veces de emisora buscando los boletines informativos. Tenia la secreta esperanza de que, al fin, se hiciera un claro en la oscuridad. Ningun indicio. Todas las voces confirmaban que nada sucedia. El timbre de las voces era aun mas elocuente: nada podia suceder. La existencia era tan solida e inconmovible como aquellas brillantes arquitecturas que se alzaban en el barrio comercial y daban resplandor a su gran rueda de transacciones.

Al llegar a su casa Victor examino rutinariamente el correo. Ninguna de las cartas parecia merecer su atencion inmediata. Las dejo sin abrirlas sobre una mesa. Con la misma rutina se dispuso a escuchar los mensajes del contestador automatico: el propietario de la galeria, Angela, un empleado de su banco, el jefe de redaccion de una revista desconocida y, por ultimo, David. Oir la voz de David le lleno de asombro. Nunca le llamaba. Escucho por dos veces su mensaje. Le apremiaba a que fuera a encontrarle. Estaria todo el dia en el hospital. Victor cogio una de sus camaras fotograficas y varios carretes. Subitamente tuvo la sensacion de que la polvareda se acercaba.

El Hospital General era un vasto edificio, con mas de un siglo de antiguedad, al que se habian anadido varios pabellones anexos construidos segun un estilo estrictamente funcional. Como resultado ofrecia la vision de una mole inmensa y ennegrecida por la humedad de cuyo tronco central surgian, sin ninguna armonia, diversos munones de hormigon. El interior del conjunto estaba conectado por un intrincado sistema de pasadizos a traves del cual, pese a las senalizaciones, lo mas corriente era extraviarse.

Tambien Victor se extravio varias veces antes de llegar a las inmediaciones del pabellon psiquiatrico, situado en uno de los anexos modernos del hospital. En su recorrido no advirtio ningun comportamiento anomalo, con la excepcion, tal vez, de un cierto nerviosismo en quienes respondian a sus demandas de informacion. Le parecio que el numero de medicos y enfermeras que se desplazaban de un lugar a otro era inhabitualmente alto. Pero no lo considero un dato significativo. Si considero, por contra, extrano que un discreto reten de la policia vigilara la entrada al pabellon psiquiatrico. Su extraneza fue en aumento cuando comprobo que no era personal sanitario sino la propia policia quien controlaba el acceso. Instintivamente escondio su camara debajo del abrigo con la suficiente antelacion como para que nadie se diera cuenta de su movimiento. A los policias que lo interrogaron les dijo que el doctor Aldrey le esperaba.

David lo condujo a uno de los minusculos despachos que se abrian a ambos lados de un corredor, inmediatamente despues de la garita de recepcion. Antes de ser rescatado por su amigo, Victor pudo entrever que, en aquella parte del hospital, la densidad de batas blancas era mucho mas notoria.

– ?Desde cuando estan? -pregunto Victor senalando con un gesto a los policias que custodiaban la entrada.

– Desde esta manana.

– ?Quien los ha enviado?

– El consejo directivo del hospital ha autorizado su presencia. No se exactamente quien los ha enviado. Que mas da.

Era cierto. Daba lo mismo. En cualquier caso era obvio que la noticia menor empezaba a transformarse, a los ojos de las autoridades, en mayor. Esta era asimismo la razon por la que le habia convocado David.

– Todo esto debe hacerse publico -afirmo.

– Ayer no mencionaste esta necesidad -le contradijo Victor.

David penso un momento la respuesta. Su aspecto, como siempre, era calmado.

– Es verdad -dijo, al cabo de unos instantes-. Quiza ayer no veia aun esta necesidad. Le he dado bastantes vueltas. Estoy convencido. No ganamos nada ocultandolo. El panico puede ser mayor si se extienden las habladurias, como pronto sucedera. Es mejor informar de lo que sabemos.

– Sabeis lo que pasa pero no por que pasa -objeto Victor.

– Incluso asi.

– ?Y no crees que es arriesgado alarmar con la enfermedad sin consolar con el remedio?

Victor compartia la opinion de su amigo pero recurria al papel de abogado del diablo. Lentamente habia brotado en el un temor que le inquietaba mas que los hechos mismos: el llegar a aceptar sumisamente lo que a todas luces era inexplicable. Por eso, antes de dar tiempo a la respuesta de David, continuo con otras preguntas:

– Y, ademas, ?se trata autenticamente de una enfermedad? Vuestros analisis, ?han dado algun resultado?

