Al reflexionar despues, sin saber muy bien por que, salio del cuarto sin limpiarlo. Al hacerlo vio otra mancha en el suelo, frente a la entrada de la sexta habitacion. Vacilo un instante, llamo a la puerta y levanto el pestillo para abrirla.

El cuarto estaba en penumbra porque aun no habian retirado la cortina que cubria la ventana, pero habia luz suficiente para vislumbrar a una persona echada en la cama.

Colla carraspeo y aviso con nerviosidad:

– Hermana, os habeis dormido. Vuestro barco ya ha partido… ya se ha hecho a la mar. ?Hermana, debeis levantaros!

El bulto bajo las mantas no se movio.

Colla se aproximo despacio por temor a lo que pudiera encontrar. La intuicion le decia que algo no iba nada bien. Fue a la ventana junto a la cabecera y descorrio la cortina para que entrara la luz. Al mismo tiempo advirtio que la manta, ademas de cubrir el cuerpo tendido sobre la cama, tapaba la cabeza. En el suelo habia un cuchillo de carne, que reconocio por ser de su propia cocina.

– ?Hermana? -pregunto con cierta congoja.

Se negaba a creer lo que su mente le decia.

Con la mano tremula tomo el borde de la manta. Estaba empapada: aun sin mirar, sabia muy bien que no era agua. Con sumo cuidado, la aparto del rostro que cubria.

Alli estaba la joven, mirandolo con ojos vidriosos y desorbitados, y una mueca de dolor postrera. Tenia la tez cerea y llevaba rato muerta. Impresionado, Colla hizo un esfuerzo para apartar la vista de aquella mirada inerte y dirigirla sobre el cuerpo. La tela blanca del camison estaba rota, rasgada y banada en sangre. Jamas habia conocido semejante ferocidad causada con un cuchillo. Habian cortado -o, mas bien, hecho trizas- el cuerpo, como si un carnicero hubiera tomado la tierna carne de la mujer por la de un cordero que va a ser descuartizado.

Dando un curioso grunido, Colla volvio a tapar la figura con la manta empapada en sangre. Se aparto de la cama y vomito.

CAPITULO II

Fidelma de Cashel se apoyo en el coronamiento del barco para contemplar la costa que se alejaba a una velocidad asombrosa en el horizonte. Habia sido la ultima en embarcar aquella manana: apenas poner pie en el navio el capitan ordeno a voz en grito que izaran la vela cuadra sobre la verga en el palo mayor, a la par que otros marineros levaban la pesada ancla. Fidelma ni siquiera habia tenido tiempo de bajar a conocer su camarote antes de que la nave desabocara; la fina vela de piel crujia al izarse y henchirse luego con el viento, como un pulmon lleno de aire.

– ?Preparad el foque! -ordeno el capitan con un grito estentoreo.

Los hombres de la tripulacion corrieron hacia un largo mastil inclinado que apuntaba a proa, delante del palo mayor, y colocaron una vela menor en una verga transversal. En la cubierta elevada de popa, dos hombres musculosos y fornidos estaban fijando una enorme espadilla a babor, junto al capitan. Era tan grande, que hizo falta el esfuerzo de ambos para controlarla. Al grito del capitan, los marineros tiraron de la espadilla. El barco tomo el flujo de la marea cortando limpiamente las pequenas olas cual guadana que siega el trigo.

El Barnacla Cariblanca arronzaba tan deprisa de la bahia de Ardmore, que Fidelma prefirio quedarse en cubierta para observar la actividad. Los unicos companeros de viaje que habia a la vista eran dos jovenes religiosos del brazo, de pie en mitad del barco, junto a la baranda de babor. No veia mas pasajeros, y Fidelma supuso que los demas peregrinos estarian abajo, entre cubiertas. Media docena de marineros encargados de gobernar el barco a traves de los tempestuosos mares de el reino de los suevos trajinaban aqui y alla, realizando varias labores bajo la mirada vigilante del capitan. Fidelma no entendia por que los demas peregrinos se estaban perdiendo uno de los momentos mas apasionantes de una travesia, cuando el barco salia del puerto para hacerse a la mar. Pese a haber hecho varios viajes por mar en su vida, los sonidos del barco al partir y las vistas que los acompanaban la seguian cautivando; le fascinaba sentir el primer golpe del casco contra las olas y ver subir y bajar la costa cada vez mas delgada, desvaneciendose. Podia pasar horas sencillamente contemplando la distante linea de tierra hundiendose en el horizonte.

