– Esta bien, ya le haremos saber.

– No tengo telefono.

– Esta bien, Sr. Chinaski.

Me fui y volvi a mi habitacion. Baje al mugriento recibidor y me di un bano caliente. Luego me vesti y sali a la calle a comprar una botella de vino. Regrese a la habitacion y me sente junto a la ventana, bebiendo y observando a la gente del bar, contemplando a la gente andar por ahi. Bebi con tranquilidad y empece a pensar de nuevo en agenciarme una pistola y hacerlo de una vez rapidamente -sin todo el rollo de la cavilacion y la palabreria. Una cuestion de cojones. Me pregunte si tendria suficientes cojones. Acabe la botella y me fui a la cama a dormir. Hacia las 4 de la tarde, me despertaron unos golpes en la puerta. Era un recadero de la Western Union. Abri el telegrama.

SR. H. CHINASKI. PRESENTESE A TRABAJAR MANANA A LAS 8. RMTE. COMPANIA HEA-THERCLIFF.

5

Era una compania distribuidora de revistas y nosotros nos poniamos en la mesa empaquetadora examinando ordenes para comprobar si las cantidades coincidian con las facturas. Luego firmabamos la factura y, o bien despachabamos el cargamento para el transporte fuera de la ciudad, o bien lo apartabamos a un lado para el reparto local en camionetas. El trabajo era facil y tonto, pero los empleados estaban en un constante estado de tension. Se preocupaban por su trabajo. Habia una mezcla de hombres y mujeres jovenes y no parecia que hubiera ningun jefe de personal vigilando. Pasadas unas cuantas horas, dos mujeres empezaron a discutir. Sobre alguna tonteria acerca de las revistas. Estabamos empaquetando unos cuadernos de historietas y habia pasado no se que en un extremo de la mesa. A medida que iba avanzando la discusion, las dos mujeres se iban poniendo mas violentas.

– Oye -dije-, no vale la pena que por estos libre-jos os pongais a discutir.

– Muy bien -dijo una de ellas-, ya sabemos que te crees demasiado bueno para este trabajo.

– ?Demasiado bueno?

– Si, esa actitud tuya. ?Te crees que no nos hemos dado cuenta?

Fue entonces cuando aprendi que no es suficiente con hacer tu trabajo, sino que ademas tienes que mostrar un interes por el, una pasion incluso.

Trabaje alli tres o cuatro dias, el viernes nos pagaron rigurosamente por horas. Nos dieron unos sobres amarillos con billetes verdes y el cambio exacto. Dinero a tocateja, nada de cheques.

Cercana ya la hora de cierre, el chofer del camion volvio del reparto un poco mas temprano que de costumbre. Se sento en una pila de revistas y encendio un cigarrillo.

– Si, Harry -le dijo a uno de los empleados-, hoy he conseguido un aumento de sueldo. Un aumento de dos dolares.

Al salir del trabajo hice una parada para comprar una botella de vino, subi luego a mi habitacion, tome un trago, entonces baje al vestibulo y telefonee a mi compania. El telefono sono largo rato. Finalmente lo cogio el senor Heathercliff. Estaba todavia alli.

– ?Senor Heathercliff?

– ?Si?

– Soy Chinaski.

– ?Si, Chinaski?

– Quiero un aumento de sueldo de dos dolares.

– ?Que?

– Ya lo ha oido. Al conductor del camion se lo han aumentado.

– Pero el lleva dos anos con nosotros.

– Necesito un aumento.

– ?Le estamos dando diecisiete dolares por semana y ya quiere pedir diecinueve?

– En efecto. ?Me los da o no?

– No podemos hacer eso.

– Entonces dejo el trabajo -colgue el telefono.

