que extraer, del fondo del liquido, los restantes episodios de la pesadilla.

Lo mas turbador para Victor es que esta era una pesadilla distinta. Otras visiones cruzaron su imaginacion. El, durante algunas etapas de su vida, habia conocido a fondo el lado mas cruel de las cosas. Habia fotografiado guerras, quiza intrascendentes pero sanguinarias. Sabia lo que era observar de cerca caras destrozadas y cadaveres mutilados. Habia captado con su camara los diversos decorados del espectaculo de la destruccion. Tambien se habia movido entre bambalinas, recogiendo instantaneas de la vertiente menos vistosa y comercial de las guerras, aquella que las revistas graficas no compraban, alegando que las moradas de la miseria, cuando se repetian demasiado, dejaban de conmover. Victor creia conocer con cierta intimidad los subsuelos del dolor, a pesar de que se habia hartado de ellos y habia procurado olvidarlos. Finalmente se habia cerciorado de que no era dificil mantener alejadas estas pesadillas ardientes.

Pero lo que ahora examinaban sus ojos era una pesadilla fria. Gelida. Sin sangre, sin huellas de brutalidad, sin apenas senales de dolor. En todo caso un dolor enteramente diferente, incubado en perdidas regiones del espiritu, que se volcaba hacia el exterior bajo la forma de una gelatina viscosa. Tenia a su alrededor decenas de imagenes, y su compania le causaba una impresion semejante a la que habia sentido cuando el dia anterior se habia topado con aquel desconocido en el barrio antiguo: frio, un frio feroz que le atravesaba el cuerpo hasta quedar adherido en las visceras.

La irrupcion de aquel ejercito espectral le atenazo. Se veia acorralado y dominado. Unicamente tras prolongados esfuerzos por librarse de la frialdad que le inmovilizaba se puso a examinar con detenimiento las imagenes que tenia ante el. Las miro una y otra vez, tratando de entender. Habia en ellas algo sorprendente: correspondian a muy diversos individuos pero parecian ser la continua reproduccion de la misma cara. Los rasgos eran, sin duda, distintos, aunque esto era solo una evidencia superficial que se anulaba cuando el examen se hacia mas atento. Entonces surgia un rostro unico que se imponia sobre los rasgos aparentemente diferentes.

Victor intento descifrar los atributos de aquel rostro que le desafiaba desde diversos puntos de su laboratorio. No le convencio aquel antifaz inexpresivo bajo el que se ocultaba. Quiso arrancarselo, analizandolo obsesivamente como quien busca adivinar las intenciones de su peor enemigo. Realmente se habia convertido en el peor enemigo. A fuerza de aceptar su intimidad su presencia se agigantaba. Los ojos sin vida del monstruo querian asfixiarlo. En ellos se reflejaba una insoportable demanda de compasion en la que Victor creyo oir, incorporado, un susurro: pronto seras como yo.

Abandono precipitadamente la habitacion oscura del laboratorio. Necesitaba aire y abrio de par en par la primera ventana que encontro a su paso. Estaba amaneciendo. Entre los azules aun brillaban las luces confiadas de la ciudad. Ahora empezaba a comprender por donde golpeaba la amenaza.

IV

A principios de diciembre estallo la noticia sobre la conciencia de la ciudad. Fue algo natural e incontenible, como estalla la cascara del huevo para que el recien nacido reptil, superado su estado embrionario, comience su periplo por los caminos. El caudal de internamientos aumentaba, dia a dia, con implacable regularidad. Ya no era posible encauzarlo en secreto ni tampoco disimularlo con el silencio. Los rumores, dejando atras los circuitos reducidos, irrumpian en calles y plazas. La ciudad quedo totalmente envuelta en los pesados vapores de la duda. Era indispensable actuar y se actuo: se tomaron las primeras medidas politicas, los medios de comunicacion, aunque con la cautela que esas medidas recomendaban, empezaron a informar y, finalmente, como exigencia de unas y otras circunstancias, se dio un nombre a los afectados. Se les llamo exanimes.

