soportar a sus enfermos, a los que dedicaba los dias. Todo el mundo afirmaba de el que era un psiquiatra muy competente aunque poco espectacular y, quiza, excesivamente tradicional. Era dificil saber que era lo que se queria indicar con tales afirmaciones, pero era cierto que el doctor Aldrey tenia una vision tradicional y poco espectacular del dolor: lo detestaba. Por eso no estaba contento con su profesion. En cualquier caso tampoco era de los que creia que uno tomaba una profesion para estar contento. No veia que hubiera relacion o, al menos, no se lo preguntaba. Habia escogido en su juventud y era suficiente. La familiaridad con la locura le habia quitado las ganas de interrogarse sobre su propio destino. Cumplia a secas con el.

Victor Ribera envidiaba secretamente esta faceta de su amigo. A el le ocurria lo contrario: se interrogaba demasiado. No estaba seguro de nada. Nunca lo habia estado y cuando repasaba lo que habia sido su vida, lo cual trataba de evitar, encontraba confirmacion a sus dudas. Tampoco creia cumplir un destino pues, para que esto fuera asi, hubiera sido imprescindible que una fuerza exterior lo cegara, arrastrandole hacia adelante. No lo habia conseguido. De ahi que hubiera tenido que cambiar continuamente de escenario. Sucesivos paises, sucesivos amores: estaba cansado. El cansancio habia aparecido subitamente y desde entonces no lo habia abandonado. Las excusas se agotaban. Le quedaba la fotografia, su trabajo, pero sentia que tambien este se agotaba.

Es verdad que su ultima exposicion habia sido un exito notable. Sin embargo, para Victor era como la gota que faltaba para colmar el vaso. El dia de la inauguracion sintio nauseas, lo que demostraba que se desvanecia el ultimo vestigio de vanidad. El resultado era intolerable porque afectaba, ademas de a la mente, al estomago. Se vio como un perfecto payaso en medio de la gente que atiborraba la sala. A nadie le importaban sus fotografias. A el tampoco. De lo que mas se arrepintio es de haber puesto aquel titulo solemne y ridiculo: El Instante Decisivo. ?Para quien era decisivo? Para nadie. Miraba de soslayo su coleccion de caras tensas mientras oia el estruendo de risas a su alrededor. No tenia ningun sentido. El paracaidista a punto de lanzarse, el atleta justo antes de empezar la carrera, el cirujano blandiendo el bisturi: habia tenido la pretension de atrapar con su camara momentos unicos. Pero, alli colgados, eran momentos completamente falsos. En lugar de rostros concentrados en el supremo esfuerzo eran rostros cansados. El les habia transmitido su cansancio. Sentia que tenia razon en envidiar la sosegada energia de David.

Aquel miercoles se despidieron como lo hacian todos los miercoles. Sabian que durante siete dias no tendrian la menor noticia el uno del otro y que a la semana siguiente, puntualmente, se reanudaria esa conversacion que, casi como un milagro, se mantenia imperturbable desde hacia anos. Sabian que, entretanto, el mundo no cambiaria y que, consecuentemente, tampoco ellos lo harian. Pero se equivocaban.

Al cabo de los siete dias preceptivos, cuando se reunieron de nuevo, el Paris-Berlin ofrecia el aspecto habitual. Poco importaba que algunos clientes hubieran cambiado: las caras eran las mismas. Los gestos y los dialogos, tambien. En esta ocasion predominaban los comentarios sobre un trascendental partido de futbol celebrado el domingo anterior y ello daba lugar a analisis divergentes. Los camareros, con sus chaquetas blancas algo raidas, aunque conservando el decoro que proporcionaban largos anos en el oficio, se movian de mesa en mesa dejando caer, esporadicamente, sus propios comentarios. Era lo acostumbrado. Durante su almuerzo la conversacion entre David y Victor circulo, asimismo, por los cauces acostumbrados. Unicamente cuando ya estaban tomando el cafe David aludio a algo que parecia preocuparle:

– ?Recuerdas que el otro dia te dije que en el hospital teniamos mucho trabajo?

– Si -contesto Victor recordando vagamente.

– Pues esta ultima semana ha aumentado todavia mas.

Victor miro fijamente a su amigo. No adivinaba que era lo que queria decirle.

– Quiza sea una mala racha.

Es lo unico que se le ocurrio decir. Entonces advirtio que David estaba algo palido. Lo encontro mas viejo, aunque era absurdo que hubiera envejecido de una semana a otra. La vejez no aparecia de golpe. ?O podia ser que si? Su companero le interrumpio:

– Es posible. Pero empieza a ser excesivo.

