Tom O’Bedlam

Robert Silverberg

Considerar la Tierra el unico mundo habitado en el espacio infinito es tan absurdo como asegurar que en un campo entero sembrado de mijo solo crecera un grano.

Metrodoro el Epicureo, circa 300 a.C.

Dedicado a Don

Primera parte

Defiendete del duende hambriento que te podria quitar la ropa y del espiritu junto al hombre desnudo en el libro de las lunas. No pierdas nunca tus cinco sentidos ni te alejes de ti mismo, que Tom esta ahi afuera, dispuesto a pedirte cosas. Y mientras, canto: «?Hay comida, alimento, alimento, bebida o ropa? Vamos, dama o doncella, no tengas miedo. El Pobre Tom no estropeara nada». La Cancion de Tom O’Bedlam

1

Esta vez algo le habia dicho a Tom que intentara encaminarse hacia el oeste. Esa era, suponia, una buena direccion. Si se dirigia hacia la puesta de sol, tal vez podria seguir caminando mas alla del horizonte, hasta las estrellas.

Era una tarde de julio. Llego a lo alto de una loma y se detuvo en un campo arrasado para recuperar el aliento y mirar alrededor. Se encontraba a cien o ciento cincuenta millas al este de Sacramento, en la parte reseca de las montanas, y estaba en el tercer ano del nuevo siglo. Decian que este seria el siglo en que todas las miserias iban a acabar por fin. Tom pensaba que deberian hacerlo, pero no se podia contar con eso.

Justo un poco mas arriba vio a siete u ocho hombres ataviados con harapos reunidos en torno a una vieja furgoneta flotante, que tenia pintados en los flancos unos relampagos rojos y amarillos y estaba cubierta de oxido. Era dificil saber si reparaban la furgoneta, la robaban, o ambas cosas. Dos estaban debajo, hurgando en el motor, y otro manoseaba el filtro de aire. Los demas se apoyaban de modo indolente, estilo propietario, contra la puerta trasera. Todos estaban armados. Ninguno presto atencion a Tom.

—Pobre Tom —dijo tentativamente, probando la situacion—. Tom tiene hambre.

No parecia haber peligro, aunque aqui, en territorio salvaje, uno nunca podia estar seguro. Se empino una y otra vez, esperando que alguno de ellos lo advirtiera. Era un hombre alto, delgado, con el pelo negro y enmaranado, de unos treinta y tres o treinta y cinco anos de edad; daba varias respuestas cuando se le preguntaba al respecto, cosa que no era muy frecuente.

—?Hay algo para Tom? —se arriesgo—. Tom tiene hambre.

No le dirigieron ni una mirada. Como si fuera invisible. Se encogio de hombros, saco de su mochila su piano de bolsillo, y empezo a golpear las pequenas lenguetas de metal y a cantar.

El tiempo y las campanas han enterrado el dia. Las nubes negras ocultan el sol en la lejania…

Continuaron ignorandole. Para Tom eso no resultaba un problema; era preferible a que lo golpearan. Podian ver que estaba desarmado, y tarde o temprano le prestarian atencion, aunque solo fuera para deshacerse de el. Es lo que la gente hacia generalmente, incluso los salvajes de verdad, los bandidos asesinos; ni siquiera ellos querian lastimar a un pobre simplon. Mas pronto o mas tarde, suponia, le darian un trozo de pan y un trago de agua, y el se lo agradeceria y continuaria su camino hacia el oeste, hacia San Francisco o Mendocino o uno de esos sitios. Pero pasaron otros cinco minutos y ellos continuaron sin hacerle caso. Era como si jugaran con el.

Entonces un viento caliente y molesto soplo desde el este. A eso si le prestaron atencion.

—Aqui viene la brisa de las malas noticias —murmuro un hombreton bajo y pelirrojo, y los demas asintieron y juraron—. Maldicion, justo lo que necesitabamos, viento lleno de porqueria.

Se encogio de hombros y se acurruco, como si eso le protegiera de la radiactividad que pudiera arrastrar el viento.

—Conecta los protectores, Charley —pidio uno con ojos azules y rostro tosco y picado de viruelas—. Hagamos que sople de vuelta a Nevada, de donde vino, ?eh?

—Si, eso —dijo uno de los otros, un latino de cara agria—. Eso es lo que tenemos que hacer. Que vuelva alli.

Tom tirito. El viento era fuerte. El viento del este siempre lo era, pero este le parecio limpio. Generalmente, podia decir cuando habia radiacion en el viento que soplaba de los lugares arrasados por la ceniza. Una sensacion tintineante se ubicaba en el interior de su craneo, desde la oreja izquierda hasta las cejas. No la sentia ahora.

Sin embargo, notaba otra cosa, algo con lo que empezaba a familiarizarse cada vez mas. Era un sonido profundo en su cerebro, el ronroneo que le decia que una de sus visiones empezaba a sacudirse en su interior. Y entonces cascadas de luz verde comenzaron a recorrer su mente.

No le sorprendia que esto le sucediera aqui, ahora, en este lugar, a esta hora, entre estos hombres. El viento, a veces, podia provocarle esa sensacion. O una luz particular al final del dia, o la llegada del aire frio despues de una tormenta, o cuando se encontraba entre extranjeros a los que parecia no gustarles. No requeria mucho tiempo. Su mente estaba siempre al borde de una u otra vision. Hervian en su interior, listas a tomar el control cuando llegara el momento; extranas texturas e imagenes encerradas para siempre en su cabeza. Ya no luchaba contra ellas. Al principio lo habia hecho, porque pensaba que con ellas se volveria loco, pero ahora ya no le importaba si lo estaba o no, y sabia que combatir las visiones, como poco, le provocaria dolor de cabeza, o si se esforzaba mucho en rechazarlas, incluso perderia el conocimiento. En cualquier caso, no habia nada que pudiera hacer para impedir que las visiones se manifestaran. Si intentaba disputar con ellas, era el quien salia mal parado.

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