los marineros de las gabarras no iban a involucrarse.

Por un momento tuvo tan cerca el rostro de Phillips que Monk pudo oler su piel, su pelo, el aliento que exhalaba. Sus ojos emitian destellos y sonrio al empunar la navaja.

Monk le dio un cabezazo con tanta fuerza como pudo. Le dolio, el golpe fue hueso contra hueso, pero fue Phillips quien chillo, y de repente su agarre cedio. Monk lo empujo y se deslizo, apartandose como un cangrejo, y acto seguido se volvio, pistola en mano.

Pero tardo demasiado en disparar. La sangre le manchaba la cara y le chorreaba de la boca. Phillips se habia puesto en cuclillas y se dio la vuelta, como si supiera que Monk no le dispararia por la espalda. Salto de la gabarra y aterrizo con los brazos y piernas abiertos sobre la lona de la de delante.

Sin pensarselo dos veces, Monk lo siguio.

Phillips se levanto trabajosamente y comenzo a avanzar por el caballete de la lona. Monk fue derecho tras el, costandole mas mantener el equilibrio esta vez. Lo que fuere que hubiese bajo la tela impermeabilizada, rodaba cuando el lo pisaba y le hacia embestir con mas impetu y mas deprisa de lo que queria.

Phillips llego a la proa y salto otra vez. De nuevo Monk fue tras el. Esta vez habia pacas bajo sus pies, siendo mas facil mantener el equilibrio. Monk salto de una a otra, aproximandose, le echo la zancadilla a Phillips y lo derribo. Le asesto un punetazo en el pecho, vaciandole los pulmones y oyendo su prolongado y aspero resuello cuando volvio a llenarlos de aire. Entonces sintio el dolor del antebrazo y vio sangre. Pero solo era una raja muy superficial que no lo lisiaria. Volvio a golpear el pecho de Phillips y este solto la navaja. Monk la oyo resbalar por la lona y repiquetear sobre la cubierta.

La sangre le estaba dejando la mano resbaladiza. Phillips se retorcia como una anguila, fuerte y duro, con los codos y las rodillas desollados, anguloso, y Monk no pudo sujetarlo.

Phillips se habia apartado, tambaleandose hacia la proa, dispuesto a saltar a la gabarra siguiente. Una barcaza estaba a punto de cruzarse con ellos por delante, solo una. Sus intenciones estaban claras. Saltaria a bordo de ella y Monk se encontraria sin una embarcacion a mano para seguirlo.

Monk se levanto con dificultad y alcanzo la proa justo cuando Phillips salto, quedandose corto. Fue a parar al agua, en medio de la estela blanca que levantaba el tajamar.

Monk titubeo. No le costaria nada dejar que se ahogara. Solo era preciso que se demorase un momento y nadie, por mas habil que fuera, seria capaz de sacarlo del rio. Herido como estaba, se ahogaria en cuestion de minutos. Seria un final mejor del que merecia. Pero Monk lo queria vivo para que pudiera ser juzgado y ahorcado. Asi se demostraria que Durban tenia razon, y todos los ninos que Phillips habia utilizado y torturado tendrian una respuesta adecuada.

Se inclino hacia delante extendiendo ambos brazos por la borda y agarro a Phillips por los hombros, noto que sus manos se aferraban a su brazo y echo mano de todas sus fuerzas para sacarlo del agua. Estaba mojado, era casi como un peso muerto. Ya tenia los pulmones medio llenos de agua y no opuso ninguna resistencia.

Monk saco las esposas y se las puso a Phillips antes de afianzar los pies y darle la vuelta para bombearle el pecho a fin de sacar el agua.

– ?Respira! -mascullo-. ?Respira, canalla!

Phillips tosio, vomito agua del rio y recobro el aliento.

– Buen trabajo, senor Monk -dijo Orme desde la barcaza, acercandose a la banda-. Al senor Durban le habria alegrado verlo.

Monk se sintio invadido por un calor como de fuego y musica, por la paz que seguia a un esfuerzo desesperado.

– Habia que poner orden -dijo con modestia-. Gracias por su ayuda, senor Orme.

* * *

Monk llego a su domicilio de Paradise Place en Rotherhithe antes de las seis, una hora relativamente temprana para el. Habia recorrido a paso vivo la calle desde la escalinata de Princes Stairs, donde habia desembarcado del transbordador, y caminado todo el trecho hasta Church Street antes de tomar la curva pronunciada de Paradise Place. En todo momento se nego a pensar que Hester quizas aun no estuviera en casa y que por tanto tendria que aguardar para decirle que por fin habian capturado a Phillips.