Fidelma era una navegante nata. No pocas veces se habia hecho a la mar sin ningun temor en un pequeno curragh *por la costa oeste, salvaje y ventosa, rumbo a islas remotas. Hacia unos anos habia ido en barco hasta Iona, la isla de los Santos, a poca distancia de la montanosa costa de Alba, de camino al sinodo de Whitby que se celebraba en Northumbria; y entonces habia pasado a la Galia durante un viaje a Roma, y luego regresado. Y en ninguna de aquellas largas travesias se habia mareado a pesar de los fuertes movimientos de la embarcacion en que viajaba.

El movimiento. Quedo pensando en esto. Quizas esa fuera la razon. Habia cabalgado desde nina. Tal vez se habia acostumbrado al movimiento montando a caballo y por ello no reaccionaba al vaiven de los barcos, al contrario de lo que solia suceder a quienes siempre habian mantenido los pies en tierra firme. Se propuso que, en aquel viaje, trataria de aprender algo mas sobre pericia marinera, navegacion y las distancias que debian recorrerse. ?De que le servia disfrutar de una travesia si no conocia su vertiente practica?

Se sonrio al pensar en lo esteriles que eran sus divagaciones y se irguio contra la baranda de madera para fijarse mejor en la altura menguante de Ardmore y los elevados edificios de piedra gris de la abadia. Habia pasado alli la noche anterior como invitada del abad.

Le sorprendio sentir cierta sensacion de soledad al pensar en la abadia de St. Declan.

Identifico de inmediato la causa: ?Eadulf!

El hermano Eadulf, el monje sajon, era el emisario de Teodoro, arzobispo de Canterbury, en la corte de su hermano Colgu, rey de Muman en Cashel. Hasta hacia una semana, Eadulf la habia acompanado durante casi un ano; como buen companero, la habia ayudado en diversas situaciones peligrosas tras haber sido citada para ejercer de dalaigh, de abogada de los tribunales de los Cinco Reinos de Eireann. ?Por que de pronto aquel recuerdo le causaba desasosiego?

La decision habia sido suya. Pocas semanas antes, Fidelma habia decidido separase de Eadulf para emprender aquel peregrinaje porque sentia que necesitaba cambiar de lugar y ambiente para meditar sobre su vida, que habia empezado a descontentarla. Por miedo a la inercia afectiva en que habia caido, Fidelma ya no sabia muy bien que queria de la vida.

Sin embargo, Eadulf de Seaxmund's Ham era el unico hombre de su edad en cuya compania se sentia verdaderamente a gusto, el unico con quien era capaz de expresarse. A Eadulf le habia costado aceptar la decision que Fidelma habia tomado de partir de Cashel para iniciar una peregrinacion.

Habia expresado sus objeciones y se habia quejado durante un tiempo, hasta decidir al fin regresar a Canterbury junto al arzobispo Teodoro, el obispo griego recien designado, al que habia acompanado desde Roma y para quien ejercia de emisario especial. Fidelma sintio cierta irritacion consigo misma por echar de menos a Eadulf cuando todavia tenia la costa a la vista. Intuia que los meses venideros serian solitarios. Echaria en falta los debates en que se enzarzaban; echaria de menos buscarle las cosquillas con las opiniones y filosofias que no compartian, y anoraria aquella forma de reaccionar con buen animo a sus provocaciones. Pese a lo encarnizado de sus discusiones, no habia enemistad entre ellos. Uno aprendia del otro al analizar cada interpretacion y debatir cada idea.

Eadulf era para ella como un hermano. Quizas ahi residia el problema. Apreto los labios mientras lo pensaba. Siempre la habia tratado de forma intachable. Penso, y no por primera vez, que acaso habria preferido que lo hiciera de otro modo. Los miembros del clero cohabitaban, contraian matrimonio, y la mayoria vivian en los conhospitae, casas mixtas en las que criaban y educaban a sus hijos al servicio de Dios. ?Era esto lo que ella queria? Seguia siendo joven y, como tal, tenia los deseos propios de una mujer de su edad. Eadulf nunca le habia dado a entender que sintiera por ella la atraccion de un hombre por

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