Juliette, en el delantero, no estaba en condiciones de calmarlas, aquello era un infierno. En el hospital de Lyon, una nueva espera para el escaner. Por suerte habia una zona de juegos para los ninos, con una piscina llena de globos.

Una anciana que parecia muy enferma preguntaba a Patrice cada diez minutos donde estaba y el le repetia: en el hospital, en Lyon, en Francia. Estaba tan desbordado que no tuvo realmente tiempo de inquietarse, pero cuando les dijeron el diagnostico -embolia pulmonar-, se sorprendio de sentirse aliviado porque una embolia pulmonar es grave, pero no es un cancer. Decidieron trasladar a Juliette en ambulancia a la clinica protestante de Fourviere, donde le pondrian anticoagulantes por via intravenosa para disolver los coagulos de sangre que obstruian los vasos que irrigaban sus pulmones. Patrice acordo con ella que se llevaria a las ninas a casa y volveria despues con una bolsa de ropa y de articulos de aseo porque Juliette estaria en la clinica unos dias. Antes de marcharse vio al medico, que le dijo que el escaner no revelaba nada alarmante. Lo unico un poco molesto era que en los pulmones habia rastros de fibrosis que probablemente databan de la radioterapia realizada quince anos antes. Los rayos debian de haber producido fibrosis en los organos, era dificil distinguir las lesiones nuevas de las antiguas, pero bueno, en conjunto no habia problema, todo estaba controlado.

Apenas instalada en la clinica protestante, Juliette llamo a Etienne. El se acuerda de sus palabras: ven, ven enseguida, tengo miedo. Y cuando el entro en la habitacion, media hora mas tarde: es peor que miedo, es terror.

?Que te da terror?

Con un gesto vago, ella senalo el tubo que la ligaba con la bolsa de suero, sobre el soporte: eso. Todo esto. Seguir estando enferma. La falta de aire. Morir asfixiada.

Su voz era vehemente, entrecortada, cargada de una rebeldia que el no le conocia. No era propia de ella, la rebeldia, ni la amargura, ni el sarcasmo, pero aquel dia la vio rebelde, amarga, sarcastica. La expresion de su rostro, que ni siquiera la fatiga mas grande conseguia normalmente transformar en arisca, era dura, casi hostil. Con un pequeno rictus que era todavia mas inusual que lo demas, dijo: estos ultimos dias me preguntaba si deberia tomar una pension complementaria, pero creo que no valdra la pena. Eso que me ahorro.

Etienne no reacciono vivamente, se limito a preguntar con calma si le habian dicho que se iba a morir, y ella tuvo que admitir que no. Le habian dicho lo mismo que a Patrice: embolia pulmonar, quiza vinculada con la radioterapia, y eso le jodia, fue la palabra que empleo, una que no empleaba nunca, pero aquel dia si, le jodia tener que pagar por una enfermedad de la que se creia curada.

Hubo un momento de silencio y luego ella continuo, con voz mas suave: tengo un miedo horrible de morir, Etienne. Veras, cuando estuve enferma, a los dieciseis anos, me hacia una idea romantica de la muerte. Me parecia seductora, no sabia si la amenaza era real, pero estaba dispuesta. Tu tambien me dijiste un dia que a los dieciocho anos pensabas que tener cancer podia ser algo majo. Me acuerdo muy bien, dijiste «majo». Pero ahora me horroriza, a causa de las ninas. La idea de dejarlas me horroriza. ?Comprendes?

Etienne asintio con la cabeza. Comprendia, por supuesto, pero en vez de decir lo que cualquier otro habria dicho en su lugar: ?quien te habla de morir? Tienes una embolia pulmonar, no un cancer, no te pongas nerviosa, dijo: ellas no moriran, si tu te mueres.

No es posible. Me necesitan demasiado. Nadie las querra nunca tanto como yo.

?Que sabras tu? Eres muy pretenciosa. Espero que no te vayas a morir ahora, pero si te mueres vas a tener que esforzarte, no solo en decirte sino en pensar de verdad: su vida no se detendra conmigo. Incluso sin mi, podran ser felices. Cuesta trabajo.

Cuando Patrice volvio, despues de haber confiado las ninas a los vecinos, Juliette no dejo traslucir delante de el nada de aquella rafaga de panico de la que Etienne era el unico testigo. Asumio el papel de enferma modelica, confiada y positiva, que practicamente ya no abandonaria. Los medicos decian que la alarma habia pasado, no habia motivo para no creerlo y quiza ella lo creyo. Cinco dias despues la mandaron a casa con una receta para una media compresiva y anticoagulantes que le permitirian recuperar su capacidad respiratoria.

No la recupero. Siempre le faltaba el aire, jadeaba como un pez fuera del agua, estiraba el cuello, con el pecho continuamente oprimido. ?Le resulta insoportable?, le pregunto el medico por telefono. Insoportable no, puesto que lo soportaba, pero si muy penoso, y no solo penoso: angustioso. Espere un poco a que las medicinas hagan efecto. Veremos como sigue a principios de enero.