El medico de la policia habia suturado los cortes que Phillips le habia hecho en el brazo y la pierna, pero estaba magullado, mugriento y cubierto de sangre reseca. Habia comprado una botella de excelente conac para sus hombres, con quienes habia tomado unos tragos. Habia sido para toda la comisaria, de modo que a nadie se le notaron los efectos, pero le constaba que el aroma del aguardiente flotaba en torno a el. Sin embargo, ni siquiera se le ocurrio semejante cosa mientras daba un brinco, corria las ultimas decenas de metros de Paradise Place y abria la puerta principal de su casa.

– ?Hester! -llamo, antes incluso de cerrar la puerta a sus espaldas-. ?Hester? -Solo ahora se enfrento con la posibilidad de que aun no estuviera en casa-. ?Lo he capturado!

El silencio respondio a sus palabras.

Entonces oyo un taconeo en lo alto de la escalera y ella bajo a toda prisa, rozando apenas los peldanos. Llevaba el cabello medio despeinado, abundante, rubio y rebelde como siempre. Lo abrazo con toda su fuerza, que era considerable pese a su figura esbelta y a la ausencia de curvas pronunciadas que dictaba la moda.

Monk la cogio en brazos y la hizo volverse, besandola con toda la alegria fruto del triunfo y el repentino aumento de la fe en las cosas buenas. Casi toda su euforia se debia a la posibilidad de que Hester hubiese hecho bien al creer en el, no solo en su destreza sino en su sentido del honor, en ese fondo bondadoso de su persona que cabia valorar y conservar para amarlo.

Y, finalmente, la captura de Phillips significaba que Durban tambien habia hecho bien al confiar en el, cosa de la que ahora se daba cuenta y que tambien revestia su importancia.

Capitulo 2

Un atardecer, casi dos semanas despues de la captura de Jericho Phillips, sir Oliver Rathbone regreso temprano de su bufete en los Inns of Court [2] a su elegante y muy confortable hogar. Corria mediados de agosto, no soplaba ni gota de viento y hacia calor. El ambiente era mucho mas agradable en su sala de estar, con las cristaleras abiertas al cesped y al perfume de la segunda floracion de las rosas, que el olor de las calles, el sudor y el estiercol de los caballos, el polvo y el ruido.

Margaret lo recibio tan encantada como siempre desde que se casaran no tanto tiempo atras. Bajo la escalera entre un revuelo de muselina verde palido y blanca, irradiando una increible frescura a pesar del bochorno. Lo beso con ternura, sonriendo tal vez con una pizca de timidez. Su gesto resulto tan grato a Rathbone que este penso que quiza seria indiscreto demostrarlo.

Hablaron de muchas cosas durante la cena: una nueva exposicion de arte que habia suscitado mas controversia de la esperada; la continua ausencia de la reina en la temporada londinense desde el fallecimiento del principe Alberto; y, por supuesto, el desdichado y triste asunto de la guerra civil en Norteamerica.

La conversacion fue lo bastante interesante para mantener ocupada la mente de Rathbone y, no obstante, tambien sumamente amena. No recordaba haber sido nunca tan feliz, y cuando se retiro a su estudio a leer unos pocos documentos que tenia pendientes se sorprendio sonriendo sin otro motivo que su paz interior.

Ya caia la noche y por fin refrescaba un poco cuando el mayordomo llamo a la puerta y anuncio la visita de su suegro, que habia pedido verlo. Naturalmente, Rathbone se avino de inmediato, si bien no dejo de sorprenderle que Arthur Ballinger pidiera verlo a el en concreto en vez de incluir tambien a su hija.

Cuando entro en el estudio pegado a los talones del sirviente, Rathbone reparo a simple vista en que le traia un asunto de cariz mas profesional que personal. Ballinger era un abogado de prestigio que gozaba de una excelente reputacion. De vez en cuando lo habia tratado por motivos de trabajo, pero hasta la fecha no tenian clientes en comun ya que Rathbone ejercia sobre todo en casos importantes de derecho penal.

Ballinger cerro la puerta del estudio a sus espaldas para asegurar su privacidad y luego fue a sentarse en la butaca de enfrente de Rathbone casi sin prestar atencion al saludo de su yerno. Era un hombre corpulento y bastante robusto, de abundante pelo castano ligeramente entrecano. Sus rasgos eran energicos. Margaret habia

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