Medio minuto despues, tras salir del tunel, el capullo clavo el dedo en una tecla y la pesadilla continuo.

– ???Acabamos de pasar por un tunel!! -chillo, como si aun estuvieran dentro-. ???Si, increible, joder!!! ?Como puede ser que no tengan un cable o algo, ya sabes, para mantener la conexion? Dentro del tunel, ?verdad? Algunos tuneles de autopista si que tienen, ?no?

Tom intento dejar de escucharle y concentrarse en los mensajes de correo electronico de su Mac portatil, que no paraba de moverse con el traqueteo. Otro final de mierda para otro dia de mierda en la oficina. Aun tenia que responder a mas de cien mensajes, y con cada minuto se descargaban mas. Los borraba todas las noches antes de irse a la cama: era la norma que se habia impuesto, el unico modo de tener el trabajo al dia. Algunos eran chistes que podria consultar mas tarde y otros eran archivos adjuntos escabrosos enviados por amigos suyos y que habia aprendido a no arriesgarse a mirar en vagones de tren atestados de gente desde aquella vez en la que, sentado al lado de una mujer de aspecto remilgado, habia abierto un archivo de PowerPoint en el que se veia a una rubia desnuda practicando una felacion a un burro.

El tren traqueteaba, se sacudia, temblaba, luego vibro en golpes breves al entrar en otro tunel, ya cerca de casa. Arriba, el viento rugia por los bordes de la ventana abierta y el eco de las paredes negras aullaba con el. De repente, el vagon olia a calcetines gastados y a hollin. Un maletin se deslizo en el portaequipajes y Tom alzo la vista, nervioso, para comprobar que no iba a caerle encima o aplastar las flores. Delante, en un panel publicitario vacio colgado en la pared, encima de la cabeza de una chica regordeta y de aspecto hosco que llevaba una falda estrecha y leia la revista Heat, alguien habia pintado con letras negras y torpes: «Gaviotas capuyos».

Bravo por los hinchas del futbol, penso Tom. Ni siquiera sabian escribir «capullos».

Le resbalaban gotas de sudor por la nuca y las costillas; mas se deslizaban por todos los espacios donde aun no tenia la entallada camisa blanca pegada al cuerpo por el sudor. Se habia quitado la chaqueta del traje y se habia aflojado la corbata, y le apetecia quitarse los mocasines Prada, que le apretaban. Levanto la cara humeda de la pantalla al salir del tunel y al instante, el aire cambio y se volvio mas dulce, con el aroma a hierba de los Downlands; dentro de unos minutos percibiria un suave matiz a sal procedente del canal de la Mancha. Despues de catorce anos de ir y volver de casa al trabajo, Tom sabria decir con los ojos cerrados cuando estaba acercandose a Brighton.

Miro por la ventana los campos, las granjas, las torres de alta tension, un embalse, las colinas suaves y distantes, luego volvio a centrarse en sus mensajes. Leyo y borro uno de su director de ventas, luego contesto una queja: otro cliente clave enfadado porque no le habia llegado a tiempo un pedido para una gran funcion veraniega. Esta vez, habian sido boligrafos personalizados; anteriormente, sombrillas de golf estampadas. Su departamento de pedidos y envios era un desastre, en parte por culpa de un sistema informatico nuevo y en parte por el idiota que lo gestionaba. En un mercado ya duro de por si, aquello perjudicaba muchisimo a su negocio. Habia perdido dos grandes clientes -los coches de alquiler Avis y los ordenadores Apple- en favor de la competencia. Genial.

El negocio estaba hundiendose bajo el peso de las deudas. Se habia expandido demasiado deprisa, se habia marcado objetivos excesivamente ambiciosos. Y en casa estaba hipotecado hasta las cejas. Nunca tendria que haber dejado que Kellie lo convenciera para mudarse de casa, no cuando el mercado estaba bajando, y el negocio, en recesion. Ahora se esforzaba por mantenerse solvente. El negocio ya no daba ni para cubrir los costes indirectos. Y, a pesar de todo lo que le dijo, la obsesion de Kellie por gastar dinero no daba tregua. Casi todos los dias compraba algo nuevo, principalmente en eBay, algo que segun su logica era una ganga; por lo tanto, no contaba. Y, ademas, le decia ella, el siempre estaba comprandose ropa cara de diseno, ?como podia quejarse? Al parecer, no importaba que solo se comprara ropa en rebajas y que tuviera que estar elegante para el trabajo.

Tom estaba tan preocupado que incluso habia hablado del derroche de su mujer con un amigo que habia ido a terapia por depresion despues de divorciarse. Entre vodkas con martini, una bebida en la que Tom encontraba cada vez mas consuelo en los ultimos meses, Bruce Watts le conto que habia personas que gastaban dinero compulsivamente y que se las podia tratar. Se pregunto si Kellie estaba tan mal como para solicitar una orden que la obligara a seguir un tratamiento; de todos modos, si asi era, ?como sacaba el tema?

