trajeran tallas de santos para pagar las consultas. Una enferma muy rica de Asuncion, a quien el doctor curo de una avanzada flebitis, le trajo un altar de las misiones jesuiticas.

Todo fue en vano. Los santos de palo no le ofrecieron mas riquezas escondidas en sus entranas.

13

Sergio Miscovski se transformo por completo.

En un acceso de locura destrozo las tallas, enfurecido contra la avaricia de los santos.

Violo a Maria Regalada sobre las imagenes degolladas, enfurecido contra su pasividad absoluta.

Sergio Miscovski, medico de la corte imperial, exiliado en Paraguay desde el triunfo de la Revolucion de Octubre, tuvo ese triste fin en un pais casi desconocido de America del Sur.

Huyo como un poseso y desaparecio para siempre.

El perro siberiano continuo haciendo cansinamente el trayecto desde el tabuco al almacen, ida y vuelta, con el canasto vacio de las compras entre los dientes. Algunos veian seguirle una silueta humana en forma de una mancha de niebla iluminada.

– ?Alla va el doctor!… -murmuraban las lugarenas santiguandose.

El almacenero echaba en el canasto alguna que otra butifarra, algun pelado hueso de puchero. Los chicos, por burlarse, ratones muertos e inmundicias.

Un tiempo despues el perro murio de vejez y de tristeza, arrollado en si mismo, a la puerta del tabuco de donde nunca se movia esperando a su dueno.

Al cabo de muchos anos, se supo que el medico ruso era sacerdote en un poblado de Kenya.

Yo tuve en mis manos copia de los documentos de las ordalias a que le sometieron en el Vaticano tras un largo proceso de expiacion y penitencia cumplido bajo las mas duras penas en un convento de capuchinos.

No habia prueba de las imagenes degolladas.

Maria Regalada estaba muerta y enterrada en su querido cementerio de Costa Dulce.

Su hijo, llamado tambien Sergio Miscovski, habia desaparecido igual que su padre.

14

Veia yo -o leia en la memoria de un libro- a los leprosos bailando en los festejos del santo del pueblo, en Sapucai, para servir de escudo a los guerrilleros escondidos en el salon de la Municipalidad.

Las patrullas militares detuvieron el baile y ahuyentaron a culatazos a los malatos protectores, pero los guerrilleros ya habian huido.

Tampoco eso era verdad. Los guerrilleros fueron apresados por tropas del ejercito y los malatos huyeron al leprosario.

Esto es lo malo de escribir historias fingidas. Las palabras se alejan de uno y se vuelven mentirosas.

Los personajes que viven y mueren en un libro, cuando las tapas caen sobre ellos, se esfuman, no existen, se vuelven mas ficticios que el ficticio lector.

15

El cierre de este ciclo infernal era, cada vez, el fogonazo del tunel desmoronandose y sepultando para siempre a los excavadores. El angosto agujero de medio kilometro de largo debia desembocar en los bajos del Parque Caballero en una hondonada boscosa de la bahia.

El sordo trueno subterraneo debio conmover los cimientos de la carcel.

Tras el fragor asordinado por el polvo espeso el silencio del agujero era en si mismo un sonido sepulcral. Perucho Rodi y yo eramos los ultimos de la fila. Tenia medio cuerpo enterrado por una masa de lodo y de enormes trozos de asperon.

Fueron inutiles todos mis esfuerzos para arrancarlo de la trampa mortal en que estaba atrapado desde la cabeza hasta las rodillas.

Yo habia descubierto de pronto el agujero de la alcantarilla, que nos ofrecia una inesperada brecha de escape. Le gritaba con todas mis fuerzas para darle animo, para decirle que habia una salida al alcance de nuestras manos.

Perucho Rodi, companero de estudios, camarada en la lucha politica, no podia ya oirme.

Solo deje de tironear de sus pies cuando note que quedaron yertos tras el ultimo pataleo tetanico de la asfixia.

Se me clavo en la mente la ultima frase que dijo Perucho Rodi al entrar en el tunel, rumbo a lo que creiamos era la libertad.

«Debo conservar -habia dicho riendose- por lo menos el derecho de enamorarme de la muchacha mas hermosa de la ciudad…»

El joven de origen griego, bello como Apolo, fue cazado por la novia que estaba enamorada de el, desde su nacimiento.

La raja polvorienta de sol se filtraba en lo alto mostrandome el camino. Me zafe por el hueco de la cloaca y me oriente hacia las barrancas, mientras oia a mis espaldas el rabioso tableteo de las ametralladoras en el patio de la carcel.

16

La anciana, sentada en el borde de la zanja, dijo con cierta intencion:

– De los treinta y siete presos que intentaron escapar, no hubo ningun sobreviviente. Cuantimas usted es el unico… -dijo con algo parecido a una sonrisa de conmiseracion.

Sus comentarios apenas balbuceados no correspondian a los hechos mas que en lo oblicuo de los rumores.

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