– Llamalo como quieras. Yo, como veo que hay hombres enfermos, lo llamo enfermedad. Reconozco que todos los analisis han sido negativos. Pero eso no cambia las cosas. Ha llegado un momento en que hay que tomar medidas, aunque sigamos trabajando en la oscuridad.

– Supongo que habeis enviado informes al departamento de sanidad.

– Claro. Desde hace bastantes dias.

Victor hizo un gesto de interrogacion con la cabeza.

– Esta en estudio.

– ?Es una materia reservada?

– No exactamente. Nadie ha dicho que lo sea.

– Entonces, ?por que nadie lo ha hecho publico?

– No tengo la menor idea.

Una enfermera entro en el despacho para llamar al doctor Aldrey. Cuando estuvo solo Victor extrajo uno de los carretes del bolsillo de su abrigo y lo introdujo en la camara. Disparo varias veces y, luego, deposito la camara sobre una mesa metalica. Transcurrio casi media hora antes de que reapareciera David.

– Perdona. Nuevos ingresos.

Victor se limito a senalar la camara fotografica y a decir:

– Si me lo permites puedo intentarlo.

Por la noche Victor entro en el bar, cercano a su casa, al que recurria habitualmente para comidas rapidas. Pidio un plato combinado asimismo habitual. Cuando se lo sirvieron se dio cuenta de que no tenia apetito. Comio muy poco. Bebio rapidamente la cerveza que tambien habia pedido. Luego se hizo servir otras dos, tratando de aplacar la sed que le secaba la garganta. Durante un rato se entretuvo observando a los otros parroquianos. Experimentaba una sensacion contradictoria: tenia prisa por llegar a su casa y, al mismo tiempo, trataba de retrasar su llegada. Llamo a Angela desde el telefono situado en un extremo de la barra. Aquella noche no podia verla a causa de un trabajo imprevisto que debia realizar. Seguramente le llevaria bastantes horas. No le explico de que se trataba. Preferia decirselo de viva voz. Se despidio y volvio a su asiento. El camarero le rino por su falta de apetito. Le gusto el detalle y estuvo tentado de prolongar la conversacion. Pero no lo hizo. Pago y se marcho, entre elogios a la comida y disculpas por su inapetencia.

Paso encerrado en su laboratorio toda la noche. Al principio, mientras disponia el material, recordo ciertas ocasiones en que el revelado de sus fotografias le habia procurado una especial emocion. Particularmente cuando era muy joven y le parecia que cada fotografia debia estar obligadamente dotada de magia. La captura de una imagen era el secuestro personal de un fragmento de la existencia, y el revelado era la seguridad de su definitiva posesion. Los dos momentos eran satisfactorios, pero lo que en el primero era violencia en el segundo era delectacion. Con el transcurso del tiempo estas sensaciones se debilitaron y ahora su memoria, como en las demas facetas de su vida, ejercia una drastica discriminacion sobre su trayectoria de fotografo. Le devolvia, es cierto, determinados instantes de renovada intensidad, si bien tales instantes llegaban hasta el como si estuvieran flotando en un enorme agujero de ausencia.

Sin embargo, nunca la excitacion se habia visto acompanada por el temor. Ahora compartia excitacion y temor. Tambien un oscuro rechazo por lo que emergeria ante sus ojos. Detestaba las piezas que, como un siniestro cazador, habia ido cobrando durante su caceria en el hospital y, paralelamente, trataba de librarse de sus escrupulos declarandose el provecho moral de su mision. Naturalmente esto estaba destinado a tranquilizar su conciencia. Una maniobra, no obstante, a la que se prestaba sin conviccion, sabiendo, tal como le hacia saber el instinto, que el deseo de apropiarse de las imagenes capturadas era muy superior al vulnerable poder de las reticencias morales. La posesion del botin, por terrible que fuera, seguia siendo la inclinacion mas formidable.

La revelacion del botin, desgranandose paulatinamente ante su mirada, tuvo para Victor un efecto narcotizante. Se sentia, en cierto modo, hipnotizado y, a medida que las borrosas siluetas adquirian la consistencia de un mundo real, notaba que la pesadez de sus miembros dificultaban su labor. Le costaba un esfuerzo creciente rescatar nuevas imagenes. Volvia una y otra vez a la cubeta con el creciente hastio de tener

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