– Que no pierda el animo. Sin duda lo remediaras pronto -dijo secamente Will.

– Antes de que caiga el sol, aunque mis necesidades deban prevalecer sobre mis deseos. Pues te aseguro, Will, que esta manana hubo un momento en que dude que pudieramos llegar a viejos.

– Todos lo dudamos. ?Por que crees, Ned, que Wenlock contuvo el centro? ?Virgen santa, que suerte tuvimos!

Pero Eduardo ya no escuchaba. Miraba a unos jinetes que venian del campo de batalla, y se alegro al ver que enarbolaban el estandarte de su hermano. Llegaban con gran celeridad, y Eduardo se pregunto por que, pues ya no se requeria tanta prisa, y tambien estaba seguro de que el cuerpo de Ricardo debia de estar aterido de dolor, solo apenas menos que el suyo. Sonrio, maravillandose de la flexibilidad de los muy jovenes, y decidio que habia algo mas en esa avida aproximacion.

Reconocio tambien a Francis Lovell, y a otro joven que habia visto a menudo en compania de su hermano, pero cuyo nombre se le escapaba, y a esa distancia ya podia ver su excitacion. Ricardo estaba arrebolado, y salto de la silla casi antes de que el caballo se hubiera detenido.

– Majestad-dijo, con correcta pero jadeante formalidad. Pero buscaba al hermano, no al rey, y no veia el momento de darle la noticia-. ?Ned, no creeras lo que oimos! Y nos lo dijo alguien que fue testigo y jura que es la verdad. Como Wenlock no acudio en ayuda de Somerset, Somerset penso que Wenlock se habia vendido a York. Se las apano para regresar a las lineas de Wenlock, lo busco y le destrozo los sesos con el hacha.

– Cristo misericordioso. -Eduardo no esperaba que Ricardo le trajera semejante noticia. Al cabo de un momento de reflexion, anadio cinicamente-: En tal caso, es la primera vez que Somerset hace un trabajo meritorio.

Ricardo asintio.

– Meritorio, y afortunado para York.

Eduardo sonrio y extendio los brazos para estrechar a Ricardo.

– Por lo de hoy, puedes pedirme lo que quieras -murmuro, y anadio seriamente-: Solo tienes que nombrarlo.

Ricardo se acaloro; lo habia descolocado la inesperada gravedad de Eduardo, mas que la magnitud del ofrecimiento. Sintio agitacion, como hacia anos que no la sentia en presencia de Eduardo, y pronto comprendio por que. Era la primera vez que Eduardo no le hablaba como soberano ni como hermano mayor con diez anos de diferencia en edad y autoridad. Era un dialogo entre iguales. Eduardo habia tenido esa intencion.

– Tengo mi recompensa -dijo, en vez de reaccionar como de costumbre, bromeando, comentando que solo habia actuado por interes personal.

– Aun no -dijo Eduardo cripticamente, y espero a que Ricardo intercambiara saludos y enhorabuenas con Will antes de llevarlo aparte-. Yo tambien tengo noticias, hermano, y creo que te resultaran de gran interes. -Anadio con una sonrisa-: Lancaster ha muerto.

Ricardo no reacciono de inmediato. Su rostro estaba quieto, concentrado. Y luego los ojos oscuros ardieron con una luz subita.

– No podrias darme mejor noticia, Ned -dijo, con una satisfaccion tan desbordante que Rob le clavo una mirada de sorpresa, y Francis penso: «Conque el viento aun sopla en esa direccion».

En ese momento, John Howard, que conversaba con algunos soldados yorkistas a poca distancia, llamo a Eduardo con una urgencia que llamo la atencion de todos.

– Majestad, entre los hombres que pidieron asilo en la abadia esta el duque de Somerset -dijo sombriamente.

Eduardo se volvio hacia la abadia.

– ?De veras? -murmuro. El cambio de expresion fue sorprendente. De pronto sus ojos estaban opacos y duros como agatas-. ?Me toman por tonto? -pregunto. Dio media vuelta, dispuesto a ladrar una orden, y vio que Ricardo se le habia adelantado y habia llamado con un gesto a varios soldados yorkistas que dejaron de remolonear para correr hacia ellos.

– Apostad guardias alrededor de la abadia -rugio Eduardo-. Que ningun hombre salga de la iglesia. Si el abad protesta, que me vea a mi o a Gloucester. ?Andando! Y Dios se apiade de vosotros si alguno se os escabulle.

El lunes 6 de mayo, a pesar de las protestas del abad, soldados yorkistas entraron en la abadia espada en mano. Eduardo respeto su promesa de clemencia e indulto a todos los refugiados, salvo a Edmundo Beaufort, duque de Somerset, y trece capitanes de Lancaster con cuya lealtad nunca podria contar.

