Belinda Alexandra

La lavanda silvestre que ilumino Paris

Titulo original: The Wild Lavender

© 2004, Belinda Alexandra

© 2011, Julia C. Gomez Saez, por la traduccion

Para mi hermosa madre, Deanna

Tu has sido mi mayor apoyo y mi amiga mas fiel

PRIMERA PARTE

Capitulo 1

– ?Simone, la lavanda te esta esperando!

?Piiiii! ?Piiiii!

– ?Simone! ?Simone!

No se que me desperto antes, si la bocina del nuevo automovil de Bernard o mi padre llamandome desde la cocina. Levante la cabeza de la almohada y frunci el ceno. El olor a algodon reseco invadia la habitacion. Los rayos del sol de la manana que se filtraban a traves de los postigos de las ventanas eran blancos por el calor.

– ?Simone, la lavanda te esta esperando!

Percibi la alegria en la voz de mi padre. La bocina del coche de Bernard tambien sonaba alegre. Me sente y por la ventana vi el automovil color granate, con la capota bajada, que se aproximaba por el camino bordeado por los pinos. Bernard lucia una gran sonrisa al volante. Los radios de las llantas hacian juego con el blanco brillante de su traje y su sombrero de panama. Me pregunte si elegiria su atuendo para que conjuntara con los vehiculos que conducia. El ano anterior, cuando la moda eran los coches britanicos, le habiamos visto llegar ataviado con un traje negro y un sombrero de hongo. Aparco en el patio, cerca de la glicinia, y echo la vista atras. A lo lejos, por el camino, traqueteaba una camioneta. El conductor era un hombre de tez oscura y los pasajeros tenian la piel tan tostada como la de las berenjenas.

Me deslice fuera de la cama y recorri a toda prisa la habitacion en busca de mi vestido de trabajo. Ninguna de mis prendas estaba en el armario: todas ellas se hallaban desparramadas bajo la cama o sobresalian de los cajones de la comoda. Me cepille el pelo y trate de recordar donde habia dejado el vestido.

– ?Simone! -me llamo mi padre de nuevo-. ?Me gustaria verte aparecer antes de que se acabe 1922!

– ?Ya voy, papa!

– ?Oh! ?Acaso he perturbado el sueno de nuestra Bella Durmiente?

Sonrei. Me lo imagine sentado a la mesa de la cocina, con una taza de cafe en una mano y en la otra un trozo de salchicha pinchado en el extremo de un tenedor. Seguramente tenia el baston de paseo apoyado sobre la pierna y su ojo bueno miraba con paciencia hacia el rellano de la escalera en busca de alguna senal de vida por mi parte.

Localice el vestido colgado detras de la puerta y recorde que lo habia colocado alli la noche anterior. Deslice los brazos por el interior de la prenda y logre ajustarmela sin engancharme mi larga melena en ninguno de los broches,

La bocina del automovil de Bernard volvio a sonar. Pense que era extrano que nadie le hubiera invitado a entrar y mire por la ventana para ver que sucedia. Pero no era el el que estaba tocando la bocina, sino un nino que se habia subido al estribo del coche. Tenia los ojos tan redondos como ciruelas. Una mujer que llevaba el pelo recogido bajo un panuelo lo aparto de un tiron del automovil y le rino. Pero su disgusto era simulado. El muchacho sonrio y su madre le cubrio la frente de besos. Mientras tanto, los tres pasajeros masculinos de la camioneta estaban descargando baules y sacos. Contemple como el mas alto de los tres bajaba una guitarra, acunando el instrumento entre sus brazos con la misma delicadeza con la que una madre sostiene a su bebe.

Tio Gerome, con el sombrero de trabajo ladeado sobre sus cabellos grises, entablo una conversacion con el conductor. Por la manera en la que las puntas del bigote de mi tio se torcian hacia abajo, supe que estaban hablando de dinero. Senalo hacia el bosque y el conductor se encogio de hombros. Continuaron gesticulando durante algunos minutos mas antes de que el conductor asintiera con la cabeza. Tio Gerome se llevo la mano al bolsillo y saco una bolsita, conto todas y cada una de las monedas y fue colocandolas en la palma de la mano del hombre. Satisfecho, el conductor le estrecho la mano y les hizo un gesto de despedida a los demas antes de volver a montarse en la camioneta y ponerla en marcha. Tio Gerome se saco una libreta del bolsillo y un lapiz de detras de la oreja y garabateo la cantidad que acababa de pagar en su libro de cuentas, el mismo libro en el que tenia anotado cuanto dinero le debia mi padre.

Bese el crucifijo que se encontraba junto a la puerta y me apresure a bajar las escaleras. En medio del pasillo, me acorde de mi amuleto de la buena suerte. Corri de vuelta a mi habitacion, cogi la bolsita de lavanda de la comoda y me la escondi en el bolsillo.

Mi padre estaba exactamente donde yo me lo habia imaginado, sosteniendo el cafe y la salchicha. Bernard se habia sentado junto a el, meciendo una copa de vino entre las manos. Bernard lucho con mi padre en las trincheras durante la guerra. Eran dos hombres que jamas se habrian conocido de no haber sido por aquellas circunstancias y ahora compartian una fiel amistad. Mi padre recibio a Bernard con los brazos abiertos en nuestra familia, porque sabia que la suya propia habia rechazado a su nuevo amigo. El pelo rubio de Bernard parecia aun mas claro que la ultima vez que lo habia visto. Olfateo el vino antes de beberselo, igual que olia todo en la vida antes de hacer nada. La primera vez que nos hizo una visita, lo encontre en el patio, olisqueando el aire, como un perro sabueso.

– Dime, Simone, ?hay un riachuelo colina abajo, cerca de aquellos enebros? -me pregunto.

Estaba en lo cierto, aunque no se veian los enebros desde donde nos encontrabamos y el riachuelo no era mas que un hilo de agua.

Mi madre y tia Yvette se movian de aqui para alla por la cocina limpiando los restos del desayuno: salchichas, queso de cabra, huevos cocidos y pan con aceite. Tia Yvette se metio la mano en el bolsillo del delantal en busca de sus gafas y se las puso para comprobar si habia algo que mereciera la pena guardar sobre la mesa revuelta.

– ?Y yo que? -proteste, cogiendo un trozo de pan de un plato antes de

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