Eco me tiro de la manga. Asenti con la cabeza. Ya era hora de irnos. Incline la cabeza por deferencia al cadaver pero el gesto paso inadvertido; Clodia y Fulvia se miraban como tigresas con las orejas gachas. Las esclavas se dispersaron nerviosamente mientras nosotros nos dirigiamos a la puerta. Antes de salir de la sala, me di la vuelta y eche una ultima mirada a las mujeres; me sorprendio ver la imagen de Clodio muerto, tendido en la mesa y rodeado por las cinco mujeres que habian estado mas cerca de el durante su vida (su hija pequena, su sobrina Metela, su esposa Fulvia, su hermana Clodia y su suegra Sempronia). Pense en las mujeres troyanas llorando-la muerte de Hector, con las esclavas formando el coro.

La sala externa, muy iluminada, parecia otro mundo con los hombres de toga paseandose preocupados y el acallado murmullo de las voces masculinas. El ambiente era igual de tenso pero de distinta naturaleza (no por el dolor, sino por la crisis y la confusion), como un campamento militar asediado o una desesperada reunion de conspiradores. La sala estaba mas atestada que antes. Habian llegado importantes personajes acompanados de - sus respectivas comitivas de libertos y esclavos. Reconoci a varios conocidos senadores y magistrados populistas. Algunos conversaban tranquilamente en parejas. Otros se reunian en circulo para escuchar a un hombre de mirada salvaje y pelo revuelto que no cesaba de golpearse la palma de la mano con el puno.

– Digo que asaltemos esta noche la casa.de Milon -decia-. ?Para que esperar? La tenemos a tiro de piedra. Lo sacaremos a la calle a rastras, prenderemos fuego a la casa y le arrancaremos un miembro tras otro.

Cuchichee al oido de Eco:

– ?Sexto Cloelio?

Eco asintio y me respondio entre susurros:

– El brazo derecho de Clodio. Organiza a la chusma, prepara amotinamientos, disloca hombros y aplasta narices. Sin temor a ensuciarse las manos.

Algunos politicos asentian con la cabeza a la sugerencia de Cloelio. Otros se mofaban.

– ?Que te hace pensar que Milon se atreveria a volver a la ciudad despues de lo que ha hecho? dijo uno-. Ahora debe de estar a mitad de camino de Masilia.

– No -dijo Cloelio-. Milon lleva anos afirmando que algun dia mataria a Publio Clodio. Recordad mis palabras: manana ira al Foro a fanfarronear. ?Y cuando asome la nariz, lo aniquilaremos alli mismo!

– De nada serviria una matanza -dijo el apuesto joven de elegante traje que habia visto al entrar, Apio, el sobrino de Clodio-. En vez de eso, pediremos con insistencia un juicio.

– ?Un juicio! -grito exasperado Cloelio. Hubo un grunido general.

– Si, un juicio -insistia Apio-. Es el unico modo de exponer al bastardo y a sus amigos con el. ?Crees que Milon estaba solo detras de esto? No tiene seso para tramar una emboscada. ?Me huelo que detras esta Ciceron! Los enemigos de mi tio Publio no lo mataron por capricho. ?Fue un asesinato frio y calculado! No quiero solo venganza; un cuchillo en la espalda podria satisfacerla. ?Quiero ver a esos hombres desacreditados, humillados y expulsados de Roma entre abucheos! Quiero que la ciudad entera los repudie y a sus familias con ellos. Eso significa un juicio.

– No creo que sea una cuestion de elegir entre preparar o no una matanza -dijo un joven de aspecto astuto y tranquilo que estaba en la periferia de la multitud.

– Cayo Salustio -me dijo Eco al oido-. Uno de los tribunos radicales elegidos el ano pasado.

Las cabezas se volvieron. Convertido ya en centro de la atencion, Salustio se encogio de hombros.

– Bueno, ?en que te basas para creer que podemos controlar a la plebe? Clodio podia, pero Clodio esta muerto. No hay forma de saber lo que ocurrira manana, o esta misma noche, para el caso. ?Una matanza? ?Un bano de sangre? Tendremos suerte si queda en Roma organizacion suficiente para incoar un proceso.

Hubo otra ronda de grunidos y bufidos, pero nadie puso en duda lo que decia Salustio. Por el contrario, se apartaron con inquietud y reanudaron sus disputas sin el.

– ?Un juicio! -insistio Apio.

?Primero un amotinamiento! -dijo Sexto Cloelio-. La gente no se contentara con menos. Y si Milon se atreve a dar senales de vida, lo decapitaremos y pasearemos su cabeza por el Foro clavada en una estaca.

– Entonces, seguro que la furia de la ciudad se desatara contra nosotros -arguyo Apio-. No. Mi tio Publio conocia el modo de utilizar a la plebe (como se usa un punal, no una maza). Estas nervioso, Sexto. Te vendria bien dormir un poco.