Los hombres fueron apresados, por la fuerza si era necesario, y conducidos bajo custodia al tribunal del senor de Tewkesbury, para ser juzgados por traicion ante el duque de Norfolk, conde mariscal de Inglaterra, y el duque de Gloucester, lord condestable del reino.

Somerset echo un vistazo a la sala apresuradamente convertida en tribunal. Ya se estaba llenando de hombres, con sus camaradas prisioneros, soldados, lores yorkistas, los curiosos y los vengativos. Los miro con tan poco interes como el que sentia por el juicio.

A su lado, Tresham maldecia. Desde que los soldados yorkistas habian transformado su refugio en una prision, habia denostado sin cesar a Eduardo de York, y aun ahora expresaba un odio amargo.

Somerset desvio la vista con desdenosa piedad. Le costaba entender que Tresham hubiera esperado otra cosa. Solo se preguntaba por que York se habia molestado en prestarse a la farsa de un juicio. Eso le habia sorprendido un poco; cuando los soldados fueron a buscarlos, penso que los sacarian de la abadia para despacharlos en el acto.

Un pensamiento le congelo el aliento en los pulmones. Un hombre juzgado y sentenciado por traicion era despanzurrado antes de la ejecucion. Lo colgaban del cuello, conservandolo con vida, lo destripaban, lo castraban y le arrancaban las visceras y las quemaban ante sus ojos, y la muerte se demoraba hasta que el cuerpo ya no soportaba el dolor. ?Era esa la intencion de York, el motivo del juicio? Un sudor frio le bajo por las costillas. No temia la muerte; en su actual angustia de alma y espiritu, hasta la acogeria con gusto. Pero sufrir semejante muerte… No pudo contener un escalofrio, y espero que nadie lo hubiera notado.

Le llamo la atencion alguien que acababa de entrar en la sala, un joven agraciado de reluciente pelo rubio, ataviado con un jubon pardo de terciopelo con tajos en las mangas y forrado de saten esmeralda. En una pierna calzada de seda lucia con orgullo la prueba enjoyada de su pertenencia a una minoria selecta, los Caballeros de la Jarretera. Centellearon anillos en sus manos cuando se volvio para escuchar la ocurrencia de un companero; se rio, mostrando dientes blancos, con obvia consciencia de su prestancia, del alboroto que causaba en la sala. Somerset comprendio que era el duque de Clarence y solto un suspiro sibilante. Sintio un odio que solo habia experimentado una vez en la vida, cuando dos dias atras se habia encontrado atrapado entre los hombres de Gloucester y York, y habia tenido que presenciar la muerte de sus hombres porque Wenlock lo habia traicionado.

– ?Ese bastardo cobarde y arrogante! -escupio Audley-. ?Acaso cree que es un honor haber causado la muerte de un muchacho?

Somerset sacudio la cabeza. El borboton de odio languidecia. Volvio a sentirse entumecido, lo agradecio. Esta falta de sentimientos le permitiria afrontar el tajo con indiferencia y la muerte con desprecio, incluso la muerte que temia que York planeaba para el.

– ?Crees que Clarence sabe algo sobre el honor, Humphrey? -pregunto fatigadamente-. A Clarence solo le importa Clarence y, por motivos que no logro entender, parece disfrutar de su duplicidad.

Se puso rigido; por un momento creyo oir una voz femenina en la sala, hablando con acento frances: «Clarence sera tonto, pero hasta ahora ha sido un tonto bastante afortunado». «Todo depende de vos», habia dicho ella. Habia confiado en el, y el habia fallado. Nunca habria podido encararla, ni en esta vida ni en la otra, para decirle que su hijo habia muerto.

Estallo una conmocion. Oyo el nombre de Gloucester y se volvio, con un destello de curiosidad. ?Cielos, es tan joven! Ese fue su primer pensamiento, pues en las horas que habian transcurrido desde la muerte del principe, al fin habia entendido lo que Margarita habia tratado de decirle: cuan joven se es a los diecisiete.

Miro a Gloucester: ese muchacho, de edad similar al difunto principe, iba a condenarlo a muerte. Moreno, energico, menudo, guardaba poca semejanza con el gigante rubio y jovial que era Eduardo de York. Eduardo era la espada de York, el Sol en Esplendor; hasta Somerset concedia que Eduardo habia realizado proezas en combate que el no hubiera creido si no las hubiera visto con sus propios ojos. Y Clarence… Clarence era un renegado que habia faltado dos veces a su juramento, que habia provocado la muerte de un muchacho, como

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