Croix, en letras descoloridas. Saco de su taquilla el telefono movil y pulso el numero de Rene. En ese momento se detuvo. No habria llegado todavia del gimnasio de artes marciales en el que entrenaba. Volvio a marcar el numero. Esta vez dejo un mensaje. El telefono vibro y ella contesto con impaciencia.

– Leduc, he comprobado lo que dijiste de esa manifestacion que pasaba por Les Halles-dijo Morbier-.El grupo se llama Les Blancs Nationaux, de triste fama por acoso en el Marais.

Ella se encogio.

– ?Y si un miembro de Les Blancs Nationaux la siguio hasta casa?-dijo el. La culpa hacia que dudara… ?y si existia una conexion?

– ?Sigues ahi?- dijo el.

– ?Que quieres que haga?- solto ella.

– Pon a funcionar tu cerebro y ayudame. Necesito algo mas que compartir la informacion.

No habia forma de disuadirlo. Ademas seria logico empezar por ahi.

Se vistio y maquillo de forma distraida. Despues de haber metido todo de cualquier manera en la bolsa del gimnasio, se miro en el espejo. Sentia que los pies se le pegaban al humedo suelo del miedo que tenia. Se dio cuenta de que llevaba los pantalones del reves y que la etiqueta colgaba del exterior de su camisa de seda negra. Se le habia corrido la mascara en las palidas mejillas y eso le habia dado a sus ojos un aspecto de oso panda. Tenia los finos labios embadurnados de rojo.

Parecia un payaso asustado. No queria investigar a neonazis punks. Ni el asesinato de esta mujer. Queria mantener a raya a los fantasmas que acechaban.

Jueves por la manana

Hartmuth miro fijamente la esfera fluorescente de su reloj Tag Heuer: las 5:45 de la manana. A sus pies se extendia la place des Vosges, sumida en la neblina. Un solitario estornino gorjeaba desde el alfeizar de su balcon: Hartmuth imagino que se habia perdido cuando su bandada se dirigio hacia el sur. Sorbio su cafe con leche en la luz grisacea. El aroma de los cruasanes de mantequilla impregnaba la habitacion.

Se sentia sobrepasado por el arrepentimiento; su culpa por amar a Sarah y, sobre todo, por no haberla salvado hacia tantos anos. Le sobresalto el sonido de alguien que llamaba a la puerta junto a su suite. Se envolvio en la bata de franela y trato de pensar en algo diferente.

– Guten tag, Ilse-dijo Hartmuth sonriendo cuando ella entro.

Ilse sonrio y echo un vistazo al monton de papeles sobre el escritorio. Con su pelo blanco como la nieve y sus lustrosas mejillas, tenia pinta de arrastrar tras ella una prole de nietos pidiendole mandelgeback recien hechos. En lugar de eso, ahi estaba en pie, ella sola, juntando las palmas de las manos y con su robusta figura encerrada en un traje de pantalon color marron caja. Casi como si estuviera rezando.

– ?Un hito para nuestra causa!-dijo ella emocionada en voz baja-.Estoy orgullosa de que se me permita ayudarle, mein Herr.

Hartmuth desvio la mirada. Ella se afano en cerrar las puertas del balcon.

– ?Ha llegado ya la valija diplomatica, Ilse?

– Ja, mein Herr, y tiene usted una reunion por la manana temprano.-Le entrego un monton de faxes-.Estos han llegado hace un rato.

– Gracias, Ilse, pero…-dijo levantando una mano para apartar los faxes-, primero el cafe.

Ilse lo hizo como que no se enteraba.

– ?Que es eso que tiene en la mano?

Sorprendido, Hartmuth miro las ronosas medias lunas de sangre seca sobre la palma de su mano. El mullido edredon blanco de su cama tambien tenia restos de manchas marrones. Sabia que solia apretar los punospara combatir su tartamudeo.?Lo habria hecho tambien mientras dormia?.

Ilse achico los ojos. Dudo como si estuviera tomando una decision, y le lanzo la bolsa de piel azul.

– La valija diplomatica, senor.

– Ja, llamame antes de la reunion, Ilse.

