este asunto, practicamente no reaccionaron. Si, ya se, decian, y miraban a otra parte, hablaban de otra cosa.

Fuimos a ver a Philippe, Delphine y Jerome en Saint-Emilion unos meses despues de nuestro regreso de Sri Lanka. La habitacion de Juliette era un mausoleo espantosamente triste. Despues Philippe escribio su libro e intercambiamos algunos e-mails afectuosos y a la vez distantes. Camille nacio un ano mas tarde, diez dias despues de Jeanne, y esta vez tambien nos contentamos con comunicarnos la noticia. Asi que reanude el contacto con Philippe al cabo de dos anos de silencio; le envie el manuscrito pidiendole que lo leyera y que preparase para su lectura a su hija y a su yerno. Descontando algun detalle topografico, lo aprobaba todo, pero segun el era mejor que Delphine y Jerome no lo leyeran. No ahora, en todo caso, y quiza nunca. Fuimos los cuatro -Helene, Rodrigue, Jeanne y yo- a pasar en su casa un fin de semana que resulto delicioso. Acababan de tener un varon llamado Antoine que ni siquiera habia cumplido un mes. Las dos ninas se entendieron inmediatamente. Rodrigue, que adora a Delphine, estaba feliz de volver a verla, y viceversa. Les hable de Jean-Baptiste, que estudia ahora en una universidad de Irlanda, y su hermano mayor, Gabriel, que se estrena como montador de cine. Philippe conto como fundaron, y luego disolvieron, su asociacion de ayuda a los pescadores de Medaketiya. Sigue pasando alli tres o cuatro meses al ano. Mira el oceano desde su bungalow sobre la playa. Piensa en su vida y a veces consigue no pensar ya en nada. La velada paso como siempre en casa de Delphine y Jerome, comentando los vinos que degustamos a ciegas, escuchando discos raros de los Rolling Stones, fumando hierba del jardin y riendo, riendonos mucho. La habitacion de Juliette ya no es un mausoleo, porque se ha convertido en la de Camille, que la compartira con Antoine cuando este crezca un poco, pero hay una foto de Juliette encima de la chimenea y se pronuncia su nombre sin ambages. No tienen dos hijos, sino tres, solo que uno de los tres ha muerto. Cuando llego el momento de hablar del libro, Delphine dijo que tenia intencion de leerlo, pero Philippe, con esa voz subitamente aguda, temblorosa, que tenia en Sri Lanka, la puso en guardia: seria especialmente penoso para ella porque se enteraria de cosas que le habiamos ocultado. Yo no veia a que se referia y le lleve aparte para preguntarselo. Aludia al momento en que Jerome, al volver del deposito de cadaveres de Colombo, le dijo a Delphine que Juliette muerta seguia estando guapa, y despues le dijo a Helene que habia mentido, que su hijita se descomponia. ?Te imaginas, decia Philippe, a Delphine descubriendo en tu libro que Jerome le mintio? Le propuse eliminar aquel detalle, si lo consideraba mas doloroso que los demas, pero el respondio que de ninguna manera y, al final de nuestro aparte, admitio que Delphine veria en ello, mas que una traicion, una prueba mas del amor de su marido. Al final acordamos que Philippe entregaria el texto a Jerome y este se lo pasaria a Delphine, si el lo juzgaba adecuado. Vi en este orden de precedencia la forma en que los dos hombres, el marido y el padre, se habian coaligado alla para protegerla, pero cuando se lo dije a Helene ella movio la cabeza y dijo: pues mira, es ella quien los protege, la que lo sostiene todo. Si siguen juntos, si han tenido otros hijos, si la vida al final ha prevalecido, es gracias a ella. Volvi a pensar entonces en algo que Delphine habia dicho durante la cena: el momento en que la vida se impuso en Sri Lanka, en que eligio vivir en lugar de hundirse, el momento en que acepto cuidar de Rodrigue en nuestra ausencia. Al principio penso: no, nunca podre ocuparme de un nino dos dias despues de la muerte de mi hija, pero dijo que si y a partir de aquel instante continuo diciendo si, a pesar de todo.

Esta manana Jeanne se ha despertado a las siete, ha salido sola de la cuna, cuyos barrotes ya escala, y ha venido a nuestra cama. He ido a la cocina a prepararle el biberon y lo ha tomado, acostada entre los dos, sin excesivo ruido ni agitacion, pero esta tregua nunca dura mucho tiempo, porque pronto hay que jugar y cantar. En este momento su cancion preferida es Monsieur l'ours. Vuelto de espaldas, con el edredon tapandome la cabeza y roncando ruidosamente, yo hago de don Oso. Helene canta: despierte, senor don Oso, ya ha dormido de sobra, despierte cuando cuente tres. Uno. Dos. Tres. ?Don Oso! ?Duerme o sale? Y la primera vez, con mi voz mas cavernosa, respondo: duermo. Helene vuelve a empezar: ?Don Oso! ?Duerme o sale? Esta vez me vuelvo grunendo: ?salgo! Helene y Jeanne imitan, como en el disco, los gritos de miedo de los ninos. Jeanne esta en la gloria. Don Oso solo durara una temporada, antes de el estaban los tres gatitos que habian perdido sus mitones, y cuando casualmente ella abre una vez mas el libro musical de los tres gatitos, cuyas pilas dan muestras de agotamiento, nos invade ya algo semejante a la nostalgia: era la cancion de cuando era muy pequena, apenas sabia andar, no hablaba, y aquel tiempo, aquel tiempo milagroso ya ha pasado y no volvera. Pienso en todas estas canciones que nos hechizan y en la tortura en que debe de convertirse este hechizo cuando llega lo irremediable: los juguetes, las canciones infantiles, las zapatillas, cuando la nina se pudre en una caja bajo tierra. Sin embargo, este encantamiento ha vuelto a ser posible para Delphine y Jerome con sus otros dos hijos. No han olvidado nada, pero no se quedaron en el abismo. Me parece algo admirable, incomprensible, misterioso. Es la palabra mas exacta: misterioso.