Victor noto que David queria hablar de su trabajo. Era raro. Casi nunca lo hacia. Pregunto:

– ?A que te refieres?

– La semana pasada hubo cincuenta ingresos. Esta, mas de un centenar. El hospital esta lleno. Lo mismo sucede en los otros hospitales. Y en las clinicas. Nadie lo entiende.

– Pero, ?quienes son los que ingresan? ?De que se trata?

David se tomo un tiempo antes de responder. Sorbio los restos de su cafe.

– La verdad es que no sabemos de que se trata -dijo, mirando al fondo de su taza-. No tenemos ni la mas remota idea. Al principio, cuando se presentaron los primeros casos aislados, si creiamos saberlo. Neurosis depresivas que no tenian nada de extraordinario. El problema vino despues. El numero de casos era ya demasiado grande. Las caracteristicas de los enfermos han acabado de desorientarnos.

Victor sabia que David era poco partidario de las faciles alarmas, y aun menos como medico. Pero, por primera vez en su vida, lo veia alarmado.

– ?Cuales son estas caracteristicas?

David casi no le dejo terminar su pregunta.

– Todos los casos parecen calcados. Cuando llegan al hospital presentan ya sintomas graves. Nos los traen sus familiares y siempre dicen lo mismo: han intentado cuidarlos en casa pero no aguantan mas. No comprenden lo que les ha sucedido, asi de repente, de la noche a la manana, sin que antes hubieran podido advertir nada. Eran muy normales. Los familiares insisten en eso: eran muy normales. De pronto cambiaron. Se mostraron indiferentes. Perdieron el interes por todo. Sus familias dejaron de interesarles y sus trabajos, tambien. Ellos mismos dejaron de prestarse atencion. Se abandonaron por completo. Olvidaron toda actividad. Incluso era dificil lograr que comieran. Cuando nos los traen su apatia es total. Los que nos los traen estan desesperados. Repiten una y otra vez: eran muy normales. Siempre habian sido muy normales.

Encendio un cigarrillo y aspiro a fondo el humo. Tambien hablaba para si mismo:

– Lo cierto es que asi parece ser. A ellos no les sacamos nada, pero los historiales que hemos reunido por boca de los familiares lo confirman. Ninguno de ellos tiene antecedentes que puedan hacer imaginar lo que les pasa. Mas bien, al contrario, todos llevaban una vida bastante satisfactoria. O, al menos, esta es la informacion que nos dan sus familiares.

– ?Y tu les crees?

– En cierto modo si. Hasta ahora, como puedes figurarte, no hacia mucho caso de las opiniones de los familiares. Esto es distinto. Tengo mis reservas pero los creo. Creo que los enfermos con que tenemos que vernos las caras eran personas sin inclinaciones neuroticas aparentes. Llevaban una vida que todos consideraban normal. Es el unico dato que hemos obtenido. Es el unico rasgo comun. Todo lo demas es diferente: diferentes clases sociales, diferentes profesiones, diferentes edades. Hombres y mujeres indistintamente. Algo inaudito.

– ?No hay ninguna explicacion? -aventuro Victor.

– Yo no logro tener ninguna -replico David-. Es como una epidemia.

– Esto no tiene sentido.

– No, no lo tiene, pero no encuentro otra palabra. ?Como calificarias tu al hecho de que, repentinamente, centenares de personas se vuelvan apaticos por completo? ?Y pueden ser muchos mas! Los hospitales estan repletos pero imaginate lo que esta sucediendo en las casas. A nosotros solo nos llegan los enfermos que en las casas se hacen insoportables. ?Cuando llegaran los otros? ?Cuantos hay? ?Cuantos habra? No lo sabemos. Claro que es una tonteria hablar de infeccion pero lo que actua, que no se lo que es, actua como una infeccion.

Victor miro fijamente a su companero de mesa. Solto:

– O una maldicion.

Sabia que esto agrediria al racionalista que habitaba en David Aldrey. Este reacciono, aunque sin demasiado convencimiento:

– Yo debo prohibirme calificaciones de este tipo. Seria lo peor que podriamos hacer.

Sin embargo, bajando la voz, anadio:

– Reconozco que lo parece.

Estuvieron en silencio durante un buen rato. David miro su reloj con un gesto de impaciencia.

– ?Tienes que irte?

– Si.

– Dime antes que piensas hacer.

– No lo se. Supongo que se trata de trabajar para acabar con esto.

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