Bree continuo enumerando sus condiciones con la yema de dos dedos.

– Nada de cafe despues de las seis. No trabajaras despues de la cena. Antes de ir a dormir te tomaras un conac doble…

– ?Perdon?

– No te molestes en pedirme perdon. Estos son mis condiciones.

– Pero si no tienen sentido.

– O lo tomas o lo dejas, pero quiero tu palabra de que estas de acuerdo.

– Reynaud, te pones a hablar de conac cuando te ofrezco dos mil dolares…

Bree giro sobre sus talones y se dirigio a la puerta. Simon lanzo un grueso juramento y salio disparado detras de ella. Llego a la puerta un segundo antes pero se limito a mirarla con cara de perplejidad.

– No te comprendo -dijo irritado pero tendiendole la mano.

Algunos contratos son considerados legales y vinculantes con un mero darse la mano. Bree sintio que estaba firmando un pacto con el propio diablo. Su mano era grande, calida y dura. Noto una oleada de pura sensualidad femenina que la dejo molesta y agitada.

Excusaba su atraccion por el porque las dos veces que la habia acariciado habia sido en estado de sonambulismo. La noche es el terreno de los suenos y las fantasias. En sus ciegos merodeos, Simon habia despertado una de sus mas antiguas fantasias, la de encontrar un hombre que aceptara todo el amor que ella tenia para ofrecer sin usarla. El sueno, como todos los suenos, era poco realista. Y, no obstante, durante sus correrias nocturnas, Simon no le habia hecho dano ni la habia amenazado en forma alguna.

En aquellos momentos si se sentia amenazada. Nadie que hubiera nacido en los selvaticos pantanos de Louisiana podia ser insensible a un presagio. El contacto habia sido breve pero la sensacion permanecia alli. El mismo sol que entraba en la habitacion parecio ensombrecerse hasta que solo quedo Simon.

Bree se regano a si misma. Aquel no era el hombre de sus suenos. Quiza tuviera alguna razon para ser cautelosa con mister Hyde. Pero aquel era Jekyll. Era Simon. Era la realidad.

Pero Simon necesitaba ayuda. Iba a ser divertido ayudarle en los terminos que ella habia impuesto. No seria dificil encontrar una habitacion con cerraduras seguras y por todos los demonios, solo se habia comprometido a quedarse un par de dias.

– ?Simon?

Oyo aquella voz familiar pero la ignoro. Habia estado sentado frente a la pantalla del ordenador durante mas de cinco horas. Habia conectado con una base de datos que cubria los periodos Oligoceno y Pleistoceno. Personalmente, le importaba un pito la arqueologia pero habia encontrado un par de coleccionistas interesados. Iba contra su naturaleza que lo enganaran en las transacciones comerciales, lo que implicaba que tenia que saber mas que ellos.

– Senor Courtland.

– ?Que? -dijo el haciendo girar su silla. Tenia los ojos enrojecidos y los nervios desquiciados.

– Apreciariamos mucho que nos acompanara para que un te de alta sociedad.

– ?Para que?

– Para un te elegante, papa.

Las dos visiones hicieron una reverencia. La mas pequena estaba envuelta en encajes, una boa al cuello, zapatillas de tenis color naranja y un abanico de papel de periodico. Llevaba el pelo recogido en un mono mas propio de una mujer de treinta anos.

La otra vision llevaba un traje largo de encaje completamente negro. O el vestido tenia una confeccion extrana o Bree habia ganado unos diez kilos en pocas horas, que se concentraban en su trasero. Se sujetaba los cabellos con una peineta y habia sacado de alguna parte unos zapatos negros de rancia cosecha.

– Aqui la Reina de Inglaterra -dijo Bree con un ampuloso gesto de su brazo-. Yo soy la Duquesa de Pookenanney. Normalmente tomamos el te en el salon.

Simon se pellizco la nariz y cerro los ojos.

– ?Se supone que me lo he de tomar en serio?

