Maria Duenas
El Tiempo Ente Costuras
Resumen
Una novela de amor y espionaje en el exotismo colonial de Africa. La joven modista Sira Quiroga abandona Madrid en los meses convulsos previos al alzamiento arrastrada por el amor desbocado hacia un hombre a quien apenas conoce. Juntos se instalan en Tanger, una ciudad mundana, exotica y vibrante en la que todo lo impensable puede hacerse realidad. Incluso la traicion y el abandono de la persona en quien ha depositado toda su confianza. El tiempo entre costuras es una aventura apasionante en la que los talleres de alta costura, el glamur de los grandes hoteles, las conspiraciones politicas y las oscuras misiones de los servicios secretos se funden con la lealtad hacia aquellos a quienes queremos y con el poder irrefrenable del amor.
PRIMERA PARTE
1
Una maquina de escribir revento mi destino. Fue una Hispano-Olivetti y de ella me separo durante semanas el cristal de un escaparate. Visto desde hoy, desde el parapeto de los anos transcurridos, cuesta creer que un simple objeto mecanico pudiera tener el potencial suficiente como para quebrar el rumbo de una vida y dinamitar en cuatro dias todos los planes trazados para sostenerla. Asi fue, sin embargo, y nada pude hacer para impedirlo.
No eran en realidad grandes proyectos los que yo atesoraba por entonces. Se trataba tan solo de aspiraciones cercanas, casi domesticas, coherentes con las coordenadas del sitio y el tiempo que me correspondio vivir; planes de futuro asequibles a poco que estirara las puntas de los dedos. En aquellos dias mi mundo giraba lentamente alrededor de unas cuantas presencias que yo creia firmes e imperecederas. Mi madre habia configurado siempre la mas solida de todas ellas. Era modista, trabajaba como oficiala en un taller de noble clientela. Tenia experiencia y buen criterio, pero nunca fue mas que una simple costurera asalariada; una trabajadora como tantas otras que, durante diez horas diarias, se dejaba las unas y las pupilas cortando y cosiendo, probando y rectificando prendas destinadas a cuerpos que no eran el suyo y a miradas que raramente tendrian por destino a su persona. De mi padre sabia poco entonces. Nada, apenas. Nunca lo tuve cerca; tampoco me afecto su ausencia. Jamas senti excesiva curiosidad por saber de el hasta que mi madre, a mis ocho o nueve anos, se aventuro a proporcionarme algunas migas de informacion. Que el tenia otra familia, que era imposible que viviera con nosotras. Engulli aquellos datos con la misma prisa y escasa apetencia con las que remate las ultimas cucharadas del potaje de Cuaresma que tenia frente a mi: la vida de aquel ser ajeno me interesaba bastante menos que bajar con premura a jugar a la plaza.
Habia nacido en el verano de 1911, el mismo ano en el que Pastora Imperio se caso con el Gallo, vio la luz en Mexico Jorge Negrete, y en Europa decaia la estrella de un tiempo al que llamaron la
Creci en un entorno moderadamente feliz, con mas apreturas que excesos pero sin grandes carencias ni frustraciones. Me crie en una calle estrecha de un barrio castizo de Madrid, junto a la plaza de la Paja, a dos pasos del Palacio Real. A tiro de piedra del bullicio imparable del corazon de la ciudad, en un ambiente de ropa tendida, olor a lejia, voces de vecinas y gatos al sol. Asisti a una rudimentaria escuela en una entreplanta cercana: en sus bancos, previstos para dos cuerpos, nos acomodabamos de cuatro en cuatro los chavales, sin concierto y a empujones para recitar a voz en grito
Del negocio de dona Manuela Godina, su duena, llevaban decadas saliendo prendas primorosas, excelentemente cortadas y cosidas, reputadas en todo Madrid. Trajes de dia, vestidos de coctel, abrigos
Mis dias transcurrian sin tension en esos dos mundos, casi ajena a la incongruencia que entre ambos existia. Con la misma naturalidad transitaba por aquellas anchas vias jalonadas de pasos de carruajes y grandes portalones que recorria el entramado enloquecido de las calles tortuosas de mi barrio, repletas siempre de charcos, desperdicios, griterio de vendedores y ladridos punzantes de perros con hambre; aquellas calles por las que los cuerpos siempre andaban con prisa y en las que, a la voz de agua va, mas valia ponerse a cobijo para evitar llenarse de salpicaduras de orin. Artesanos, pequenos comerciantes, empleados y jornaleros recien llegados a la capital llenaban las casas de alquiler y dotaban a mi barrio de su alma de pueblo. Muchos de ellos apenas