los grandes amores inutiles. Con Angela respiraba, y el resto poco importaba.

Durante la cena Angela le hablo de su trabajo en el taller de restauracion. Habia recibido una pintura representando a Orfeo y Euridice escapando del infierno. Un cuadro enorme, aunque muy deteriorado, que requeriria meses de cuidadosa labor. A pesar de todo el tema la entusiasmaba. Victor le pidio detalles sobre la obra y prometio pasar a verla.

– Solo mas adelante, cuando este presentable -dijo Angela.

Despues de la cena Victor estuvo tentado de contarle su conversacion con David y su encuentro con el individuo de ojos muertos. Sin embargo, se contuvo. Algo en su interior se nego a explicar lo que todavia carecia de explicacion. Despues de todo quiza solo se habia tratado de una jornada de sombrias coincidencias. Prefirio escuchar, de nuevo, a Angela mientras hablaba de su ilusion favorita de los ultimos dias. Ese viaje que debia conducirles a una zona magica donde los viajeros, al parecer, tenian el deseo de quedarse para siempre. Segun los informadores de Angela en esa region la vida era todavia tan placentera que era imposible sustraerse a su magnetismo. Los que la habian conocido se prometian a si mismos volver para quedarse. Victor la escuchaba con complacido escepticismo, dejandose contagiar con la idea de un paraiso escondido.

En realidad esto era lo que mas le gustaba de Angela: su capacidad para creer en un paraiso escondido. Y para hacerlo creer, desafiando el reducto insolente del cansancio.

III

La sede de El Progreso era un imponente edificio de hormigon y cristal que rivalizaba con las mejores construcciones del moderno distrito comercial. Habia sido levantado, hacia ya unos anos, para albergar las oficinas del gran periodico, pero en la mente de los que lo proyectaron, propietarios y arquitectos, el objetivo era, desde un principio, mas ambicioso: la sede de El Progreso debia ser un simbolo de la epoca en el que se encarnaban la union entre la informacion mas actual y la tecnologia mas refinada. Los responsables de El Progreso presumian de ambas. En consecuencia, tambien presumian de un poder que pocos discutian aunque del que muchos recelaban. Segun su expresion favorita el periodico habia acabado por constituirse en un pilar de la sociedad. Y no faltaban argumentos para justificar esta afirmacion.

Para acceder a la cumbre de este pilar era necesario superar controles rigurosos, y asi cualquier visitante era sometido al interrogatorio de guardias, ordenanzas y sucesivas secretarias. La grandeza del lugar exigia, sin duda, una seguridad igualmente grande. Victor pensaba, con ironia y fastidio, en este precepto incuestionable mientras se dejaba conducir sumisamente por los largos corredores. Habia algo, en aquella ceremonia repetida, que no le disgustaba: gracias a ella se sentia un visitante. Era un colaborador asiduo del periodico pero no formaba parte de el. Era unicamente un visitante.

Finalmente se introdujo en el ascensor acristalado que debia impulsarlo, con aspera velocidad, hacia la cima del rascacielos. Alli, en las alturas, seria recibido por el director. Victor pulso el boton y se apresuro a contemplar aquella secuencia de escenas que siempre lograba sorprenderle. El viaje duro pocos segundos, pero fue suficiente para mostrarle, de nuevo, aquel mundo que permanecia completamente ajeno a la luz exterior. El vientre de El Progreso era una enorme caverna aseptica atravesada por diminutos pobladores que se movian de un lado para otro. Esparcidos con disciplinada regularidad los puntitos verdes de las pantallas de los ordenadores se asemejaban a luciernagas acechantes. Aquella manana, mientras se perdia hacia arriba con una molesta sensacion de ingravidez, el hueco interior que acogia a los empleados del periodico le parecio un enorme quirofano. Incluso llego a convencerse de que el pesado aroma del formol le estaba mareando. El brusco fin del trayecto represento un considerable alivio.