El capullo comenzo de nuevo.

– ?Hola, Bill! ?Soy Ron, si! ?Ron de Parts! ???Si, eso es!!! ???He pensado que deberia advertirte sobre…!!! Mierda. ??Bill??? ??Hola??

Tom alzo la mirada sin mover la cabeza. Sin cobertura. ?Divina providencia! A veces si que se podia creer que Dios existia. Luego, oyo el lamento de otro telefono.

El suyo, comprendio de repente, al notar la vibracion en el bolsillo de la camisa. Echo una mirada furtiva a su alrededor, lo saco, miro el nombre de quien le llamaba y contesto tan alto como pudo.

– ???Hola, cielo!!! -dijo-. ??Estoy en el tren!! ??En el tren!! ??Va con retraso!! -Sonrio al capullo, saboreando unos momentos de dulce y deliciosa venganza.

Mientras continuaba hablando con Kellie, bajando la voz a un tono mas civilizado, el tren entro en la estacion de Preston Park, la ultima parada antes de su destino, Brighton. El capullo, que cogio una minuscula bolsa de deporte barata, y un par de personas mas se bajaron del vagon y, luego, el tren prosiguio la marcha. Hasta que colgo el telefono unos momentos despues, Tom no vio el CD en el asiento de al lado, que el capullo acababa de dejar libre.

Lo cogio y lo examino en busca de alguna pista sobre como localizar al propietario. La caja era de plastico opaco, y no habia ninguna etiqueta ni nada escrito. La abrio y saco el disco plateado, le dio la vuelta y lo inspecciono con cuidado, pero tampoco habia nada. Lo cargaria en el ordenador y lo abriria para ver si le proporcionaba alguna informacion y, en caso contrario, decidio que lo dejaria en Objetos Perdidos. El capullo no se lo merecia, pero…

Un alto escarpe de tierra caliza se elevaba pronunciadamente a cada lado del tren. Luego, a la izquierda, daba paso a casas y a un parque. Dentro de unos momentos, entrarian en la estacion de Brighton. No habia tiempo para comprobar el CD; decidio echarle un vistazo en casa esa misma noche.

Si hubiera tenido el mas minimo presentimiento del impacto devastador que iba a tener en su vida, habria dejado el maldito disco en el asiento.

Capitulo 3

Entrecerrando los ojos para no deslumbrarse con el sol bajo de la tarde, Janie miro aterrorizada el reloj en el salpicadero de su Mini Cooper, luego volvio a comprobar la hora en su reloj de muneca. Las 19.55, Dios santo. «Casi estamos en casa, Bins», dijo con la voz tensa; maldijo el trafico del paseo maritimo de Brighton y deseo haber tomado una ruta distinta. Luego, se metio una tira de chicle en la boca.

A diferencia de su duena, el gato no tenia una cita caliente y no tenia prisa. Estaba tumbado placidamente en su cesto de mimbre, en el asiento del copiloto del coche, mirando con aire taciturno al frente por entre las barras, enfurrunado, quiza, porque lo hubiera llevado al veterinario. Janie alargo la mano para estabilizar el cesto mientras giraba, demasiado deprisa, para entrar en su calle, luego redujo, buscando un sitio donde aparcar y esperando con todas sus fuerzas tener suerte.

Habia regresado mucho mas tarde de lo que habia planeado, por culpa de su jefe, que la habia retenido en el despacho -precisamente hoy- para que lo ayudara a preparar las notas para una reunion que tenian por la manana con un abogado sobre un caso de divorcio especialmente amargo.

El cliente era un vago arrogante y atractivo que se habia casado con una rica heredera y que ahora iba a sacarle todo el dinero que pudiera. Janie lo habia despreciado desde el momento en que lo conocio, en el despacho de su jefe hacia unos meses; creia que era un parasito y esperaba, en el fondo, que no recibiera ni un penique. Jamas le habia confiado su opinion a su jefe, aunque sospechaba que el sentia lo mismo.

Luego, habia tenido que aguardar media hora en la sala de espera a que por fin la hicieran pasar con Bins a ver al senor Conti. Y no habia sido en absoluto una consulta satisfactoria. Cristian Conti, joven y bastante moderno para ser veterinario, examino largamente el bulto en el lomo de Bins y, luego, le realizo una revision general. Entonces, le pidio que le llevara el gato al dia siguiente para hacerle una biopsia, por lo que a Janie le entro el panico y penso que el veterinario sospechaba que el bulto era un tumor.

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