– Puedes hacer lo que te plazca en tanto muevas tu «petit cul mignon, cher».

Simon podia no saber frances pero sabia cuando alguien le decia que moviera el trasero. Se levanto y la miro a los ojos un instante. Durante los ultimos tres dias habia alimentado una fantasia sobre lo que haria con ella si la pillaba a solas cinco minutos.

Tenia una cantidad de trabajo ingente pero siguio su ridiculo contoneo hasta el salon. No le cabia duda de que Bree creia haberle domesticado.

Estaba mortalmente equivocada.

Con la seriedad de un juez contemplo el salon. Bree lo habia limpiado. Habia abierto las cortinas, las sabanas que amortajaban los muebles habian desaparecido y habia encerado y pasado la aspiradora hasta que todo habia quedado a su gusto. Y no era la unica habitacion que habia sufrido el mismo proceso. Ella nunca pedia permiso. El tampoco queria que trabajara como una esclava.

Bree solo tenia una marcha la rapida. Lo hacia todo de la misma manera, impulsiva, exuberante, apasionada. Y eso no era todo, pretendia organizarle la vida. Le obligaba a hacer una hora de ejercicio diario, le preparaba comidas equilibradas y, puntual como un reloj, alrededor de las nueve le presentaba una copa de conac del tamano de un jarron.

Estaba obsesionada con aquel conac. El le daba un sorbo y lo volvia a echar en la botella cuando Bree no miraba. Si se hubiera tratado de otra, Simon habria creido que trataba de emborracharle, pero no era tan ingenuo.

No le caia bien a Bree. Ella no decia que pensaba que era un arrogante, reprimido, adicto compulsivo al trabajo, sin embargo, la temperatura subia siempre que estaban en la misma habitacion. No era muy dificil provocarla. Nunca llegaba a estallar, se limitaba a largar una retahila de palabras francesas entre dientes. A Simon no le afectaba, tenia demasiado dominio de si.

Y antes que estrangularla preferia plegarse a sus normas, no porque se hubiera convertido en un perrillo faldero, sino porque Bree era como una bocanada de aire peligrosamente fresco. Su familia nunca le habia perdonado que tomara las riendas. Los empleados se humillaban ante su autoridad. Liz solia decir que habia perdido toda su humanidad. Nadie habia tenido el valor de retarle en mucho tiempo.

Excepto Bree.

Por lo general, se limitaba a bromear sobre sus maneras dictatoriales pero aquella tarde se trataba de algo diferente. El dia anterior le habia herido en lo mas vivo. La pequena bruja habia jugueteado con el, pero se habia recreado en algunos comentarios reprochandole que no supiera jugar con su hija. Le habia dolido entonces. Todavia le dolia.

Si Jess queria que asistiera a una merienda iba a asistir y a comportarse con todo el decoro y la etiqueta que exigiese la situacion.

– Sientese, Sir Simon.

La duquesa y la reina se sentaron regiamente en el sofa. Simon tuvo que dominar un momento de panico al ver la vajilla de juguete sobre la mesa. La una de su dedo pulgar era mas grande que aquellas tazas.

– ?Azucar o limon, Sir? -pregunto la duquesa.

– ?Perdon?

Simon tenia miedo de equivocarse. No le importaba si Bree juraba en frances hasta quedar sin aliento pero queria que su hija se sintiera feliz.

– ?Quiere azucar o prefiere limon?

– Azucar -murmuro el precavido.

Las dos estaban sentadas con las espaldas rigidas como viudas. La Reina de Inglaterra sirvio el te. La duquesa puso el azucar. Sin embargo, no habia ni liquido ni terrones de azucar.

– No estas bebiendo, papa.

– ?Oh!

Las imito y se llevo la taza a los labios. Fijandose en Bree, cogio el asa entre el pulgar y el indice y dejo el menique tieso. Todos sostenian la taza asi separados. Bebieron.

– ?Le apetece un emparedado de pepino?

– Claro, Sir Simon, ?le apetece?

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