Espero unos minutos en la antesala del despacho del director. Otra secretaria. En las paredes diplomas, pinturas abstractas y fotografias. Fotografias con autoridades, con catastrofes, con panoramicas urbanas. Dos de ellas eran suyas. Ojeo el periodico del dia, sin concentrar la atencion en las noticias. Tenia mas efectividad sobre sus sentidos la machacona melodia del hilo musical. La secretaria le franqueo la puerta y avanzo hacia el gran ventanal en el que se transparentaba una porcion de la ciudad. El director interrumpio su marcha, saludandole amigablemente.

Salvador Blasi, el temido director de El Progreso, era un hombre jovial, si bien su jovialidad era, a menudo, una de las formas que adoptaba su astucia. Victor lo conocia desde hacia mas de veinte anos y era consciente de las transformaciones que afectaban su vinculo con el. Podian ser viejos y entranables amigos para, sin transicion, convertirse en cordiales conocidos que sustituian la exaltacion de la intimidad por la cautela del respeto. Y asimismo podian ser dos extranos que desconfiaban el uno del otro al tiempo que pactaban compromisos profesionales.

– He visto tu exposicion. Magnifica -dijo Salvador Blasi ofreciendo un comodo sillon a Victor.

– ?Te ha gustado? -pregunto este.

– Mucho. He comprado media docena de tus fotografias. Las publicaremos, a toda plana, en el suplemento del domingo. ?Supongo que ya lo sabias?

– Si, gracias.

– ?Nos has traido algo? -interrogo el director de El Progreso.

– No.

Tras recibir esta respuesta Victor vio como Blasi miraba disimuladamente su reloj. Comprendio que era uno de esos dias en que la amistad no debia entorpecer la eficacia profesional. Se hizo un breve silencio. Blasi lo rompio mecanicamente:

– ?Como esta Angela?

– Bien.

Victor sabia perfectamente que el estado de Angela no le interesaba en absoluto. La habia visto un par de veces y le habian gustado sus ojos el primer dia y sus piernas el segundo. Quiza era al reves. Desde luego, no importaba. Decidio lanzarse:

– Mira Salvador, he venido para ofrecerte el unico reportaje que quiero hacer en los proximos dias. Te consulto para saber tu opinion. Pero ya te adelanto que de todos modos lo hare.

Blasi lo miro con atencion. Parecia halagado por la consulta y dubitativo por la advertencia. Pero se esforzaba por mantener la cara que se atribuye a los buenos jugadores de poquer. Tambien Victor estaba jugando. No queria hacer un reportaje sino que queria informacion.

– ?De que se trata, Ribera?

Cuando Salvador Blasi recurria al apellido era porque optaba por la faceta estrictamente profesional. En las otras ocasiones su nombre era Victor.

– De la epidemia de locura -contesto escuetamente.

Era una provocacion. Si El Progreso habia dado la noticia de un hecho es que este hecho existia. De lo contrario no existia. Era una norma implacable frente a la que no cabian excepciones. Ademas, en este caso, la solidaridad ante lo inexistente era unanime. Ninguna emisora de radio o television, ningun otro periodico, habian otorgado certificado de realidad a algo que, simplemente, era irreal.

– No se de que me estas hablando.

Victor esperaba la respuesta. Escruto a su interlocutor para tratar de averiguar si mentia. Blasi no movio ni un solo musculo de la cara pero, tras las gafas que le protegian, hubo un ligero parpadeo en sus ojos. Mentia, de eso Victor no tenia la menor sombra de duda. Lo habia sabido de antemano. Era una apuesta segura. Sin embargo, faltaba saber lo mas relevante: ?por que mentia? La unica estrategia posible era atacar con la verdad mas ingenua.

– Un amigo, medico, me comento ayer que todos los hospitales estan atestados.

Blasi lo corto con un ademan:

– Querido Victor, ?esto es una noticia? Los hospitales siempre estan atestados. No es ninguna novedad.

– Si, pero esta vez es a causa de una enfermedad singular.

– A estas alturas no creo que pueda haber ninguna enfermedad suficientemente interesante.

Escogia el camino cinico. Con ello Blasi queria dar por sentado que, aunque se viera obligado a entrar en el tema, lucharia lo que fuera necesario para restarle relieve. Victor se arriesgo:

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