– Hasta el dia que te conoci -anadio tras una pausa-, y todo cambio.

– ?Como?

– ?Recuerdas el dia que fuiste a casa de Charlie para hablar con el y los cuatro pasamos la velada juntos, bebiendo Martinis, y whisky con soda?

Asenti con la cabeza.

– Bueno, veras, ya habia pasado por eso antes -continuo-. Habia visto a hombres ricos en esa casa en mas de una ocasion, y todos querian algo de Charlie, esperaban compartir una parte de su gloria. Tu, en cambio, no. Parecias desconfiar de el. No te reias de sus chistes desaforadamente; ni siquiera parecias tenerle demasiada simpatia.

– Te equivocas -repuse con sinceridad-. Me causo muy buena impresion, y me encanto su aplomo. Hacia anos que no conocia a nadie tan seguro de si mismo. La verdad es que me parecio muy alentador.

– Ah, ?si? -Parecio sorprenderse-. Bueno, da igual, el caso es que no lo adulabas, y eso me impresiono. Por primera vez me senti capaz de olvidarlo… por otro hombre. Cuando empece a salir contigo, me di cuenta de que no estaba enamorada de el, que ni siquiera lo necesitaba. Y que era a ti a quien queria.

Me dio un vuelco el corazon; me acerque y le cogi la mano.

– Entonces, ?me quieres?

– Si -repuso casi en tono de disculpa.

– ?Y por que te quedas aqui? Si ya no sientes nada por el, ?por que no te vas? ?Por que insistes en perder el tiempo a su alrededor?

– Porque lo que me hizo a mi se lo hara a Amelia -respondio con voz fria y firme-. Yo he salido de esa, pero quiza ella no lo consiga. Y cuando ocurra tengo que estar a su lado. ?Lo entiendes, Matthieu? ?Te parece logico?

Vacile un instante y la mire fijamente. Una fina linea de sudor se habia formado sobre su labio superior. Tenia los ojos cansados, el cabello le caia lacio sobre los hombros y necesitaba un lavado. Que yo recordara, jamas la habia visto tan hermosa.

Nos casamos un sabado de octubre por la tarde, en una pequena capilla en el lado oriental de Hollywood Hills. Asistieron unas ochenta personas, en su mayoria personajes famosos del mundillo cinematografico, gente de los estudios, un punado de periodistas y un par de escritores. Nuestra fama se basaba en ser famosos, nos adoraban por ser adorables y todo el mundo queria celebrar con nosotros nuestra celebridad. Eramos Matthieu y Constance, Matt y Connie, pareja popular, dos ninos mimados, la comidilla de la ciudad. Doug Fairbanks se habia torcido el tobillo jugando al tenis y llego con muletas, apoyandose en Mary Pickford, como de costumbre, y recibio una atencion desproporcionada, vista la levedad de su lesion. Tambien estaba William Allan Thompson, quien, como se rumoreaba que Warren Harding estaba a punto de nombrarlo secretario de Defensa, se convirtio en otro foco de atencion. (Mas tarde, cuando salio a la luz un escandalo que lo relacionaba con un burdel, el Senado veto su nombramiento; despues de eso perdio grandes sumas en apuestas y por fin, en 1932, el dia que Franklin D. Roosevelt, su enemigo acerrimo, fue elegido presidente por primera vez, se suicido.) Mi joven sobrino Tom vino de Milwaukee, donde vivia con su mujer, Annette, y me alegre de volver a verlo, aunque su comportamiento dejo mucho que desear. Parecia mas interesado en reconocer a estrellas de cine que en hablarme de su vida y proyectos profesionales, y me sorprendio que su mujer, a quien yo no conocia, no lo hubiese acompanado. Cuando le pregunte por ella, me conto que acababa de quedarse embarazada y que solo pensar en viajar -fuera a donde fuese- le provocaba mareos. Si yo no queria que Annette diera un espectaculo en mi boda, anadio, era mejor que se hubiera quedado en casa. Charlie y Amelia llegaron cogidos del brazo; el con su sempiterna sonrisa, que ahora tenia la virtud de sacarme de quicio, ella con una expresion de aturdimiento en los ojos enrojecidos, apenas capaz de devolverme el saludo cuando me incline para besarla en la mejilla. Parecia agotada, como si vivir con Charlie casi hubiera acabado con ella, y no le augure un futuro muy prometedor, ni con el ni sola.

Fue una ceremonia sencilla y rapida; Constance y yo intercambiamos los anillos, fuimos declarados marido y mujer, y a continuacion todos nos trasladamos a una gran carpa levantada frente a un edificio a pocos metros, donde se serviria la cena, seguida del baile y la fiesta. Constance llevaba un vestido blanco marfil sencillo y cenido, y el velo de encaje que le cubria el rostro apenas permitia entrever sus perfectas facciones mientras permanecimos ante el altar. Al quitarselo descubrio su hermosa y alegre sonrisa, reflejo de la absoluta felicidad que sentia. No paro de sonreir ni siquiera cuando Charlie la felicito con un beso, ni se dejo llevar por asociaciones desagradables que pudieran estropear nuestro dia. Se comporto como si Charlie fuera un invitado mas a quien apenas veia: hasta tal punto Constance y yo estabamos absortos el uno en el otro.