El hallazgo de un nombre era indispensable, pues era demasiado arduo estudiar cientificamente un fenomeno que no estaba identificado bajo un rotulo. Ademas los politicos y los periodistas lo reclamaban como un instrumento imprescindible para sus respectivos trabajos. Era imposible tomar medidas o informar con respecto a algo que no tenia nombre. Pero la cuestion del nombre era complicada y requirio varios conciliabulos de autoridades, medicos y especialistas. A los internados que infestaban hospitales y clinicas se les consideraba idiotizados pero es obvio que no se les podia llamar oficialmente idiotas. Era demasiado cruel e irreverente. Sin embargo, ninguna denominacion de las contenidas en las enciclopedias medicas se demostraba util. Se repasaron infatigablemente los nombres de todas las patologias conocidas. Sin exito. Era una enfermedad de la que no se tenia clara certidumbre de que fuera una enfermedad. Por si fuera poco, se propagaba como una plaga infecciosa pero se tenia por absurdo que pudiera ser una plaga o que pudiera contagiarse por una infeccion. Los analisis clinicos lo desmentian tajantemente y los anales medicos, tambien. A pesar de todo, no darle un nombre comportaba el inmenso riesgo de aquello que se transforma en innombrable. Despues de muchas sugerencias descartadas, alguien, que habia investigado los diccionarios, propuso que se les llamara exanimes. Por fin se llego a un acuerdo. La definicion con que se encontraron los que no conocian el significado del termino era dura. Leyeron que un hombre exanime era un hombre sin aliento, sumamente debilitado e, incluso, sin senal de vida. Era dura pero no habia duda que se adecuaba a las circunstancias. Por otro lado era suficientemente inhabitual como para contentar la severidad terminologica que pedian los cientificos y la neutra opacidad que aconsejaban las autoridades. El adjetivo fue convertido en sustantivo y se adopto oficialmente con la sensacion de que ya se habia vencido una batalla.

En cuanto a las medidas de orden politico se procedio con sigilo y prudencia, procurando que la inminente publicidad de los acontecimientos quedara amortiguada por la garantia de disposiciones efectivas. Se pretendia asi combatir la alarma que cundiria en la sociedad con una apariencia de energia. En cualquier circunstancia era imprescindible que todo pareciera bajo control. Por eso a finales de noviembre, cuando ya se reconocia como inevitable que el problema sobrepasara las instancias sanitarias, el Consejo de Gobierno convoco al Senado de la ciudad a una larga sesion, celebrada a puerta cerrada, con el proposito decidido de proceder a actuaciones inmediatas. Durante esta sesion hubo prolongados debates hasta que tanto el partido del gobierno como el de la oposicion comprendieron que, contra lo que acostumbraba a suceder, esta vez se enfrentaban a una situacion nueva y poco propicia para la oratoria. El comun miedo a lo desconocido disminuyo paulatinamente el enfasis de los discursos hasta cortarlos de raiz. Segun dijo, tiempo despues, uno de los senadores asistentes, se llego a un momento insolito en que ninguno de los presentes se atrevia a tomar la palabra. Nadie tenia nada que proponer.

No obstante, se tomaron medidas y se formaron comisiones. El Senado se manifesto unanime en un aspecto, considerado psicologico, al que se otorgo primordial importancia: lo desconocido deberia ser presentado en sociedad de tal forma que los ciudadanos tuvieran, desde el inicio, la esperanza de que ya empezaba a ser conocido o que pronto lo seria. La segura solucion futura del enigma tenia que ser la condicion previa a la formulacion del enigma. Este era un principio incontestable que guiaba los metodos a adoptar en todos los ordenes. Asi se comunicaria a los cientificos y medicos. El mal debia ser investigado, a la busqueda del remedio, pero, mientras tanto, se prohibia terminantemente desalentar a la poblacion con confesiones de ignorancia. De todo ello quedaba encargada la comision de expertos elegida por el Senado.

La denominada comision de tutela tenia, naturalmente, una importancia todavia mayor. De su rapidez y sagacidad dependia la eficacia de todo el plan que se estaba poniendo en marcha para luchar contra los presagios sombrios que zarandeaban la ciudad. Pero debia actuar con exquisito tacto. No se podia imponer, de pronto, la censura sobre los medios de comunicacion porque ello, ademas de suponer inoportunas protestas, representaria socavar aquella libertad de expresion de que tanto se enorgullecian la ciudad y las propias autoridades. Tampoco, sin embargo, se podia permitir que periodicos y emisoras, compitiendo entre ellos para ofrecer las noticias mas sensacionales, como acostumbraban, acabaran vulnerando la exigencia de calma que la situacion requeria. El equilibrio era tan dificil como imprescindible. Para conseguirlo se ideo un complejo sistema de recomendaciones mediante el cual lo explicito se volviera implicito y el mandato se entendiera como sugerencia. La comision de tutela tenia la responsabilidad de que la ciudad, aunque fuera con una libertad tutelada, continuara sintiendose libre.

Faltaban, para completar los esfuerzos de los representantes de la comunidad, establecer aquellos procedimientos que aseguraran el cumplimiento eficaz de todas las disposiciones. Tampoco en este campo se queria recurrir a las opciones extremas. La firmeza no excluia la discrecion. De ahi que la tercera de las comisiones elegidas, la de vigilancia, debia velar por el orden publico, pero siguiendo los consejos que el Senado

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