– Pero ?que se supone que es esto? Debe de ser obra de un loco.

– Aun no sabemos si es solo uno. Puede tratarse de varios.

– ?Varios desquiciados?

– Quien sabe.

Ludwig la miro inquisitivo.

– ?Hay algo en este asunto que sepamos de verdad?

– En realidad, no.

– Esto tiene unas dimensiones demasiado grandes para nosotros. Necesitamos ayuda.

– En eso consiste tu mision. Ademas, les he comunicado a los periodistas que celebraremos una conferencia de prensa a las seis.

– ?Y que vamos a decir?

– Eso depende de a cuantos familiares hayamos logrado localizar para entonces. Eso tambien es responsabilidad tuya.

– ?Localizar a los familiares?

– Erik tiene la lista. Deberas empezar por organizar el trabajo. Llamar al personal que este librando y todo eso. Tu eres el jefe.

Robertsson se acercaba caminando hacia ellos por la carretera.

– Esto es horrendo, una atrocidad -opino Tobias Ludwig-. Me pregunto si habra algun precedente similar en toda Suecia.

Robertsson nego con un gesto. Vivi Sundberg observaba a los dos hombres. Sentia crecer la sensacion de que debian darse prisa, de que, si no se apresuraban, sucederia algo mucho peor.

– Empieza con los nombres -le dijo a Tobias Ludwig-. Creeme, necesito contar con tu ayuda.

Despues tomo a Robertsson del brazo y echo a andar con el por la carretera.

– ?Que piensas?

– Que tengo miedo. ?Tu no?

– A mi no me queda tiempo para eso.

Sten Robertsson la observo con los ojos entrecerrados.

– Pero tienes alguna idea, ?verdad? Siempre la tienes.

– No, esta vez no. Pueden haber sido diez personas, pero por ahora no puedo decir ni que si ni que no. Trabajamos sin ninguna hipotesis concreta. Ademas, tu has de estar en la conferencia de prensa.

– Detesto hablar con los periodistas.

– Lo siento, es lo que hay.

Robertsson se marcho y Vivi estaba a punto de meterse en el coche cuando vio que Erik Hudden le hacia senas. Caminaba hacia donde ella se encontraba y llevaba algo en la mano. «Ha encontrado el arma homicida», se dijo Vivi. «Eso seria lo mejor, nos vendria de maravilla. A menos que atraparamos pronto al asesino.»

No obstante, lo que Erik Hudden llevaba en la mano no era un arma sino una bolsa de plastico, que le entrego a Vivi. Una bolsa que contenia una cinta de seda roja.

– La encontro el perro. En el bosque, a unos treinta metros de la pierna.

– ?Alguna huella?

– Estan investigandolo ahora mismo. Pero el perro localizo la cinta y no dio muestras de querer seguir buscando hacia el interior del bosque.

Vivi sostuvo en alto la bolsa y entrecerro un ojo para distinguir bien el contenido.

– Es muy fina -observo-. Parece de seda. ?Algun otro objeto?

– Solo eso, porque se destacaba entre la nieve.

Vivi le devolvio la bolsa.

– Bien, pues algo es algo -se consolo Vivi-. En la conferencia de prensa podremos comunicarle al mundo que tenemos diecinueve victimas de asesinato y una pista, una cinta de seda roja.

– Tal vez encontremos algo mas.

– Si, encontrad algo mas. Y ademas atrapad al autor del crimen, haced el favor. O, mas bien, al monstruo.

Cuando Erik Hudden se marcho, Vivi se sento en el coche para poder pensar a solas. A traves del parabrisas vio como unas asistentes sociales se llevaban a Julia. «Ella, felizmente, lo ignora todo», penso. «Julia jamas comprendera lo que sucedio en las casas vecinas a la suya esta noche de enero.»

