decia Audley. Gloucester, en cambio, era una incognita. Todo lo que Somerset sabia de el hablaba en su favor; habia sido tenazmente leal al hermano, y su valentia era incuestionable. Por impulso, se movio hacia delante.

Hombres armados le cerraron el paso. Lo empujaron bruscamente, torciendole el brazo detras de la espalda. Ricardo lo vio, alzo la mano. Los captores de Somerset retrocedieron a reganadientes, lo dejaron a solas. Se miraron un instante, y luego Somerset se le acerco.

– Vuestra Gracia, ?podeis concederme un momento?

Ricardo titubeo antes de asentir. En sus ojos cautos no habia simpatia, pero tampoco hostilidad. Espero que Somerset hablara, sin alentarlo.

– ?Habeis recibido noticias de la reina?

– La reina esta en Westminster.

Somerset maldijo su idiotez; tendria que haberse dado cuenta. Iba a volverse sobre los talones, pero Ricardo parecio reconocer que habia sido innecesariamente cruel.

– Supongo que os referis a Margarita de Anjou -dijo-. No, aun no hemos recibido noticias.

Aun afectado por la reprimenda anterior, Somerset queria alejarse. Pero la necesidad de saber era demasiado grande.

– ?Que sera de ella cuando la encuentren?

Ricardo apreto los labios.

– York no guerrea contra mujeres -dijo-. Sera confinada, pero no sera maltratada. Si ese es vuestro temor, podeis tranquilizaros.

Somerset queria creerle, pero ya no le resultaba facil creer a nadie.

– ?Tengo vuestra palabra, milord?

El muchacho entorno los ojos.

– Entiendo que la palabra de York no vale nada para vos -dijo con malicia.

Somerset casi sonrio.

– Aceptaria la palabra de Gloucester -respondio sin inmutarse, y le causo gracia ver que Ricardo no podia ocultar su conflicto interior, la lucha entre el afan de ser justo y su rechazo natural, su desconfianza.

– La teneis -dijo al fin, casi en un rezongo.

– Gracias, mi senor de Gloucester. -Somerset sintio un alivio que lo sorprendio. En verdad no habia creido que Eduardo de York se vengara de Margarita. El alarde de Ricardo contenia verdad ademas de orgullo; no pensaba que York fuera hombre de derramar la sangre de una mujer. Aun asi, sabia que York odiaba a Margarita y lo tranquilizaba la renuente promesa hecha por su hermano favorito.

Ricardo parecio entender que la conversacion habia concluido. Iba a alejarse cuando Somerset expreso su otra aprension, sabiendo el riesgo que corria pero sin preocuparse por la posible ofensa. Habia una grata libertad, penso con feroz ironia, en no tener nada que perder.

– ?Que se hara con mi principe?

Vio de inmediato que habia causado impacto.

– Su Gracia el rey ha ordenado que se le otorgue cristiana sepultura en la abadia de Santa Maria Virgen. -Los ojos de Ricardo eran grises, totalmente frios-. York no deshonra a los muertos -dijo, retando a Somerset con la mirada.

Somerset habia pensado que habia perdido todo sentimiento, pero descubrio que aun podian contrariarlo.

– Yo no estuve en el castillo de Sandal, milord.

Y se enfado consigo mismo por haber sentido la necesidad de expresar esa negacion. Pero en verdad el no habia aprobado lo que se habia hecho con los cuerpos de los yorkistas muertos, las burlonas indignidades a que habian sometido los cadaveres, la decapitacion de hombres que habian muerto honorablemente en combate. Siempre le habia parecido un acto cruel e innecesario por el que Lancaster habia pagado un alto precio. Algo de esto debio de versele en la cara, pues Ricardo se abstuvo de replicarle, de recordarle que, aunque el no hubiera estado en Sandal, su hermano Enrique si habia estado.

Por un instante se midieron con la mirada, hasta que Somerset reacciono.

– Os agradezco que me dediqueis estos minutos, Vuestra Gracia -dijo, invocando un resabio de cortesia.

– De rien -murmuro Ricardo, y si habia ironia en la voz, tambien habia algo que no estaba en el inicio de la conversacion.

Ricardo echo a andar. Fue entonces cuando Somerset se acordo.