6

El lunes estaba con resaca. Me afeite la barba y escogi una oferta de trabajo. Me sente frente al director, un tio en mangas de camisa con unas profundas ojeras. Tenia pinta de no haber dormido en toda una semana. Hacia frio y el sitio estaba a oscuras. Era la sala de composicion de uno de los dos periodicos locales, el mas humilde. Los hombres se sentaban en los escritorios bajo las lamparas de flexo componiendo las paginas para la imprenta.

– Doce dolares a la semana -dijo.

– Esta bien -dije-, lo cojo.

Me puse a trabajar con un hombrecito gordo con una barriga de apariencia insana. Tenia un reloj de bolsillo pasado de moda con una cadenita de oro y llevaba chaleco, una visera, tenia labios de gorrino y un oscuro aire carnoso en la cara. Las lineas de su rostro no tenian interes ni mostraban caracter; su cara parecia como si hubiese sido doblada muchas veces y luego desplegada, como un pedazo de carton. Llevaba zapatos anticuados y mascaba tabaco, echando el jugo en una escupidera a sus pies.

– El senor Belger -dijo del hombre que necesitaba dormir-, ha trabajado muy duro para levantar este periodico. Es un buen hombre. Estabamos en bancarrota antes de que el llegara.

Me miro.

– Normalmente le dan este trabajo a algun estudiante.

Es un sapo, pense, eso es lo que es.

– Quiero decir -continuo-, que este trabajo normalmente le viene bien a un estudiante. Puede estudiar sus libros mientras espera algun recado. ?Eres estudiante?

– No.

– Este trabajo suele cogerlo algun estudiante.

Me fui a mi despachito y me sente. La habitacion estaba repleta de pilas y pilas de planchas metalicas, y en estas planchas habia pequenos moldes de zinc grabado que habian sido usados para anuncios. Muchos de estos moldes eran utilizados una y otra vez. Tambien habia montones de hojas mecanografiadas -nombres de los clientes, articulos y logotipos. El gordo gritaba ?Chinas-ki! y yo iba a ver que anuncio o noticia queria. A menudo me mandaban al periodico rival a coger prestada alguna noticia. Ellos tambien cogian prestadas algunas nuestras. Era un paseito agradable, y encontre un sitio en un callejon trasero donde podia tomarme una cana de cerveza por un niquel. No habia muchas llamadas del gordo y el sitio de la cerveza de a niquel vino a convertirse en mi lugar habitual de estancia. El gordo empezo a echarme de menos. Al principio, solo me lanzaba miradas torvas. Al final, un dia me pregunto:

– ?Donde estabas?

– Afuera, tomandome una cerveza.

– Este es trabajo para un estudiante.

– Yo no soy estudiante.

– Voy a pedir que te echen. Necesito a alguien que este aqui todo el tiempo disponible.

El gordo me llevo hasta Belger, que parecia mas agotado que nunca.

– Este es un trabajo para un estudiante, senor Belger. Me temo que este hombre no encaja. Necesitamos un estudiante.

– Esta bien -dijo Belger. El gordo se retiro.

– ?Que te debemos? -me pregunto Belger.

– Cinco dias.

– De acuerdo, vete con esto a la ventanilla de pagos.

– Escuche, Belger, ese viejo cabron es repugnante.

Belger suspiro.

– Por Dios, chico. ?Que me vas a contar a mi?

Baje a la oficina de pagos.

7

Estabamos todavia en Louisiana. Embarcados en un largo viaje en tren a traves de Texas. Nos dieron latas con comida y se olvidaron de darnos abridores. Deje mis latas en el suelo, me estire y me puse comodo en el asiento de madera. Los otros tipos estaban reunidos en un extremo del vagon, sentados juntos, charlando y riendo. Cerre los ojos.

Pasados unos diez minutos senti alzarse una nube de polvo entre las rendijas del banco en el que estaba tumbado. Era polvo muy antiguo, polvo de ataud, apestaba a muerte, a algo que habia estado muerto desde hacia siglos. Penetraba por mi nariz, se depositaba en mis cejas, trataba de entrar por mi boca. Entonces

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