El senor Conti habia hecho todo lo posible por disipar sus miedos y habia enumerado las otras posibilidades, pero Janie habia salido con Bins de la consulta temiendose lo peor.

Mas adelante, vio un pequeno espacio entre dos coches, a poca distancia de su casa. Freno y puso la marcha atras,

– ?Estas bien, Bins? ?Tienes hambre?

En los dos anos que hacia que se conocian, Janie le habia cogido mucho carino al animal anaranjado y blanco, con sus ojos verdes y larguisimos bigotes. Habia algo en esos ojos, en todo su comportamiento, en la forma en que se acurrucaba a su lado, ronroneaba, se dormia con la cabeza en su regazo cuando veia la television y, luego, le lanzaba una de esas miradas que parecian tan condenadamente humanas, tan adultas, tan sabias. Tenia razon quienquiera que hubiera dicho: «A veces cuando juego con mi gato, me pregunto si no sera mi gato el que juega conmigo».

Dio marcha atras para aparcar, y lo hizo fatal, luego volvio a intentarlo. Tampoco le quedo perfecto, pero tendria que bastar. Cerro el techo corredero, cogio la caja, se bajo del coche y se detuvo a comprobar la hora una vez mas, por si, milagrosamente, la habia mirado mal la ultima vez. Pero no. Ahora eran las ocho menos uno.

Solo tenia media hora para dar de comer a Bins y prepararse. Su cita era un maniatico del control que insistia en dictar exactamente como debia ir cada vez que se veian. Tenia que llevar los brazos y las piernas recien depilados; tenia que ponerse exactamente la misma cantidad de Issey Miyake en los mismos lugares; tenia que lavarse el pelo con el mismo champu y acondicionador, y tenia que maquillarse exactamente igual. Ademas, debia llevar hecha la depilacion brasilena con una perfeccion microscopica.

Le comunicaba de antemano que vestido llevar, que joyas lucir e, incluso, en que parte del piso queria que estuviera esperando. Iba todo en contra de su forma de ser; ella siempre habia sido una chica independiente y no habia permitido nunca que ningun hombre la mangoneara. Y, sin embargo, habia algo en aquel hombre que la tenia enganchada. Era tosco, de la Europa del Este, de complexion fuerte y vestia ostentosamente, mientras que todos los hombres con los que habia salido con anterioridad eran cultos, refinados y elegantes. Y tras solo tres citas habia caido en sus redes. El mero hecho de pensar en el la excitaba.

Mientras cerraba el coche y se daba la vuelta para dirigirse a su piso, ni siquiera se fijo en el unico coche de la calle que no estaba cubierto de excrementos endurecidos de paloma y gaviota, un Volkswagen GTI negro y reluciente con los cristales tintados, aparcado a poca distancia de ella. Un hombre, invisible al mundo exterior, sentado en el asiento del conductor, la observaba a traves de unos minusculos prismaticos mientras marcaba un numero en su movil de tarjeta.

Capitulo 4

Poco despues de las siete y media, Tom Bryce pasaba con su Audi deportivo plateado por delante de las pistas de tenis, luego por la zona recreativa abierta y flanqueada de arboles de Hove Park, atestada de gente paseando al perro, practicando deportes, haciendo el vago en la hierba, disfrutando de las ultimas horas de aquel largo dia de principios de verano.

Tenia las ventanillas bajadas y el interior del coche se lleno con suaves rafagas de aire impregnado de olor a hierba recien cortada y la voz relajante de Harry Connick Jr., a quien adoraba, pero que a Kellie le parecia hortera. Tampoco le gustaba Sinatra. Los buenos cantantes no eran lo suyo; le gustaban cosas como el house, el garage, todos esos sonidos electronicos con los que el no conectaba.

Cuanto mas tiempo llevaban casados, menos parecian tener en comun. No recordaba la ultima pelicula en la que habian estado de acuerdo; el programa de Jonathan Ross los viernes por la noche era casi lo unico que se sentaban a ver juntos en la tele regularmente. Pero se querian, de eso estaba seguro, y los ninos estaban por encima de todo. Lo eran todo.

Este momento del dia era el que mas le gustaba, la ilusion de llegar a casa con la familia a la que adoraba. Y esta noche, el contraste entre el calor asqueroso y pegajoso de Londres y del tren con este momento agradable de ahora parecia incluso mas pronunciado.

