compania, harto de hacer solitarios, y me invito a comer al dia siguiente en su casa, un ofrecimiento que acepte gustoso. Alli conoci a Constance Delaney.

***

En esa epoca Chaplin vivia en una casa alquilada a unas cuantas calles de la mia. Su turbio divorcio de Mildred Harris era bastante reciente y hacia muy poco que los periodicos habian dejado de hablar del escandalo. Distaba de ser el hombre que yo esperaba: estaba tan acostumbrado a verlo, en peliculas y fotos, encarnando un mendigo, que, cuando me acompanaron al jardin y distingui a un hombre menudo y apuesto sentado junto a la piscina leyendo a Sinclair Lewis, al principio lo tome por un amigo o pariente de la gran estrella de cine. Habia oido que Sydney, su hermano, tambien trabajaba en Hollywood; quiza se tratara de el. Pero en cuanto se puso en pie y se acerco, con una amplia sonrisa que dejaba al descubierto unos dientes blanquisimos, supe de inmediato quien era. Curiosamente, sin embargo, no tuve esa extrana sensacion que a veces nos asalta cuando nos encontramos ante una persona a la que con anterioridad hemos visto en el cine, a un tamano muy superior al real, como una secuencia de lineas y puntos dando saltos en la pantalla. Mientras hablabamos, busque en la cara del hombrecillo rasgos del conocido personaje de las peliculas, pero con su constante sonrisa, la ausencia de bigote y sombrero, y esa forma de toquetearse el pelo con una mano, tenia poco en comun con el alter ego al que yo conocia tan bien, y no pude por menos de asombrarme de su habilidad para transformarse tan completamente. Tenia treinta y un anos pero parecia de veintitres. Yo habia cumplido ciento setenta y siete y aparentaba ser un hombre rico y respetable de cuarenta largos. Aunque lo distinguian de los demas hombres muchos aspectos de su personalidad, habia uno que compartia con los habitantes del pais que habia escogido para vivir: solo queria hablar de la guerra.

– ?Cuantas batallas presencio? -pregunto cuando nos sentamos, retrepandose en la silla, con un brillo de fascinacion en los ojos; su mirada saltaba de una cosa a la otra: de mi rostro pasaba a los arboles de detras, de ahi a la casa mas alla y al cielo-. ?Fue tan horrible como contaban los periodicos?

– Estuve en varias -conteste a reganadientes-. No es que fuera muy agradable, la verdad. Consegui evitar las trincheras, exceptuando un breve y deprimente periodo. La mayor parte de la guerra la pase en un campamento en Burdeos.

– ?Y que hacia?

– Descifraba claves -respondi, encogiendome de hombros-. Trabajo en inteligencia, sobre todo.

Se echo a reir.

– ?Fue ahi donde amaso su fortuna? -pregunto con la mirada fija en la piscina y moviendo la cabeza como si me hubiera retratado en cuatro palabras-. Supongo que en la guerra se puede ganar dinero a espuertas.

– Recibi una herencia -menti, ofendido por su insinuacion-, Creame, en ningun momento de los ultimos anos he pensado en sacar provecho de las circunstancias. Fue… muy desagradable -murmure intentando quitar hierro al asunto.

– Me hubiera gustado alistarme, ?sabe? -Su acento londinense estaba cuidadosamente sepultado bajo el tono nasal estadounidense. Solo se le escapaba alguna palabra que delataba sus origenes. Luego me entere de que durante una epoca habia ido todas las semanas a un logopeda para mejorar su diccion, una extrana pretension tratandose de una estrella del cine mudo-. Sin embargo, los jefazos me aconsejaron quedarme.

– Le creo -repuse sin intencion de parecer sarcastico, a la vez que abarcaba con un ademan el lujoso entorno y me llevaba a los labios la copa de coctel, un margarita con excesiva lima para mi gusto, pero en cualquier caso frio y refrescante-. Es un lugar esplendido.

– Me referia a mi trabajo -aclaro con un deje de irritacion-. Ya sabe, las peliculas. Han dado la vuelta al mundo. Se pasaban gratis a los militares, mientras que cualquier distribuidor que quiera comprarlas al estudio tiene que pagar una fortuna. Creo que el ejercito queria algo para levantar la moral de los soldados en sus dias libres. Podria decirse que gane muchas medallas como oficial animador del ejercito britanico -anadio con una sonrisa.

Era extrano, pense. En cuatro anos no habia visto ninguna pelicula excepto cuando fui a la ciudad de permiso y pague la entrada. Tampoco recordaba que los militares tuvieran muchos «dias libres». Intente cambiar de tema, pero Chaplin no parecia muy dispuesto a renunciar a una fuente de informacion tan valiosa como yo.