– Esperad, milord… Hay algo mas. Os quiero pedir un favor.

– No puedo prometeros nada, milord Somerset -dijo Ricardo, con voz subitamente glacial.

Somerset sacudio la cabeza.

– No lo entendeis, milord -dijo, con voz burlona, orgullosa, transida de fatiga-. No lo pido para mi.

La suspicacia se disipo de los ojos de Ricardo, pero no del todo.

– Aun asi, no puedo hacer promesas -dijo. Pero escuchaba.

– Dijisteis que York no maltrata a las mujeres. Bien, hay una joven que merece vuestra bondad, la hija menor de Warwick, que estaba casada con mi principe. Ella no tuvo ninguna participacion en las intrigas de su padre, y espero que vuestro hermano de York tenga la generosidad de ser piadoso con ella.

Al principio penso que habia cometido un error, que no le habia hecho ningun favor a Ana Neville. Ricardo dio un respingo, eso era inequivoco; pero en el fugaz instante en que bajo sus defensas, Somerset vio algo mas en su rostro, una emocion indefinible de sorprendente intensidad. Se pregunto si habria hecho mejor en no mencionar a la muchacha, en no interceder por ella, pues se habia topado con una reaccion que no esperaba. No sabia que sentia Gloucester por la hija de Warwick, pero sin duda no era indiferencia.

– Se que ella y vos fuisteis companeros de infancia. Sin duda no es preciso que defienda su causa ante vos - desafio. Mientras hablaba, recordo la subita tension con que Ana Neville habia preguntado si Ricardo no habia sido malherido en Barnet. Una sospecha le hizo olvidar su defensa de Ana Neville para observar a Ricardo. El muchacho habia recobrado la compostura.

– No, milord, no es preciso que defendais su causa ante mi -dijo.

Eso fue todo, pero era suficiente. Somerset vio que su extrana sospecha se basaba en una verdad.

– Maldicion -murmuro, sin saber como encarar esta revelacion.

Ricardo lo miraba con intensidad.

– El rey Eduardo no tiene intencion de deshonrar a hombres valientes -dijo lentamente, midiendo sus palabras con la meticulosidad de alguien que construye un puente verbal tan fragil que la colocacion imprudente de una sola palabra daria por tierra con toda la estructura-. El no busca venganza.

La tension de Somerset se aflojo en un audible suspiro. Comprendio. Ricardo le decia que el y sus camaradas no afrontarian los horrores de la muerte de un traidor. Supo que el alivio debia notarsele en la cara; en ese momento, ya no le importaba.

– Bien, pues -dijo, tratando de hablar con voz firme, y anadio, tratando de parecer ironico y distante-. ?Continuamos con el juicio? -Estiro la boca en una sonrisa tensa-. Fiat justitia, ruat coelum. Hagase justicia, aunque el cielo se derrumbe.

Vio un destello en los ojos de Ricardo. Era imposible descifrarlo, y desaparecio tan pronto que hasta dudo de haberlo visto.

Somerset reparo en el silencio antinatural que reinaba en la sala, notando que todos los miraban, especulando avidamente sobre lo que decian el lord mas poderoso de Lancaster y el joven que debia juzgarlo. Le alegro que Ricardo hablara en voz tan baja, y que el lo hubiera imitado, impidiendo que los demas satisficieran su curiosidad. Miro en derredor con ojos duros y desdenosos, pensando que eran como cuervos atraidos por el hedor de la carrona. Poso la mirada en el cabello radiante de Jorge y dijo con una voz estentorea que resono en el recinto:

– Agradezco que sea Gloucester y no Clarence quien debe juzgarme.

Todos ardian de curiosidad, pero solo Jorge y Will Hastings osaron aproximarse a Ricardo, hacerle preguntas sobre ese dialogo que despertaria conjeturas durante largo tiempo.

– ?Que diablos queria? -pregunto Jorge. Su cutis claro aun estaba manchado por la sangre furiosa que el desprecio de Somerset habia puesto en movimiento-. ?Te pidio que le perdonaras la vida?

– ?Como se te ocurre? -repuso Ricardo-. No puedes negar su valentia, Jorge, al margen de lo que pienses de

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