Mas tarde voy a preparar el desayuno mientras Helene viste a Jeanne. Cuando digo que la viste no significa solo que le pone su ropa, sino que la escoge, que pone tanto placer y coqueteria en comprarsela, si no mas, que en comprarse cosas para si misma, lo que convierte a Jeanne en la nina mejor vestida del mundo. Se reunen conmigo en la cocina. Helene lleva un pantalon de yoga y un jersey ligero, muy escotado; el pantalon le dibuja las nalgas y el jersey las puntas de los pechos. La encuentro hermosa, sexy, tierna, me maravillan la quietud de nuestro amor y la intensidad de esta quietud. A su lado se donde estoy. Se me hace insoportable la idea de perderla, pero por primera vez en mi vida pienso que lo que pudiera arrebatarmela, o arrebatarme a ella seria un accidente, una enfermedad, algo que nos viniera desde el exterior, y no la insatisfaccion, la fatiga, el deseo de novedad. Es imprudente decir esto, pero la verdad, no lo creo. Se muy bien, por supuesto, que si logramos durar habra crisis, instantes de desaliento, tormentas, que el deseo se agotara y buscara en otra parte, pero creo que aguantaremos, que uno de los dos cerrara los ojos del otro. Nada, en todo caso, me parece mas deseable.

En la entrada, Jeanne y yo nos ponemos el abrigo y ella se apodera del cochecito con firmeza. Su cochecito no es el que ella ocupa y donde se sienta cada vez mas a disgusto, sino el de miniatura donde lleva a una muneca calva y bastante fea cuyo cuerpo de plastico huele a chicle de fresa. Desde que Helene le compro este cochecito, quiere salir con el a toda costa. En general, quiere hacerlo todo como nosotros, y como nosotros paseamos a nuestro bebe, ella quiere pasear al suyo. Asi que el cochecito sale rodando al rellano, Helene se acuclilla en el umbral del apartamento para besar a su hija una ultima vez antes de que se vaya, Jeanne hace ademan de entrar en el ascensor, del que sujeto la puerta, y luego cambia de idea, se vuelve hacia Helene, dice adios con la mano, vuelve al ascensor, se alza sobre la punta de los pies para apretar el boton. Justo antes de que la cabina de cristal pase por debajo del rellano, veo que Helene nos sonrie. Salimos a la calle, Jeanne empujando el cochecito y yo vigilando para que no baje a la calzada. Esta tan orgullosa de imitarnos que se olvida de distraerse y pararse, como acostumbra a hacer, delante de cada portal, de cada puerta cochera, de cada motocicleta: es responsable, avanza derecha, bajamos la rue d'Hauteville casi tan rapido como si yo fuera el que la empujase a ella. De vez en cuando se vuelve para que sea testigo de que lo hace todo bien. Llegamos al edificio de la senora que la cuida, levanto a Jeanne hasta el tablero de numeros y le guio los dedos, como cada manana, sobre los botones. El de la luz, en la escalera, es la continuacion del rito, y despues el de la puerta del piso y el acecho, al otro lado, de los pasos de la senora Laouni en el pasillo. Jeanne esta a gusto con ella, la senora Laouni es a la vez carinosa y firme, se intuye que en su casa impera el orden. Sin embargo, el ano pasado perdio a su marido. Telefoneo una manana llorando para decir que no podria encargarse de Jeanne porque su marido habia muerto esa noche, lo habia encontrado muerto en la cama, un ataque cardiaco. Hasta entonces daba la impresion de ser una mujer feliz, en su sitio en la vida. Nunca amargura, cansancio, dejadez. Orden, buen humor, dinamismo, amabilidad. Nada de todo esto ha cambiado despues de la muerte del marido. No se nada de su vida de pareja, a el no lo vi nunca, se iba al trabajo antes de que yo llevara a Jeanne y volvia despues de que yo hubiese pasado a recogerla, pero estoy seguro de que ella le amaba, que eran buenos companeros, buenos padres para sus hijas, que ella le anora cruelmente, que la vida sin el es triste, injusta, contra natura, y lo que me impresiona es que su afliccion, que ella no oculta cuando le hablan de ella, nunca parece pesar sobre los ninos que cuida. Dice: son ellos los que me ayudan a sobrellevarlo, y la creo. A veces, cuando abre la puerta por la manana, veo claramente que tiene los ojos hinchados, que ha debido de llorar toda la noche, que le ha costado levantarse, pero coge a Jeanne en brazos y la nina se rie, y la senora Laouni se rie con ella, y se que sera asi hasta la noche.

Subo la rue d'Hauteville, ire al cafe de la plaza Franz- Liszt a leer el periodico y despues volvere a casa. Rodrigue habra ido al colegio, Helene quiza haya vuelto a acostarse y entonces yo tambien me acostare y haremos el amor de esa manera conyugal, apacible, un poco rutinaria, que nos inspira a los dos un deseo renovado sin cesar y que espero que sea inagotable. Hare de nuevo cafe que tomaremos juntos en la cocina, hablando de los

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