La manana, aunque sin lluvia todavia, era plomiza, con un aire humedo que calaba en los huesos. En el Tanatorio Municipal el trasiego en torno a la muerte originaba una bulliciosa confusion. Victor tuvo que informarse varias veces antes de acceder a la sala donde debia celebrarse la ceremonia funebre. Habia pocas personas, una docena aproximadamente, entre las que distinguio a la mujer de David, a la que reconocio enseguida pese al mucho tiempo transcurrido desde que la habia visto por ultima vez, y a su hijo, del que recordaba alguna que otra fotografia. Maria era una mujer menuda que se conservaba muy joven. Le saludo afablemente, agradeciendole su asistencia, y le rogo que se situara en el primer banco, junto a ella y su hijo. Victor, sin saber por que, se sintio orgulloso por tal invitacion, en la que se reconocia su estrecho vinculo con David. De inmediato, no obstante, vacilo ante esta idea que venia a corroborar la profunda soledad en la que habia vivido su amigo. Era chocante que el estuviera colocado entre los primeros, a dos pasos del ataud cerrado que contenia sus despojos. Seguramente el resto de los asistentes era aun mas distante de David de lo que el mismo lo habia sido: algunos colegas, algun pariente, unos pocos, escasisimos, acompanantes de compromiso.

El oficiante se atuvo a las frases de rigor, sin disimular en ningun momento que sus pautas valian para cualquier cadaver. Victor prefirio casi que fuera asi, neutro y aseptico como las paredes de la sala. Hablo unos diez minutos, los suficientes como para pasar de puntillas sobre todos los grandes sentimientos del hombre y sobre todos los grandes enigmas del mundo. Almacenados en su discurso el amor, el consuelo o el sufrimiento eran platos frios servidos en un restaurante de comida rapida y la vida ultraterrena, una excursion hasta la esquina mas proxima. Con todo, tenia la virtud de despojar instantaneamente de significado a sus propias aseveraciones preservando, intacta, la frialdad de la muerte. Probablemente se limitaba a cumplir con las exigencias de su oficio, sin inmiscuirse en el destino de alguien al que desconocia por completo. Solo al final, cuando considero que era obligado aproximarse mas a la figura del fallecido, sufrio un par de deslices, asegurando que David era un abnegado cirujano y equivocandose con su apellido. Nadie se lo echo en cara y la ceremonia concluyo rapidamente, no sin que antes retumbara una musica desafinada puesta en marcha por el propio oficiante al pulsar un boton situado debajo de su atril.

Desde lo alto del cementerio se divisaban, ademas de una enorme franja de mar grisaceo, el Paseo Maritimo y buena parte de los muelles del puerto. Desde la distancia en que se hallaba a Victor se le hizo imposible averiguar si se habia reemprendido la actividad portuaria. Mas bien dedujo que todo seguia tan estatico como aquella tarde primaveral en que estuvo caminando con David por los tinglados del puerto. Le vino a la memoria su paseo en barca, surcando unas aguas lisas como el cristal, y el arco iris atrapado en la mancha aceitosa. Por aquel entonces parecia que David tenia todavia la fuerza de su parte. Queria descifrar la enfermedad, aunque advirtiera ya que su significado permaneceria oculto y que, ademas, de prolongarse esta situacion, quedaria trastocado el orden de las cosas. Estaba preocupado porque creia que se estaba perdiendo aceleradamente el sentido de la realidad. No sabia, entonces, desde luego, que seria la realidad la que acabaria expulsandole a el.

Llegaron, despues de algunas dudas de los sepultureros, al rincon donde David Aldrey debia ser enterrado. La comitiva, entretanto, se habia reducido a la mitad. Uno de los empleados pregunto a Maria si queria que abrieran el feretro. Nego con la cabeza. Se mantuvo todo el tiempo cogida de la mano de su hijo. Al igual que ellos tambien los otros espectadores permanecieron en silencio. A Victor le impresiono que el acto de sepultura fuera tan sencillo, tan escualido, de una austeridad que rayaba en la pobreza. Pese al frio los sepultureros tenian gotas de sudor en la frente. Entraban y salian del nicho, descontentos porque restos anteriores dificultaban la entrada del ataud. Por fin lo introdujeron, entre protestas. Empezo a lloviznar. La mujer de Aldrey fue requerida para realizar algunos tramites que aun estaban pendientes. Cuando todos se hubieron despedido Victor se encamino hacia su coche para bajar a la ciudad. Sin embargo, tras dar unos pasos, rectifico y se dirigio de nuevo hacia la tumba de su amigo.

XIV

Un camarero del Paris-Berlin le pregunto:

– ?Le sirvo ya o esperara a su amigo?

– Esperare -contesto mecanicamente Victor.