Durante las vacaciones de Navidad, que pasaron en Saboya, en casa de los padres de Patrice, sus hijas le reprochaban que estaba siempre cansada, que no decoraba el arbol, que no hacia nada con ellas. Entonces las enganaba, jugaba a la mama vieja y destrozada a la que habia que tirar a la basura, y las ninas se reian, gritaban: ?no!, ?no!, ?a la basura no!, pero a Patrice ella le contaba que era exactamente como se sentia: averiada interiormente, irreparable, lista para el desguace. Habia mucha gente en la casa, ruidos, idas y venidas, carreras de ninos en la escalera. Los dos se refugiaban todo lo posible en su habitacion, se tumbaban en la cama abrazados y ella murmuraba, acariciandole la mejilla: pobrecillo, que mala suerte has tenido. Patrice protestaba: he tenido la mejor suerte del mundo y, conmovida por su evidente sinceridad, ella respondia: es a mi a quien le ha tocado la loteria. Te quiero.

El dia de Navidad fue tambien el del tsunami. Supieron que Helene y Rodrigue estaban sanos y salvos antes incluso de saber de que se habian librado, pero a partir de entonces no se perdieron ningun telediario, ninguna de las emisiones especiales que permitian seguir la catastrofe en directo, minuto a minuto. Aquellas playas tropicales devastadas, aquellos bungalows de paja, aquella gente apenas vestida que gritaba y lloraba parecia increiblemente lejos de Saboya bajo la nieve, de la casa de piedra solida, del fuego de la chimenea. Anadian un leno, se compadecian, disfrutaban de sentirse a salvo. Juliette no se sentia asi en absoluto. La trataban como a una convaleciente mas que como a una enferma, hacian como si estuviese mejor pero ella sabia muy bien, en el fondo de si misma, que no estaba mejor, que no era normal que te faltase el aire continuamente. Veia que Patrice se inquietaba y no queria inquietarle mas. Me imagino que penso en llamar a Etienne y que si no lo hizo no fue por no inquietarle, sabia que a el si podia hacerlo, tanto como ella quisiera, sino porque llamar a Etienne era como tomar un medicamento extraordinariamente potente y eficaz, que uno se reserva para cuando sufra mucho. Sufria ya mucho, pero empezaba a intuir que no tardaria en ser aun peor.

Al dia siguiente del regreso a Rosier, Patrice tuvo que llevarla al hospital. De noche, en urgencias, ella se ahogaba. Le diagnosticaron una complicacion de la embolia: tenia agua en la pleura, que era lo que la comprimia y le entorpecia la respiracion. Paso el dia de Ano Nuevo en el hospital de Vienne. Le drenaron los pulmones, evacuaron el liquido.

De nuevo le dejaron volver a su casa y le dijeron que ahora deberia sentirse mejor. De nuevo pasaron dias sin que mejorase. De nuevo la hospitalizaron, esta vez en la unidad de neumologia de Lyon-Sur. De nuevo le drenaron los pulmones, le evacuaron el liquido de la pleura, pero esta vez analizaron el liquido, encontraron en el celulas de metastasis y le anunciaron que de nuevo tenia cancer.

Aquella manana, Etienne habia acompanado a su hijo mayor, Timodie, a la clase de tenis. Sentado en un banco, detras de la verja, le miraba jugar cuando le sono el telefono en el bolsillo. Juliette dijo lo que tenia que decir, a quemarropa. No le temblaba la voz, estaba tranquila, nada que ver con la llamada asustada de socorro de la clinica protestante, un mes antes. Etienne tambien se zambullo en la calma, como el sabe hacerlo, anclandose entero en el fondo de sus entranas. Penso en acudir corriendo a Lyon- Sur, pero se lo penso mejor, a la vez porque trabajaba aquel dia, porque ella le habia dicho que estaba con Patrice, porque preferia verla a solas y, por ultimo, porque sabe por experiencia que la ultima hora de la tarde es el momento mas dificil y tambien de mayor intimidad en una habitacion de hospital.

Llego despues de la cena. Ella le vio acercarse hasta el pie de la cama, pero no mas. No era cuestion de inclinarse sobre ella, de besarla, de apretarle el hombro o la mano. Sabia que durante todo el dia ella habia podido abandonarse en los brazos de Patrice, escuchar esas palabras tiernas, irrisorias, apaciguadoras que le murmuraba al oido y que se dicen a una nina que se despierta de una pesadilla: no tengas miedo, estoy aqui, cogeme de la mano, aprietala, mientras me la aprietes no te pasara nada malo. Con Patrice podia permitirse ser una nina: era su hombre. Con Etienne era distinto, y ella era otra mujer: una mujer con cabeza que dirigia su vida y reflexionaba sobre ella. Patrice era su descanso, no Etienne. Pero tenia que cuidar de Patrice, no de Etienne.

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