– Me encargare de organizar los estudios comparativos comerciales, senor-dijo, cerrando tras ella la puerta de la habitacion contigua.

Hartmuth pulso 6:03 a.m. en el teclado adjunto al asa de la bolsa e introdujo su codigo de cuatro cifras. Espero a que se produjeran una serie de pitidos y pulso entonces su codigo de acceso alfanumerico. Se detuvo y recordo el tiempo en el que tener el honor de recibir la valija diplomatica habria sido suficiente.

El cerrojo se abrio con un chasquido y revelo una serie de informes sobre restricciones a la inmigracion. Movio la cabeza al recordar. Eran como las viejas leyes de Vichy, solo que entonces existian cuotas para los judios.

El tratado ordenaba que cualquier inmigrante sin los documentos necesarios fuera encarcelado sin tener derecho a juicio. Sabia que el motivo subyacente era la agobiante tasa de desempleo del doce con ocho por ciento, existente en Francia, la mas elevada desde la guerra. Incluso las cifras del desempleo en Alemania se habian incrementado alarmantemente desde la reunificacion.

El telefono junto a el sono una y otra vez, lo cual le devolvio de golpe al presente-

– Grussen Sie, Hartmuth- le llego la inconfundible voz rasposa desde Bonn-. El primer ministro quiere felicitarle por la excelente labor realizada hasta ahora.

?Hasta ahora?

Hartmuth se puso en posicion de firmes mentalmente.

– Gracias, senor. Creo que estoy listo.

Sin embargo, para lo que no estaba preparado era para lo que vino despues.

– Tambien le nombra consejero de comercio senior. ?Mi mas sentida enhorabuena!

Hartmuth se mantuvo en silencio, atonito.

– Despues de que firme usted el tratado, Hartmuth-continuo diciendo la voz-, el ministro frances de Comercio espera que se quede usted y lidere la negociacion de las tarifas.

Mas sorpresa. El miedo le paralizaba.

– Pero, senor, eso esta por encima de mis competencias. Mi ministerio solo analiza informes de los paises participantes.-Luchaba por intentar buscarle un sentido a todo-. ?No consideraria usted que este puesto en la Union Europea es, mas bien, un puesto de hombre de paja?

La voz hizo caso omiso de su pregunta.

– El domingo en la plaza de la concordia todos los delegados de la Union Europea asistiran a la apertura de la Cumbre del Comercio. En las negociaciones de las tarifas usted impulsara los nuevos informes para que se llegue a un consenso. Lo que queremos es la aprobacion unanime. Un doble golpe maestro, ?no cree?

– No lo entiendo. Para ser un puesto de consejero interno, parece que…

La voz lo interrumpio.

– Usted firmara el tratado, Hartmuth. Lo estaremos vigilando. Unter den Linden.

La voz se corto. La mano de Hartmuth temblaba al colgar el telefono.

Unter den Linden. Alrededor de 1943, cuando los generales nazis se dieron cuenta de que Hitler estaba perdiendo la guerra. Las SS se constituyeron en grupo politico bajo el nombre en clave de Hombres Lobo, al objeto de continuar el Reich de los Mil Anos. Cuando lo ayudaron a escapar de la muerte en un campo POW, de Siberia en 1946, esos mismos generales le habian proporcionado una nueva identidad: la de Hartmuth Griffe, un soldado sin tacha de la Wehrmacht, que habia caido en Stalingrado y que no tenia ninguna relacion con la Gestapo ni con las SS. Esta identidad le dio a Hartmuth, socialmente, un pasado que resultaba aceptable para las fuerzas aliadas. Era una practica comun, aunque secreta, utilizada para blanquear los pasados nazis. Estos pasados limpios tenian que ser reales, asi que se los hurtaban a los muertos. Con la eficacia tipica de los hombres Lobo, se escogieron nombres lo mas parecidos posible a los originales, de forma que se sintieran comodos utilizandolos y menos propensos a cometer errores. ?Como podrian replicar los muertos? Pero si por casualidad alguien sobrevivia o algun miembro de la familia preguntaba algo, habia montanas de muertos entre los que escoger. Ademas, ?quien iba a comprobar nada?

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