Hubo discursos. Doug dijo que yo era un «hijo de su madre con suerte»; Charlie se pregunto en voz alta por que no me habria hecho una proposicion de matrimonio el mismo, para a continuacion provocar la hilaridad de los presentes al confesar que la razon fundamental era haberse dado cuenta de que no se sentia atraido por mi, de modo que la relacion no habria prosperado. Hasta nos parecio gracioso a Constance y a mi, y senti por ese hombre un afecto que no habia experimentado al menos en sesenta o setenta anos. Bailamos hasta altas horas de la noche; uno de los puntos culminantes de la velada fue el tango impecable con que nos sorprendieron una chica y un joven camarero espanol. El muchacho -que no tendria mas de diecisiete anos- acabo con las mejillas encendidas de orgullo por el exito cosechado en la pista y su tez morena se oscurecio aun mas cuando, al final, su pareja de baile lo beso en los labios. El dia habia salido redondo; sin embargo, al volver la vista atras no puedo por menos de concluir que la desgracia era casi inevitable.

Constance se habia ido a cambiar de ropa; nos proponiamos coger el expreso nocturno a Florida, donde iniciariamos nuestro viaje de novios, un crucero de tres meses. Me encontraba solo en una esquina de la carpa, con un batido de platano en la mano (habia decidido que ese dia no beberia demasiado alcohol), cuando un amigo, un banquero llamado Alex Tremsil, se acerco para felicitarme y nos pusimos a hablar de nuestras respectivas esposas, responsabilidades y cosas por el estilo. De repente vislumbre a Charlie paseando con una joven en quien crei reconocer a la hija de uno de los Richmond. Tendria unos dieciseis anos y guardaba un asombroso parecido con Amelia, a tal punto que al principio pense que se trataba de ella. Pero entonces mire alrededor y vi a mi nueva cunada servirse fruta de un carrito y tambalearse ligeramente mientras se sentaba para comerla; demasiadas copas de champan, pense. Tuve miedo de lo que podia ocurrir si presenciaba la escena que se estaba desarrollando alli fuera, y rece para que Constance se apresurara y nos marcharamos cuanto antes. No es que Amelia me resultara indiferente -al contrario, era una chica muy agradable, aunque siempre se la veia un poco atribulada-, pero me preocupaba mas mi esposa y, por que no decirlo, nuestra felicidad. No queria que nuestra vida en comun se viera perjudicada por la negativa de Constance a permitir que su hermana cometiese sus propios errores y asumiera sus consecuencias.

Al mirar hacia la capilla, donde mi mujer se estaba cambiando, descubri alarmado que Amelia se dirigia hacia mi y la escena del exterior. Charlie y la chica parecian ocupados en un flirteo superficial y saltaba a la vista que el le estaba acariciando la mejilla mientras ella se reia de sus bromas. Amelia se quedo helada al sorprenderlos y solto la copa, que cayo blandamente en el cesped, a sus pies. Corrio hacia ellos y empujo a la joven con tanta fuerza que la pobre fue a dar al suelo y rodo un poco por la pendiente; su vestido amarillo claro quedo cubierto de barro. Si no hubiera sido tan absurdo me habria echado a reir. Charlie se acerco a la chica y la ayudo a levantarse al tiempo que increpaba a Amelia; sus palabras incitaron a esta a arrojarse sobre el y abrazarse a sus piernas. Senti tanta verguenza ajena que aparte la mirada. Poco despues, cuando todo el mundo estaba al corriente del altercado, Charlie entro en la carpa -su ubicua sonrisa se veia ahora un poco forzada- seguido por Amelia, que tan pronto lo maldecia por haberla enganado como le recordaba cuanto lo queria. Cuando al fin callo, Charlie se volvio y la miro, a ella y a todos los invitados de la boda; el publico enmudecio como un solo hombre esperando oir su replica.

– Amelia -su voz firme y aspera retumbo en la habitacion-, largate, estupida. Estoy harto de ti.

Detras de Charlie distingui a Constance a lo lejos, que contemplaba horrorizada como su hermana daba media vuelta y corria en direccion a los coches aparcados en fila en la ladera.

– ?Amelia! -la llamo.

– ?Dejala! -grite mientras me precipitaba hacia ella-. Dejala tranquila. Ya se calmara.

– Ya has visto lo que le ha hecho. No puedo dejarla en ese estado. Tengo que ir con ella. Podria hacerse dano.

– Entonces deja que vaya yo -rogue, cogiendola por el brazo, pero se solto y corrio en pos de su hermana.

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