De mejor humor a cada segundo, cruzo la interseccion con la elegante Woodland Drive, apodada la Calle de los Millonarios, con su larga hilera de esplendidas casas, muchas de ellas con vistas a un bosquecillo en la parte de atras. Kellie anhelaba vivir alli algun dia, pero de momento estaba muy por encima de sus posibilidades, y seguramente siempre lo estaria, tal como pintaban las cosas, penso con tristeza. Siguio hacia el oeste, por el mas modesto Goldstone Crescent, flanqueado a cada lado de cuidadas casas pareadas, y giro a la derecha para entrar en Upper Victoria Avenue.

Nadie sabia por que se llamaba Upper, puesto que no habia ninguna Lower Victoria Avenue. Su anciano vecino, Len Wainwright -a quien Kellie y el apodaban secretamente la Jirafa, porque media casi dos metros quince-, habia anunciado, en uno de sus muchos momentos de erudicion no precisamente deslumbrante, desde el otro lado de la valla del jardin que debia de ser porque la calle subia por una cuesta bastante empinada. No era una gran explicacion, pero nadie habia logrado aportar ninguna mejor.

Upper Victoria Avenue formaba parte de una urbanizacion de treinta anos de antiguedad, pero todavia no parecia haber alcanzado la madurez. Los platanos de la calle aun eran arbolitos altos en lugar de arboles hechos y derechos, el ladrillo rojo de las casas pareadas de dos pisos aun parecia nuevo, las vigas de madera imitacion Tudor del revestimiento del tejado todavia no estaban estropeadas por la carcoma o el tiempo. Era una calle tranquila, con una pequena hilera de tiendas en la parte de arriba, en la que vivian en su mayoria parejas jovenes con ninos, aparte de Len y Hilda Wainwright, que se habian trasladado desde Birmingham tras jubilarse siguiendo la recomendacion de su medico sobre que el aire del mar haria bien al asma de Hilda. Tom opinaba que reducir los cuarenta cigarrillos que se fumaba al dia tal vez habria sido mejor opcion.

Metio el Audi en el estrecho espacio del garaje abierto, junto al Espace herrumbroso de Kellie, se guardo el movil en el bolsillo y bajo del coche, con el maletin y las flores. El quiosco al otro lado de la calle aun estaba abierto, igual que el pequeno gimnasio, pero la peluqueria, la ferreteria y la inmobiliaria ya habian cerrado. Un poco mas abajo, dos chicas adolescentes esperaban en la parada del autobus, de punta en blanco para salir de fiesta, las minifaldas tan cortas que podia ver donde les comenzaba el trasero. Notando una clara punzada de lujuria, sus ojos se detuvieron en ellas unos instantes, recorriendo sus piernas desnudas mientras compartian un cigarrillo.

Entonces oyo que se abria la puerta de casa y que la voz de Kellie anunciaba con emocion:

– ?Papa esta en casa!

Como hombre de marquetin que era, a Tom siempre se le habian dado bien las palabras, pero si alguien le hubiera pedido que describiera como se sentia en ese momento, todas las tardes entre semana, cuando llegaba a casa y escuchaba el saludo de las personas que mas le importaban en este mundo, dudaba que hubiera podido hacerlo. Era una oleada de alegria, de orgullo, de verdadero amor. Si pudiera detener el tiempo en un momento de su vida, seria en este, ahora, mientras estaba frente a la puerta abierta, sintiendo los fuertes abrazos de sus hijos, mirando a Lady, su pastor aleman, con la correa en la boca, la esperanza en su cara, golpeando el suelo con la pezuna, moviendo como una loca el rabo del tamano de una secuoya gigante. Y luego, ver el rostro sonriente de Kellie.

Estaba en la puerta con un peto vaquero y una camiseta blanca, la cara enmarcada por los rizos rubios, iluminada por esa sonrisa maravillosa suya. Entonces, Tom le dio el ramo de flores rosas, amarillas y blancas.

Kellie hizo lo que hacia siempre cuando le regalaba flores. Con sus ojos azules centelleantes de alegria, las giro en sus manos un momento y dijo:

– Vaya, guau. -Lo dijo como si realmente fuera el ramo mas bonito que hubiera visto en su vida. Luego, se las acerco a la nariz, esa naricilla respingona que adoraba, y las olio-. ?Guau! Vaya, ?rosas! Mis flores preferidas en mis colores preferidos. ?Eres tan detallista, cielo! -Y le dio un beso.

Esa noche en concreto, su beso fue mas largo, mas prolongado de lo normal. ?Quizas hoy habria suerte? O quiza, Dios no lo quisiera, penso durante un instante mientras una nube le ensombrecia el corazon, estaba preparandolo para comunicarle una nueva compra insensata que habia realizado en eBay.

Sin embargo, Kellie no le dijo nada cuando entro, y Tom no vio ninguna caja, ningun envoltorio, ningun

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