– No me cuentes como utilizaba Publio a la plebe -dijo Cloelio-. La mitad de las veces era yo el que tramaba las estrategias por el.

Los ojos de Apio chispearon. Me recordaron a los ojos de Clodia, brillantes y verdes como esmeraldas.

– No intentes atribuirte mas poder del que te corresponde, Sexto Cloelio. Ahorrate tu vulgar retorica para la chusma. Los hombres de esta sala somos demasiado refinados para tu estilo fanfarron.

Cloelio abrio la boca para responder pero se dio media vuelta y se alejo con paso airado.

Hubo un silencio tenso que rompio Salustio.

– Creo que estamos todos un poco nerviosos -dijo-. Me voy a casa a dormir un poco. -Un nutrido grupo de sirvientes salio con el arrastrando los pies, dejando mas espacio para los que permanecieron alli con sus paseos y gesticulaciones.

– Nosotros deberiamos hacer lo mismo -dije dando un codazo a Eco-. Necesito dormir. Ademas, es como dice Salustio: nadie sabe lo que puede ocurrir esta noche en las calles. Deberiamos estar en casa con nuestras familias y las puertas atrancadas.

El gladiador que nos habia escoltado antes no nos habia quitado el ojo de encima. Cuando nos movimos en direccion a la puerta, se unio a nosotros e insistio en indicarnos la salida. Se volvio unicamente cuando nos hubo entregado a la proteccion de los guardaespaldas de Eco, que aguardaban en un descansillo de-la apartada entrada lateral.

Descendimos los escalones que daban a la calle_ La multitud congregada fuera del antepatio de la casa de Clodio habia aumentado considerablemente. Habia grupos de hombres- que discutian, como sus jefes dentro de la casa, sobre lo que deberia hacerse, solo que gritaban mas y su lenguaje era mas vulgar. Otros, estaban solos y sollozaban abiertamente, como si hubiesen asesinado a un hermano -o a su propio padre.

Intentaba caminar en linea recta, pero -la multitud era como una fuerza, como una contracorriente que me retuviera. Eco estaba contento de quedarse y observar, de modo que callejeamos excitados por la luz de las antorchas, los trozos de conversacion que flotaban, la movediza masa humana y la sensacion de inseguridad y espanto.

Subitamente, las grandes puertas de bronce de la casa de Clodio se abrieron con un doble sonido metalico. Un silencio expectante cayo sobre la muchedumbre como una ola. Primero aparecieron hombres armados que descendieron los escalones acordonados, precediendo y flanqueando a los hombres de toga, que transportaban el cuerpo de Clodio en unas andas largas y aplanadas.

Tan pronto como se pudo ver el cuerpo, se elevo un grunido entre la multitud, seguido de una gran precipitacion hacia delante. Depositaron las andas en las escalinatas, ladeadas hacia arriba para que pudiera verse a Clodio. Nos vimos atrapados en la apretura. La multitud se comprimio en el antepatio y los que estaban en la calle entraron de un tiron detras, como si se los tragara un torbellino. Eco me agarro de la mano cuando nos vimos impelidos a atravesar las puertas y entramos en el antepatio como los restos flotantes de una inundacion. Sus guardaespaldas luchaban por mantenerse cerca a codazos y empujones. Senti en las costillas el pinchazo de un cuchillo que llevaba el guardaespaldas que tenia a mi lado y pense en la absurda ironia de tener que ser accidentalmente atravesado por el arma de un hombre que pretendia protegerme.

Nos detuvimos. La multitud estaba apretada en el antepatio como los granos de arena en una botella. Entre el humo de las antorchas tuve una clara vision de Clodio sostenido en las andas, rodeado en la muerte como lo habia estado toda su vida, por guardias armados. A ambos lados de las andas estaban los hombres que lo habian transportado. Entre ellos reconoci a Apio y a Sexto Cloelio.

A Clodio lo habian despojado de la ropa ensangrentada y lo habian dejado unicamente con un taparrabos. Habian limpiado la herida del hombro y las heridas del pecho, pero con el unico proposito de exhibirlos con mayor claridad; aun quedaba mucha sangre coagulada por toda la piel palida y cerulea. El pelo, observe, lo habian peinado y desenredado amorosamente. Lo llevaba estirado hacia atras, como lo habia llevado en vida, pero un mechon suelto le caia en un ojo. Mirandole solo a la cara, se podria creer que simplemente dormia y que fruncia el ceno porque el pelo le hacia cosquillas en un ojo y que, de un momento a otro, iba a levantar la mano para apartarselo. Verle desnudo a la luz de las estrellas en aquella fria noche me hizo estremecer.

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