No se la veia demasiado afligida. En realidad parecia contenta, en el momento en que sus ojos se encontraron, al menos, bastante contenta. Pero por supuesto eso no significaba nada. Elizabeth Smart, la joven secuestrada en Utah, habia salido a la calle con su secuestrador y no intento nunca pedir ayuda. Tal vez sucediera algo parecido con Katie.

Pero no lo creia.

La presunta Katie pelirroja le susurro algo a aquel hombre. Aceleraron el paso. Edna vio que doblaban a la derecha y bajaban la escalera del metro. El rotulo indicaba las lineas C y E. Stanley alcanzo a Edna. Estaba a punto de decir algo, pero vio su expresion y se contuvo.

– Vamos -dijo ella.

Cruzaron corriendo y bajaron la escalera. La mujer desaparecida y el hombre moreno cruzaban el torniquete. Edna lo miro.

– Mierda.

– ?Que?

– No tengo tarjeta de metro.

– Yo si -dijo Stanley.

– Damela. Corre.

Stanley saco la tarjeta de la cartera y se la dio. Ella la introdujo en la ranura, cruzo el torniquete y se la devolvio. No le espero. Ellos bajaron por la escalera de la derecha. Se dirigio hacia alli. Oyo el rugido del tren que llegaba y bajo corriendo.

Los frenos chirriaron. Las puertas se abrieron, y el corazon de Edna empezo a latir desenfrenadamente en su pecho. Miro a derecha e izquierda, buscando a la pelirroja.

Nada.

?Donde estaba la chica?

– Edna.

Era Stanley. La habia alcanzado.

Ella no dijo nada. Se quedo en el anden, pero no habia rastro de Katie Rochester. Y aunque lo hubiera, ?que? ?Que podia hacer Edna? ?Subir al metro y seguirla? ?Adonde? ?Y despues que? Encontrar el piso o la casa y llamar a la policia…

Alguien le toco el hombro.

Edna se volvio. Era la chica desaparecida.

Durante un tiempo despues, Edna se preguntaria que habia visto en la expresion de su cara. ?Era una mirada de suplica, de desesperacion, de calma, de alegria, incluso? ?Decision? Todo a la vez.

Se quedaron quietas un momento, mirandose. El trafico de personas, los indescifrables sonidos de megafonia, el aviso del tren…, todo desaparecio y quedaron solo ellas dos.

– Por favor -dijo la chica desaparecida, con un susurro-. No comente que me ha visto.

Despues subio al metro. Edna sintio un escalofrio. Se cerraron las puertas. Ella queria hacer algo, lo que fuera, pero no podia moverse. Su mirada estaba fija en la otra.

– Por favor -silabeo la chica a traves del cristal.

Y el tren desaparecio en la oscuridad.

2

Habia dos chicas adolescentes en el sotano de Myron.

Asi fue como empezo. Mas tarde, cuando Myron recordaba toda la perdida y la angustia, aquella serie de «y si» volvia y le obsesionaba de nuevo. Y si no hubiera necesitado hielo. Y si hubiera abierto la puerta del sotano un minuto antes o un minuto despues. Y si las dos adolescentes -?que estaban haciendo solas en su sotano, para empezar?- hubieran hablado en susurros para que el no las oyera.

Y si el se hubiera ocupado de sus asuntos.

Desde lo alto de la escalera, Myron oyo reir a las chicas. Se paro. Por un momento penso en cerrar la puerta y dejarlas solas. Su pequena fiesta estaba escasa de hielo, pero aun quedaba algo. Podia volver mas tarde.

Pero antes de que pudiera volverse, una de las voces de las chicas subio como el humo por el hueco de la escalera.

– Entonces ?te fuiste con Randy?

La otra:

– Oh, Dios mio, estabamos tan colocados.

– ?De cerveza?

– Cerveza y chupitos, si.

– ?Como llegaste a casa?

– Condujo Randy.

En lo alto de la escalera, Myron se quedo rigido.

– Pero si has dicho…

– Calla. -Despues-: ?Hola? ?Hay alguien ahi?

Pillado.

Myron bajo la escalera trotando y silbando. Con toda la naturalidad del mundo. Las dos chicas estaba sentadas en lo que antes habia sido el dormitorio de Myron. El sotano habia sido «decorado» en 1975 y se notaba. El padre de Myron, que en ese momento se estaria divirtiendo con su madre en un apartamento cercano a Boca Raton, habia sido esplendido con la cinta adhesiva. El forro de madera, un diseno que habia envejecido tanto como el Betamax, empezaba a soltarse. En algunos puntos las paredes de cemento estaban a la vista y se desconchaban de forma palpable. Las baldosas del suelo, pegadas con algo semejante a cola, se abombaban. Crujian como un escarabajo al pisarlas.

Las dos chicas -Myron conocia a una de ellas de toda la vida, a la otra acababa de conocerla- le miraron con los ojos muy abiertos. Por un momento, nadie hablo. Las saludo con un gesto.

– Eh, chicas.

Myron Bolitar se enorgullecia de su capacidad para iniciar conversaciones.

Las dos chicas estaban en el ultimo curso de instituto, y era bonito su aire de colegialas. La que estaba sentada en el extremo de su vieja cama -la que acababa de conocer hacia una hora- se llamaba Erin. Hacia dos meses que Myron salia con Ali Wilder, la madre de Erin, una viuda que trabajaba de periodista free lance. La fiesta, en la casa donde Myron habia crecido y que ahora era suya, era algo asi como la celebracion del «noviazgo» de ellos dos.

La otra chica, Aimee Biel, imito su gesto y su tono.

– Eh, Myron.

Mas silencio.

La primera vez que vio a Aimee Biel fue el dia siguiente a su nacimiento en el St. Barnabas Hospital. Aimee y sus padres, Claire y Erik, vivian a dos manzanas de distancia. Myron conocia a Claire desde que iban juntos a la Heritage Middle School, a medio kilometro de alli. Myron miro a Aimee. Por un momento fue como volver veinticinco anos atras. Aimee se parecia tanto a su madre -tenia la misma sonrisa maliciosa y despreocupada-, que era como entrar en el tunel del tiempo.

– Iba a por mas hielo -dijo Myron. Senalo el congelador con el pulgar para ilustrarlo.

– Bien -dijo Aimee.

– Muy frio -dijo Myron-. Helado, de hecho.

Myron chasqueo la lengua. Solo el.

Con una sonrisa tonta todavia en la cara, Myron miro a Erin. Ella aparto la mirada. Esa habia sido su reaccion basica ese dia. Educada pero distante.

– ?Puedo preguntarte algo? -dijo Aimee.

– Dispara.

Ella abrio las manos.

– ?No era esta tu habitacion de pequeno?

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