sensacion de que al decir juez queria decir poli, y un poli como los que interpretaba Michel Bouquet en las peliculas de Yves Boisset de la epoca: hipocrita y perverso, alguien en cuyas manos vale mas no caer. Dicho esto, yo quiza me equivocaba, nos equivocabamos los lectores novicios que eramos de Charlie Hebdo: quiza aquel chico era solamente timido y estaba orgulloso de su vocacion, herido porque se burlaban de ella, y se ha convertido en alguien tan notable como Etienne Rigai. Quiza si yo le hubiese conocido a esa edad tambien habria desconfiado de Etienne. No lo creo, prefiero pensar que nos habriamos hecho amigos.

Una de las cosas que me ha impulsado a escribir esta historia es la manera en que Etienne, la primera vez, dijo: Juliette y yo hemos sido grandes jueces. La seguridad y el orgullo con que pronuncio estas palabras eran extraordinarios. Como un artista que aunque sepa bien que su carrera no ha terminado, que hay que continuar, que no hay nada afianzado, sabe al mismo tiempo que tiene en su haber una obra, al menos una, que hace que, a pesar de todo, pueda dormir tranquilo, que el porvenir sera el que sea, pero que para el ya se ha jugado la partida y la ha ganado. Al mismo tiempo, esta idea de grandeza vinculada con la profesion de juez me dejaba perplejo. Si me hubieran pedido que citara tres o incluso un solo gran juez me habria quedado in albis, lo unico que se me hubiera ocurrido es algunos nombres de los que se habla en relacion con expedientes mediaticos, y ademas estos jueces conocidos del publico -Halphen, Van Ruymbecke, Eva Joly- son jueces de instruccion, no magistrados que componen un tribunal con una toga y una bocamanga de armino, personajes a los que la mitologia novelesca y cinematografica muestra como guardianes mas bien antipaticos del orden burgues. Aunque todos estemos de acuerdo con la idea, a la vez convencional y correcta, de que lo que importa no es lo que uno hace sino como lo hace, y que es mejor ser un buen charcutero que un mal pintor, todos hacemos mas o menos una distincion entre los oficios creativos y los otros, y es sobre todo en los primeros donde la excelencia, compuesta no solo de competencia, sino tambien de talento y carisma, puede evaluarse en terminos de grandeza. Por cenirme al mundo del derecho, yo sabia bien lo que era un gran abogado, pero menos bien lo que era un gran ujier. Y un gran juez, francamente, en especial si se trata de un juez de primera instancia, experto no en grandes casos criminales, sino en contenciosos civiles: paredes medianeras, curadurias, alquileres impagados… Digamos que era algo que, a priori, no me fascinaba.

(Y ademas esta la frase del Evangelio: «No juzgueis.»)

Para explicar su vocacion, Etienne dice tres cosas. Que le gustaba la idea no de defender a la viuda y al huerfano, sino de dictaminar lo que es justo y administrar justicia. Que deseaba cambiar la sociedad, pero asimismo ocupar en ella un lugar confortable: llevar una vida burguesa sin preocuparse por hacer fortuna. Que, por ultimo, al juzgar se ejerce un poder y que el posee no el gusto del poder, sino el gusto por el poder.

Cuando dice esto ultimo no capto muy bien el matiz, pero ilustra un rasgo de Etienne que he llegado a conocer y que me agrada. Fue un rasgo particularmente llamativo, el dia de nuestra visita colectiva. Cada vez que alguien le interrumpia, no para contradecirle, sino para confirmar, completar, comentar lo que el decia, meneaba la cabeza y murmuraba que no, que no era exactamente asi. A continuacion seguia hablando y decia lo mismo, con un matiz ligerisimamente distinto. Para razonar un poco como el, pienso que para concordar con la gente necesita no estar de acuerdo con ella. Por ejemplo, cuando el padre de Juliette hablo de la amistad entre ella y el, se mostro disconforme sobre esta palabra: Juliette y el no eran amigos, eran personas proximas, lo cual no tenia nada que ver. Cuando le conoci mejor, le dije que a mi la palabra amistad me servia para designar lo que habia entre Juliette y el, y que si no era asi no veia lo que podia ser la amistad. Aun siendo sensible al gusto por la precision que esto revela, adquiri la costumbre de burlarme de su mania de recusar todo lo que le dicen para reformularlo despues de un modo casi identico, y le divirtio que yo bromease a este respecto: siempre nos complace que las personas que nos quieren senalen nuestros defectos como razones adicionales para querernos. Desde entonces, Etienne se avino cada vez mas a coincidir conmigo.

