– Esta si es interesante.

Aunque unicamente fuera por cortesia Blasi no podia evadirse. Estaba obligado a solicitar la informacion que se le ofrecia.

– ?Por que lo es?

Victor resumio la conversacion que habia tenido con el doctor Aldrey, omitiendo, en todo momento, el nombre de este. Blasi le escuchaba atentamente. Cuando hubo terminado se rio. Su risa delataba cierta tension.

– Mira, Victor, el loco debe ser tu amigo. Lo que me has contado no tiene pies ni cabeza. El que haya aumentado el numero de chiflados no lo pongo en duda, pero que esto sea una especie de plaga me hace reir. Idiotas siempre los ha habido y los habra. Lo que no puedo creerme es que, asi de repente, media ciudad se vuelva idiota. Seria un hecho incalificable. ?Tu eres capaz de encontrarle calificacion?

– No -reconocio Victor.

Blasi se sentia seguro. Hizo una concesion:

– Te voy a ser sincero. Algo he oido del asunto y no le doy importancia. Lo hubiera podido sacar en el periodico pero no lo he hecho. Quiza lo haga, aunque como noticia menor. Muy menor. ?Quieres que siembre la inquietud cuando no hay motivo para ello? Mi periodico siempre ha sido responsable con sus informaciones. No estoy dispuesto a fomentar la histeria por algo tan fantasioso. Si otros quieren hacerlo que lo hagan.

– ?Por que nadie lo ha hecho? -repuso Victor.

– Esto no es de mi incumbencia.

Victor penso inmediatamente que si lo era pero se callo. La situacion era algo embarazosa: los dos sabian que estaban descontentos el uno del otro. Victor se levanto para despedirse. Salvador Blasi lo cogio por el brazo y lo acompano hasta la puerta. Al estrecharse la mano le dijo:

– No pierdas tu tiempo con eso.

– ?Y si la noticia se convierte en mayor? -replico Victor.

– No lo creo.

Fueron las ultimas palabras de la entrevista. Victor se metio de nuevo en el ascensor, pero en lugar de descender directamente a la planta baja se detuvo en la quinta. Queria ir en busca del viejo Arias. Era el antidoto idoneo despues de hablar con Blasi. El viejo Arias era un satelite extrano en la atmosfera de El Progreso y nadie, ni el mismo, sabia muy bien como habia ido a parar alli. Era un periodista chapado a la antigua al que no le ofendia el sobrenombre, mitad despectivo, mitad afectuoso, con que muchos le conocian: el perro callejero. Durante una buena parte de su vida habia pateado las calles de la ciudad en busca de sucesos. De el se decia que escribia mal pero husmeaba bien. Ahora el perro habia dejado de callejear y esperaba la inminente jubilacion arrastrandose entre instrumentos que no comprendia y realizando trabajos que nadie queria realizar. A pesar de todo su olfato le mantenia alerta.

Cuando Victor lo encontro estaba sentado en su mesa, rodeado de papeles y, aparentemente, en plena confusion.

– Ahora no me interrumpas. ?Sientate! -ordeno.

Victor obedecio. No pudo dejar de sonreir al observar lo que ocurria sobre la mesa. Arias, segun pudo deducir, estaba tratando de confeccionar la cartelera de espectaculos. Lo grave es que odiaba todo lo que debia integrar en ella. Odiaba el cine, el teatro, la opera y cualquier cosa que significara ficcion. Y para justificarlo afirmaba solemnemente que el era un amante de la cruda realidad.

Pasaron varios minutos. Por fin Arias levanto la cabeza.

– ?Que sabes de lo que esta sucediendo en los hospitales? -le espeto Victor.

Arias no se mostro sorprendido. Unicamente encogio los hombros y dijo malhumoradamente:

– Toda la ciudad se esta volviendo imbecil. Y no me extrana viendo estas porquerias.

Senalo la cartelera de espectaculos.

– Pero dime que es lo que sabes tu -insistio Victor.

Arias estaba obsesionado con la tarea que se le habia encomendado. Para demostrar que la detestaba se puso a leer varios titulos de peliculas.

– Son infames -anadio.

Cuando acabo de refunfunar miro de nuevo a Victor y contesto:

– Lo mismo que sabes tu. Preguntaselo a tu amigo Blasi. El sabe mas que los dos juntos.

– Salgo de su despacho. Me ha dicho que no tiene importancia. Es una noticia menor.

