Augusto Roa Bastos

Contravida

A mi pueblo de Iturbe

Primera parte

1

Lo primero que percibi de mi cuerpo fue el hedor a carrona.

En la postura lisiada de los condenados, estaba semihundido en el lodo y la maleza. A traves de las bolsas sanguinolentas de los parpados, veia borrosamente mi cuerpo, negro de moscas, de avispitas chupadoras, de las temibles hormigas tahyi-re que subian en hileras por mis miembros.

El vaho salobre del viento que soplaba desde la bahia me escocia las grietas purulentas de las heridas, mas que los insectos. El calor y la muerte se movian en el mismo viento.

No me sentia del todo muerto, pero hubiera deseado estarlo como los demas.

Lleve con gran esfuerzo la mano sobre el pecho. Percibi los latidos de la sangre que se esparcia por el cuerpo como arena. El corazon de un muerto no late, pense en el vertigo ondeante de la pesadilla.

Esa arena de sangre seca corriendo por mis venas formaba parte de esa pesadilla que ya no iba a cesar.

No era cadaver aun, pero llevaba la muerte en el pecho. Un enorme y acido tumor Me llenaba todo el cuerpo. Ocupaba mi lugar.

Ese tumor era lugubre porque era todavia existencia.

Unas mujeres de la Chacarita me habian recogido de noche en una carretilla y me llevaron a un rancho lleno de humedad, de miseria, de luto.

?Por que en la Chacarita, ese lugar de inundaciones, de matones seccionaleros, de suntuosas mansiones de nuevos ricos, de pobladores sumidos en la miseria absoluta?

?Que fuerza de atraccion, de instinto, de presentimiento, me habia llevado hasta ese lugar?

Yo estaba inconsciente, de modo que en los primeros dias no me daba cuenta de nada.

No podia explicarme nada. No recordaba nada.

2

Por esas mujeres supe despues que habia estado yaciendo en el barro del potrero desde hacia por lo menos tres dias, cuando empezo a propalarse por radio y television la noticia de la fuga.

El azar es mi aliado, mi complice.

Se que es tambien mi mortal enemigo. Juega conmigo de las maneras mas astutas y extranas. Vivo bajo su signo y es seguro que bajo su signo exhalare tambien el ultimo suspiro.

Los recuerdos no eran para mi ahora mas que los hechos relatados confusamente por esas mujeres que me observaban entre alarmadas y compasivas.

Me rodeaban sus siluetas oscuras, intemporales. Para ellas no existia el tiempo. Solo la inmediata memoria del presente. En esa memoria de lo inmediato habia entrado un desconocido a punto de morir. Era todo lo que sabian.

Secreteaban entre ellas sus comentarios en voz baja como en el adelantado velorio de alguien a quien la muerte solo ha concedido una tregua.

3

Me escondieron en una de las zanjas de desague que sirven para canalizar los raudales de las lluvias, cubierta de espesa vegetacion.

Las mujeres se fueron en seguida, con la conjura de un secreto que no debian ni podian denunciar.

Solo quedo la duena de casa, una anciana de flacura esqueletica a quien no le podia ver la cara tapada a medias por el oscuro y andrajoso manto.

Envuelto de la cabeza a los pies en vendas de trapo apretadas sobre carnadas de hierbas medicinales machacadas, aspiraba esos zumos silvestres acres y suaves. Fui reconociendo el aroma del romero, del tarope, del ysypo milhombre, que me acercaban a la lejana y ya inaccesible realidad del pueblo natal.

Desde la zanja, oculta por salvaje vegetacion, el dia se deslizaba entre dos horizontes de sombra y luz, que solo significaban para mi grados de una noche continua de nunca acabar.

La hondonada entera se llenaba por momentos de un viento coagulado en la inmovilidad de un aviso silencioso pero amenazador.

El calor pesaba entonces sobre mi cuerpo como un bloque de piedra.

Llegaban hasta mi el ladrido lejano de los perros, el gemir de las raices, el rebullir de las ratas, el aliento de los bajos fondos donde el crimen incuba sus babas de plomo.

Las hojas ocultaban las estrellas y la luna. En la tiniebla blanca del mediodia el sol era apenas una mancha rojiza deslizandose en medio del boscaje hasta que se borraba en la total oscuridad.

El hambriento ulular de alguna lechuza me indicaba que la noche era noche. La tortura de los huesos, que el dia era dia. La angustia de la espera, que el tiempo es inmovil como la eternidad.

El debil batir de mi pulso comprimido por las vendas me atronaba en el

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