– Me gustaria hacer una pelicula sobre la guerra, ?sabe usted? -dijo-, pero me da miedo resultar trivial. ?Que le parece?

– Supongo que todavia hay mucho que decir sobre el asunto. Quiza se tarde cien anos en llegar al meollo de la cuestion.

– Si, pero dentro de cien anos estaremos todos muertos, ?no?

– En su caso, lo mas probable es que si.

– Por algun lado habra que empezar, ?no cree? -insistio, y se inclino con una sonrisa tan amplia que tuve miedo de que se le descoyuntara la mandibula-. En cualquier caso, no es mas que una idea -agrego tras una pausa, quitandole importancia con un ademan y reclinandose de nuevo-. Quiza la lleve a cabo, quiza no. Hay tanto tiempo y tengo tantas ideas… todavia soy muy joven. Soy un hombre con suerte, senor Zela.

– Llameme Matthieu, por favor.

– Imagino que a usted tambien le gustaria tener suerte, ?no es asi?

En ese momento percibi cierta actividad detras de el y vi salir de la casa a dos jovenes que llevaban lo que supuse el ultimo grito en ropa de bano y gorros. Tambien tenian puestas gafas de natacion y en general iban tan tapadas que ofrecian un aspecto ridiculo. Se acercaron a grandes zancadas y sin abrir la boca, aunque la primera chica, que iba de negro y era la mas baja de las dos, rozo con la mano el hombro de Chaplin al pasar por su lado. El no dio senales de reparar en su presencia, excepto por el hecho de acariciarse el hombro que la muchacha habia tocado y mirarme fijamente a los ojos con la sonrisa mas perturbadora que habia visto hasta la fecha, tan cargada de intencion conspiradora y manipuladora que senti escalofrios. Oi un chapoteo detras de mi, y a continuacion el silencio de las dos nadadoras bajo la superficie, deslizandose suavemente hacia el extremo opuesto de la piscina, lo invadio todo. Chaplin se llevo la copa a los labios y bebio un trago largo, relamiendose despues en senal de aprobacion.

– En los tiempos que corren, tomar parte en esta industria tiene muchas ventajas, senor Zela… Matthieu. El inversor inteligente puede llevarse muchas… muchas… alegrias. -Se inclino y, al estrecharme la mano, su sonrisa desaparecio-. Pero no se equivoque -anadio-. Todo es cuestion de elegir el momento oportuno. ?Y ese momento ha llegado!

Durante la velada, los cuatro cenamos en la cocina sandwiches calientes preparados por el mismo Chaplin, despues de lo cual pasamos al salon para beber unos cocteles. El servicio libraba esa noche y nuestro anfitrion parecia disfrutar al hacerse cargo de la cocina y de la bien surtida nevera, pues habia tardado largo rato en decidir los ingredientes que usaria para preparar unos sandwiches que al final resultaron bastante sencillos.

Constance Delaney tenia cuatro anos mas que su hermana, y la noche que nos conocimos solo le faltaban tres semanas para cumplir los veintidos. Aunque no suelo sentirme atraido por mujeres muy jovenes -mi pareja ideal, al menos desde que cumpli los cuarenta, suele rondar la treintena-, Constance me sedujo desde el momento que salio de la piscina y se quito las gafas y el gorro dejando al descubierto un cabello cortado al estilo garcon, muy de moda en aquella epoca, y los ojos mas bonitos que habia visto en un siglo. Eran enormes, y en su centro nadaban unos ovalos color chocolate que, al mirar de soslayo, parecian desplazarse mostrando un mar de hielo niveo de lo mas cautivador. Para cenar se habia puesto unos pantalones y una camisa de lino, entonces un atuendo poco comun para una mujer, mientras que su hermana Amelia, que permanecio toda la velada -y me atrevo a afirmar que el resto de la noche- al lado de Chaplin y era la mas femenina de las dos, llevaba un vestido de muneca que este le habia regalado; despues me enteraria de que ese era solo uno de los muchos regalos con que se habia enriquecido en su breve idilio con la celebridad.

– ?Que hacia en Londres, senor Zela? -quiso saber Constance, llevandose a la boca la aceituna de su Martini mientras yo protestaba y le pedia que me llamara por mi nombre de pila o no podriamos ser amigos-. Antes de la guerra, quiero decir.

– Antes de la guerra he vivido mucho -admiti-. Pero ultimamente me ocurre algo extrano. Estos ultimos cuatro anos me han afectado tanto que siento que ciertos periodos de mi pasado se desvanecen como recuerdos de la infancia. Cuando la gente habla de acontecimientos que tuvieron lugar a finales de siglo, descubro que apenas

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