La expresion de Arias se hizo triunfante. Una vez mas se comprobaba la hipocresia de quien le tenia marginado, obligandole a tareas tan indignas como la elaboracion de la cartelera. Victor podia intuir lo que pasaba por la mente del antiguo perro callejero porque ya habia escuchado muchas veces su protesta. Tambien se sabia de memoria el resto del razonamiento que transcurria por las maldades del periodismo moderno, por las limitaciones de la vejez y la inminencia de la jubilacion. Escucho pacientemente los improperios y lamentaciones. Como compensacion Arias le explico lo que sabia o, mas exactamente, tal como el preferia encabezar sus informaciones: lo que se decia por ahi. Hablo en voz baja, para reforzar el tono confidencial:

– No podran ocultarlo por mucho tiempo. Pronto estallara el escandalo. Hace ya demasiados dias que se propagan rumores por todos lados. Incluso aqui en el periodico. El que nadie diga nada demuestra la gravedad de todo esto. Blasi, y los que estan conchabados con el, tendran que ceder. Y cuando se haga publico rodaran cabezas.

– ?Quien esta conchabado? -pregunto Victor.

– Todos.

A Victor no le interesaba hurgar en la supuesta conspiracion de silencio. Sospechaba que existia, fuera por evitar la alarma o por cualquier otra razon de indole politica, pero, en aquel momento, no era lo que mas le importaba. Ademas, facilmente Arias, de seguir por este camino, podia presentarse como el principal perjudicado por la conspiracion. Procuro desviar la conversacion hacia el terreno que le convenia:

– ?Que opinas de los que sufren esta enfermedad?

– Son unos desgraciados que se convierten en basura humana.

Arias era expeditivo. Lo suyo no era el dominio de los matices. Pero, para Victor, su experiencia contaba. Tenia la intuicion de que el viejo perro callejero habia ido en busca de la noticia a pesar de que su hallazgo solo tendria valor para el mismo.

– ?Los has visto?

– Claro -contesto con evidente orgullo-. He recorrido varios hospitales. Estan a rebosar. Toman ciertas medidas para evitar a tipos como yo, pero es facil colarse. Son locos pacificos. Estan alli, casi sin moverse, con la mirada perdida. No hacen nada raro. A decir verdad, no hacen nada en absoluto. Parece que te miran sin verte. Y hay cientos de ellos.

– Pero tu, ?como te lo explicas?

– No hay nada que explicar -concluyo Arias-. Es asi. Debia suceder y ha sucedido.

Era inutil tratar de averiguar por que debia suceder. Arias, como hombre que detestaba toda ficcion, era profundamente fatalista. El era de los que opinaba que todo estaba previsto y, consecuentemente, todo debia desarrollarse segun el guion previsto. Este era un argumento que, falso o verdadero, era inapelable, y Victor sabia que era vano intentar desmentirlo porque tampoco el podia oponerle ninguna prueba consistente. Desde siempre el mundo se habia dividido entre los que creian en la predestinacion y los que hacian caso omiso de ella. Arias era de los primeros, y su prolongada vocacion de sabueso le habia llevado a corroborar como hechos lo que ya estaba escrito en un todopoderoso codigo de autor anonimo que a veces, cuando blasfemaba, identificaba con un dios y otras, cuando maldecia, con un demonio.

Victor, al salir de El Progreso, estaba dispuesto a hacer aquel reportaje que, al entrar, todavia no habia decidido seriamente. Lo que habia constituido una estratagema para atrapar a Blasi se habia convertido en una necesidad para liberarse el mismo. Estaba lejos de saber que era lo que realmente le concernia de todo aquello. Ni siquiera era capaz de dilucidar si estaba o no afectado por la polvareda que se anunciaba en el horizonte. No sabia si se enfrentaba a una tormenta o, simplemente, a un viento pasajero que, tras remover la tierra firme, se disolveria bajo el dominio de la calma. Quiza no hubiera ni una ni otro, ni tormenta ni viento pasajero, y la polvareda, despues de todo, no fuera sino un espejismo fomentado por la excesiva bonanza del desierto. Quiza Blasi tenia razon y no deberia perder el tiempo con rumores inconsistentes. Se habia hecho verdaderamente dificil saber que significaba perder el tiempo.

Mientras circulaba entre el denso trafico del barrio comercial puso la radio de su automovil. Cambio varias

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