Sin embargo, cuando el camarero se alejaba rectifico:

– Hoy comere solo. Puede tomar nota, por favor.

Pese a esta indicacion el camarero no retiro el otro cubierto ni Victor insistio en que lo hiciera. Era mejor asi, como si las cosas continuaran en su sitio. En realidad, a excepcion de David Aldrey, que no ocupaba su asiento, el Paris-Berlin habia recuperado su concurrencia, presentando un modesto esplendor similar, muy probablemente, al que presentaba cualquier miercoles del ano anterior. Los viajantes de comercio, o los que tenian aspecto de serlo, que eran mayoria, parecian haber atravesado incolumes el parentesis y ahora reaparecian llenos de energia. En sus bocas los negocios eran actividades eternas que planeaban por encima de los altibajos humanos. Aquel dia se percibia el optimismo reinante mediante una dicharachera complacencia en esa esencia eterna del comercio que daba pie a sonoras bromas y a joviales apuestas. Sin perder la discrecion, tradicional en el Paris-Berlin, los comensales levantaban la voz por encima de lo que era costumbre y, de vez en cuando, brindaban alegremente por sus exitos.

A media comida Victor comprendio que habia hecho mal en volver a aquel restaurante. Se habia empenado en rendir su particular homenaje a la memoria de David, pero ahora lo encontraba un acto ridiculo, rayando lo grotesco, y se veia a si mismo como una caricatura en medio de otras caricaturas que comian y reian. Subitamente tuvo la impresion de que tanto el como los que le rodeaban participaban en las escenas de una vieja pelicula comica y que muy pronto empezarian a volar los platos de una mesa a otra, embadurnando las caras de los integrantes del festin. Por un rato, al repasar cuidadosamente a sus vecinos de mesa, estuvo en condiciones de adjudicar los distintos ingredientes que les correspondian: las cabezas estaban pintadas con cremas y salsas formando un amasijo multicolor. Victor solto una carcajada. Cuando se desvanecio la escena grotesca observo como varios de los presentes le miraban inquisitivamente. El camarero vino en su ayuda solicitandole el postre que queria tomar.

Se sintio el centro de las miradas y esta sensacion incomoda se acentuo al intuir que sus vecinos de mesa le juzgaban como un elemento anomalo que enturbiaba su normalidad. Frente a ellos Victor se sabia acusado por permanecer junto al asiento vacio de David, soldado a el por una complicidad que los otros consideraban malsana. Y en aquel momento experimento de nuevo algo que ya habia presumido desde hacia un cierto tiempo pero que, con el paso de los dias, se volvia mas agobiante: la certeza de que ciertos hombres, David con toda seguridad, y ahora quiza el mismo, habian sido situados fuera del juego, culpables de haber escudrinado en un mundo que no habia existido y, en consecuencia, castigados con la exclusion. David Aldrey habia sido excluido drasticamente por haberse inmiscuido demasiado en territorios prohibidos. Pero tampoco Victor, el mero observador, podia mantenerse al margen, acusado, como seria, de falsedad por creer, o al menos sospechar, que lo que habia ocurrido en el ultimo ano habia ocurrido verdaderamente. Victor, con su persistencia en recordar, transgredia las reglas del juego. Estaba fuera del juego.

Abandono precipitadamente el Paris-Berlin con la premonicion de que, al igual que antes para David, tambien para el habia sido decretado el destierro: podia decirse que, al menos tacitamente, habia sido expulsado de la ciudad, cumpliendo asi la pena por haberse entrometido en su zona secreta. La ciudad era la misma, siempre habia sido la misma, siendo individuos como el y como Aldrey los que, al pensar lo contrario, quedaban atrapados en sus propias ficciones. Victor sabia perfectamente que lo que habia sucedido en el ultimo ano no era, en modo alguno, una ficcion. Pero eso no bastaba cuando lo que se imponia era un mundo que se obstinaba en negar que sus fantasias hubieran sido, en cierto tramo de su historia, las unicas realidades. A pesar de sus resistencias la fuerza de este mundo era demasiado evidente y el propio Victor se veia desagradablemente impulsado a reconocerlo. La duda, aunque tenida por injustificada, hacia incesantes progresos, particularmente nitidos aquella tarde de fines de diciembre, saturadas las calles de atmosfera navidena, mientras se reproducia la estampa exacta del ano anterior con una solidez tal que su sola vision desmentia que hubiera podido ser alterado, en fecha reciente, un equilibrio tan compacto. Las gentes insistian en sus costumbres, ajenas al ano que no habia existido.

Victor dedico el resto de la tarde a comprobaciones que hacia unos pocos dias le hubieran parecido futiles

Вы читаете La razon del mal
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×