Estamos en enero de 1981. Yo tengo veintitres anos, hago mi servicio militar como cooperante en Indonesia y escribo alli mi primera novela. El tiene dieciocho, cursa el ultimo ano en Sceaux. Sabe lo que quiere hacer despues del bachillerato: la facultad de derecho y a continuacion la Escuela Nacional de la Magistratura. Juega al tenis. Todavia es virgen. Y al cabo de varios meses le duele la pierna izquierda. Le duele mucho, cada vez mas. Tras varias consultas muy poco concluyentes, le hacen una biopsia y, cuando llega el resultado, el padre de Etienne le lleva con urgencia al Instituto Curie. Tiene el rostro grave, angustiado, no pronuncia la palabra fatidica pero dice entre dientes: hay celulas sospechosas. Hay varios medicos reunidos alrededor del chico en una sala del sotano. Bueno, muchacho, dice uno de ellos, vamos a intentar que sigas entero.

No vuelves a casa. Te quedas alli.

?Que pasa?

?No lo has comprendido?, se asombra su padre, trastornado y reprochandose no haberse hecho entender: tienes un cancer.

Las visitas, la presencia de los familiares solo estan autorizadas hasta las ocho de la tarde. Etienne se queda solo en su habitacion de hospital. Le dan de cenar, un comprimido que le ayude a dormir, pronto apagan la luz. Es de noche. Es la primera: la noche de la que hablo el dia en que nos conocimos y que esta vez intenta contarme con detalle porque es importante, muy importante.

Esta tumbado en la cama, en calzoncillos porque su padre no habia pensado que todo ocurriria tan deprisa, que le ingresarian, y por tanto no le ha llevado lo necesario para pasar la noche. Etienne levanta las mantas para mirarse las piernas, las dos piernas que tienen un aspecto normal, las piernas de un adolescente deportista. En la izquierda, en la tibia de la izquierda, esta eso que se esmera en destruirle.

Unos meses antes leyo 1984, de George Orwell. Una escena le causo una impresion terrible. Winston Smith, el heroe, ha caido en manos de la policia politica y el oficial que le interroga le explica que su oficio consiste en descubrir en cada sospechoso lo que mas miedo le inspira en el mundo. Se puede torturar a la gente, arrancarle las unas o los testiculos, siempre habra algunos que aguantaran el tormento, sin que se pueda decir de antemano quienes seran: los heroes no son forzosamente los que se piensa. Pero cuando se ha identificado el miedo fundamental de un hombre, es facil doblegarlo. Ya no hay heroismo ni resistencia posible, pueden poner al prisionero delante de su mujer o su hijo y preguntarle si prefiere que le hagan eso a el o a uno de ellos: por muy valiente que sea o aunque les ame mas que a si mismo, preferira que se lo hagan a su mujer o a su hijo. Es asi, existen horrores, distintos para cada uno, que no se pueden afrontar. Por lo que respecta a Smith, el oficial ha investigado y ha averiguado. La cosa espeluznante, insoportable para Smith es una rata en una jaula que le acercan a la cara, y abren la jaula y la rata hambrienta se precipita sobre el y le devora, con sus dientes afilados le muerde las mejillas, la nariz, y pronto encuentra el manjar mas exquisito, los ojos, y se los arranca.

Es la imagen que perturba a Etienne la primera noche. Pero la rata esta dentro de el. Lo devora vivo desde el interior. Ha empezado por la tibia, ahora asciende a lo largo de la pierna, se abrira camino dentro de sus entranas, despues le recorrera la columna vertebral hasta llegar, por ultimo, a los repliegues del cerebro. Es una imagen mas que una sensacion, curiosamente no siente nada, es como si su cuerpo y el dolor que, sin embargo, no le abandona desde hace meses, se hubieran ausentado, pero es una imagen tan pavorosa que Etienne quisiera morir para ahuyentarla. Para no verla mas, quisiera que su cerebro se apagase, que todo se detuviera, dejar de existir. Sin embargo, en el fondo de este horror, llega a decirse: tengo que encontrar otra cosa. Otra imagen, otras palabras, a toda costa, para superar esta noche. Si la supera, sucedera algo que quiza no le salve, pero que ya no sera eso. Con la ayuda del somnifero, se sume en una duermevela en cuyo fondo la rata merodea y roe. Vuelve a dormirse, se despierta, las sabanas estan empapadas de sudor. Y al amanecer la rata ha desaparecido. Se ha marchado. No volvera. En su lugar hay una frase. Una frase que visualiza como si la tuviera escrita delante de el, en la pared.

Etienne no pronuncia esta frase fulgurante. Pronuncia otras que a mi me parecen aproximaciones, parafrasis. Ninguna de ellas posee para mi el poder de evidencia y de eficacia del que Etienne habla. Anoto en mi libreta: las celulas cancerosas forman parte de ti tanto como las sanas. Tu eres esas celulas cancerosas. No son un cuerpo extrano, una rata que se hubiera introducido en tu cuerpo. Forman parte de ti. No

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