Cerro los ojos e hizo desfilar los nombres de la lista por su cabeza. Aun le resultaba imposible emparejar los nombres con los rostros que habia visto ya en cuatro ocasiones. ?Donde empezo todo?, se pregunto. Una de las casas seria la primera y otra tuvo que ser la ultima. El autor del crimen, actuase o no en solitario, debia saber lo que hacia. No fue de casa en casa al azar, no intento entrar en la de los accionistas ni en la de la anciana senil. Sus casas se libraron de el.

Volvio a abrir los ojos y se quedo mirando por la ventanilla. «Fue premeditado», concluyo. «Tuvo que serlo, pero ?acaso puede un ser perturbado prepararse para semejante matanza? ?Encaja en su perfil?»

Ella opinaba que una persona mentalmente desquiciada bien podia actuar de forma por completo racional. De hecho, tenia cierta experiencia de ello. Recordaba a un tipo obsesionado por tener razon que, hacia ya muchos anos, habia sacado un arma en el juzgado de Soderhamn y matado a tiros al juez, entre otros. Cuando la policia llego a su casa, que se hallaba en el bosque, descubrio que el hombre habia colocado cargas explosivas por todas partes. Se trataba de un loco con un apasionado plan.

Se sirvio el ultimo cafe que quedaba en el termo. «El movil…», penso. «Hasta un perturbado mental ha de tener un movil. Tal vez una voz interior lo conmine a matar a la gente que se interpone en su camino, pero ?como iban a conducirlo las voces precisamente a Hesjovallen? Y, en tal caso, ?por que? ?Que papel ha desempenado la casualidad en este drama?» La idea la devolvio al punto de partida. No todos los habitantes del pueblo estaban muertos. El asesino habia perdonado la vida a tres personas, pese a que habria podido matarlas a ellas tambien, de haber querido. En cambio, habia acabado con la vida de un nino que, al parecer, se encontraba casualmente de visita en aquel pueblo maldito.

«El nino puede ser la clave», considero. «El pueblo no es su sitio y, aun asi, ha muerto, mientras que otras dos personas que llevan aqui veinte anos siguen con vida.»

Comprendio que estaba formulandose una pregunta para la que necesitaba una respuesta inmediata. Era algo que le habia dicho Erik Hudden. ?Lo recordaba bien? ?Como se llamaba Julia de apellido?

La puerta de la casa de Julia no tenia echada la llave. Entro y leyo el papel que Erik Hudden habia encontrado en la mesa de la cocina. La respuesta a su pregunta le acelero el corazon. Se sento para intentar ordenar sus ideas.

Llego a una conclusion inverosimil que, no obstante, bien podia ser cierta. Marco el numero de Erik Hudden, que contesto de inmediato.

– Estoy en casa de Julia, en la cocina, la mujer que vimos en albornoz en la carretera. Ven aqui cuanto antes.

– Voy ahora mismo.

Erik Hudden se sento a la mesa frente a ella pero se levanto enseguida y olisqueo el asiento. Luego cambio de silla. Vivi lo miro inquisitiva.

– Huele a orina. La anciana debe de haberse hecho pis encima. Bueno, ?que querias decirme?

– Quiero que oigas una idea que se me ha ocurrido. Parece ilogica y, al mismo tiempo, razonable. Vamos a apagar los telefonos para que no nos molesten.

Ambos dejaron los moviles sobre la mesa. «Como si dejaramos las armas reglamentarias», se dijo Vivi Sundberg.

– Intentare hacer una sintesis de algo que, en realidad, no puede sintetizarse. Pese a todo, intuyo una especie de extrana logica en lo que sucedio anoche en este pueblo. Quiero que me escuches y me digas si estoy totalmente equivocada o donde me equivoco.

En ese momento oyeron la puerta de la casa y un tecnico criminalista que acababa de llegar entro en la cocina.

– ?Donde estan los muertos?

– En esta casa no hay ninguno.

Asi que el tecnico se marcho.

– Se trata de los nombres -comenzo Vivi-. Aun ignoramos como se llama el nino, pero, si mi idea es correcta,

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