a verse de nuevo, y no se habian comunicado desde hacia ano y medio, segun el esquema de tiempo de Arthur.
Martin habia partido con la septima Nave de la Ley, con cincuenta companeros humanos como tripulacion, solo ocho anos despues de la destruccion de la Tierra, antes de que la mayor parte de los supervivientes fueran puestos en sueno frio. Las naves llevaban viajando siglos ahora, acelerando y decelerando, buscando, reaprovisionandose de combustible en las heladas lunas de hielo.
Hallo Sagitario, el Arquero, entre Escorpion y Capricornio. Alzo su enguantada mano y senalo:
Que terrible era el cielo ahora. Arthur deseo poder compartir la vision de Harry de unos sistemas solares unidos formando enormes «galactismos». Ahora, por lo que los Mamis les habian dicho, la galaxia era en el mejor de los casos una frontera vagamente explorada, en el peor de los casos una viciosa jungla.
La galaxia, tambien, era joven.
Los devoradores de planetas no habian venido de una distancia tan grande, despues de todo. Los primeros signos de los camuflajes de sus constructores interestelares, su coloracion protectora, se hicieron evidentes a menos de un centenar de anos luz del sol.
Martin, un hombre tranquilo y solemne que habia crecido para parecerse a su padre, flotaba entre una tripulacion de estudiantes-pilotos mas jovenes en la cubierta de observacion de la Nave de la Ley, fina como una aguja y de diez kilometros de longitud. Todas las Naves de la Ley habian sido construidas con el material de la propia Tierra muerta. Con el centro de la galaxia a la vista, aun inconcebiblemente lejos, recordo las discusiones que habia tenido con los Mamis de la nave al principio del viaje.
De hecho, los constructores de los devoradores de planetas habian llegado muy pronto, hacia miles de anos, a darse cuenta de su error. Habian entretejido los sistemas planetarios en torno a su estrella madre con docenas de falsas civilizaciones, enganosos radiofaros, incluso senuelos biologicos creados a traves de la ingenieria genetica, completos hasta su ultimo detalle excepto uno…, la habilidad de enganar a una Nave de la Ley.
Tres anos de la nave antes, Martin habia recorrido la superficie de uno de esos planetas senuelo, maravillandose ante la creatividad, el absoluto gasto de energia.
El planeta habia revelado sofisticadas defensas. Apenas habian conseguido escapar de la trampa.
Ahora se estaban acercando…
Si fracasaban, otros les seguirian; mas informados, mas conscientes de los peligros y trampas de aquel ramal de los bosques galacticos.
Pese a sus dudas intelectuales, Martin se sentia comprometido. A menudo pensaba en la vieja Ley, y en los centenares de civilizaciones maduras que la habian abrazado. En su corazon, un frio y racional odio y un hambre de venganza hacia eco a las exigencias de justicia.
Sabia, por extrano y fuera de proporcion que pudiera ser, que una de sus motivaciones subconscientes clave era vengar la muerte de un simple y no complicado amigo: un perro. Recordaba vividamente aquellas horas en la cabina de observacion del arca que habian endurecido su alma.
Muchos de los humanos a bordo de la Nave de la Ley habian nacido en el Arca Central y nunca habian conocido su mundo natal. Todos ellos estaban dedicados a la busqueda, indiferentes a todo lo demas.
Silenciosamente, cada dia, antes del breve sueno del espacio profundo, Martin pronunciaba un juramento que se habia hecho a si mismo:
Asi es como se mantiene el equilibrio.
AGRADECIMIENTOS
Mi agradecimiento especial a Larry Niven, John Paul, Jonathan Post, John Anderson y, como siempre, Karen y Poul Anderson. Beth Meacham, despues de comprar este libro, vivio parte de el, lo mismo que su esposo, Tappan King, mi esposa, Astrid, y Kim Stanley Robinson. La ciudad de Shoshone es real, un lugar encantador, y tengo una profunda deuda de carino y muchas esplendidas horas con Susan, Charles, Maury y Bernice Sorrells.
DOMINGO SANTOS
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© de esta edicion, Ediciones Jucar, 1989
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