Satisfaction, se amaban, eran felices. Philippe, debajo de la parra, volvia a hablar de Sri Lanka. De aquello hacia ya ocho anos, pero habia conservado la nostalgia, y Delphine tambien. Una noche de otono, justo despues de la vendimia, cenaron fuera, habian bebido un Chateau Magdelaine de 1967, el ano de nacimiento de Jerome, y hablaban de ir alli de vacaciones los cuatro cuando Isabelle propuso la idea: ?y por que no hacian antes los dos hombres un pequeno reconocimiento?

Las cinco semanas de exploracion de Sri Lanka es un recuerdo encantador para los dos varones. Con el saco de dormir y la Guia del trotamundos en el bolsillo, viajaron a tenor de los trenes, los autobuses, los tuk-tuks, las fiestas de pueblo, los encuentros, la inspiracion del momento. Philippe estaba orgulloso de ensenar la isla a su yerno, y un poco molesto, primero, y al final igualmente orgulloso de que su yerno, al cabo de unos dias, se las apanase incluso mejor que el. Con su anchura de hombros, su humor estable, su ironia sin maldad, me imagino a Jerome como un companero de viaje ideal: tomandose las cosas segun vienen, sin prisas, sin que nada le pillase desprevenido, acogiendo los contratiempos como oportunidades y a los desconocidos como amigos posibles. Mas bajo, mas nervioso, mas locuaz, Philippe daba vueltas alrededor de aquella fuerza tranquila como su cuasi sosias Pierre Richard alrededor de Gerard Depardieu en Compadres o La cabra. Debia de divertirles mucho asombrar a los viajeros cuando les decian que eran yerno y suegro en las conversaciones entabladas en las verandas de las guesthouses.

Bajaron al sur. Cubrieron sin apresurarse las etapas de la carretera costera de Colombo a Tangalle, que nosotros recorrimos en taxi durante media jornada, y cuanto mas serpenteaba y languidecia al alejarse de la capital, tanto mas la vida parecia desperezarse entre resaca y cocoteros, edenica, intemporal. La ultima ciudad de verdad en esta costa es Galle, la fortaleza portuguesa donde cuarenta anos antes Nicolas Bouvier habia encallado solo y vivido en compania de termitas y fantasmas una larga temporada en el infierno. Ni Philippe ni Jerome tenian la menor afinidad con el infierno y recorrieron el camino silbando. Mas alla de Galle solo hay algunos villorrios de pescadores, Welligama, Matara, Tangalle y, a la salida de Tangalle, el barrio de Medaketiya. Un punado de casas verdes o rosas de ladrillo, oscurecidas por la bruma, una selva de cocoteros, platanos, mangos, cuyo fruto te cae directamente al plato. En la playa de arena blanca, canoas con balancin de colores vivos, redes, cabanas. No hay hoteles, pero algunas de las cabanas sirven de guesthouse y el tipo que las regenta se llama M. H. O sea, tiene unos de esos nombres esrilanqueses de como minimo doce silabas, sin las cuales un hombre no posee consistencia en el mundo, y para facilitar la vida a los extranjeros se hace llamar M. H., pronunciado a la inglesa: em-eich. Medaketiya y las guesthouses de M. H. eran el sueno de todos los mochileros del planeta. La playa. El final del camino, el sitio donde por fin te asientas. Habitantes sonrientes, nada complicados, nada estafadores. Pocos turistas, y los que hay son iguales que tu: individualistas, tranquilos, guardan celosamente el secreto. Philippe y Jerome se quedaron alli tres dias banandose, comiendo por la noche el pescado que habian capturado por la manana, bebiendo cervezas y fumando canutos, mutuamente satisfechos del exito del periplo: el paraiso en la tierra existia, lo habian encontrado, solo faltaba llevar alli a sus mujeres. Al marcharse, cuando le dijeron a M. H. que volverian pronto, el dijo educadamente el equivalente cingales de Inshallah, pero los cuatro volvieron al ano siguiente, y al siguiente, y tambien los siguientes. Organizaron mas o menos su vida entre Saint-Emilion y Medaketiya. La de Philippe, sobre todo: los otros tenian mas ataduras y solo iban en vacaciones, pero el pasaba alla tres o cuatro meses cada ano. Siempre en las cabanas de M. H., que poco a poco se convirtio en amigo suyo y que una vez hasta les visito en Gironde: este viaje no fue muy venturoso, lejos de sus bases M. H. no estaba a gusto, no se aficiono a los grandes caldos de Burdeos, que le vamos a hacer. De la guesthouse, Philippe traslado su cuartel general a otro bungalow que M. H. le alquilaba todo el ano. Isabelle y Philippe lo decoraron a su modo, se convirtio realmente en su hogar. Tenian una casa y amigos en Medaketiya, alli todo el mundo les conocia y les queria. Nacio Juliette y la llevaron, bebe, a Medaketiya. M. H. habia tenido tardiamente, ademas de sus hijos mayores, una nina llamada Osandi, y esta, que tenia tres anos mas que Juliette, aprendio muy pronto a ocuparse de ella: era su hermana.

Lo que mas le gustaba a Philippe era partir un mes antes que los demas y pasarlo solo en Medaketiya, sabiendo que pronto se reunirian todos. Gozaba a la vez de la soledad y de la dicha de tener una familia: una mujer con la que formaba una buena pareja, una hija maravillosa, tanto que, al buscarse un marido, habia encontrado la manera de encontrarle un amigo, su mejor amigo, sencillamente, y una nieta que se parecia a su madre a su edad, nada menos. La verdad, aquella vida era una buena vida. Habia sabido arriesgarse cuando habia que hacerlo -afincarse en Saint-Emilion, cambiar de oficio, divorciarse-, pero no habia perseguido quimeras, ni hecho sufrir mucho a nadie, ya no buscaba conquistar nada, sino tan solo saborear lo que habia conquistado: la felicidad. Otra cosa que compartia con Jerome, y que es rara en un muchacho de su edad: esa forma de mirar ligeramente socarrona, sin malevolencia, a la gente que se agita y se estresa e intriga, que tiene sed de poder y de ascendiente sobre el projimo. Los ambiciosos, los jefecillos, los siempre insatisfechos. Jerome y el eran mas bien de esas personas que hacen bien su trabajo, pero una vez que lo han acabado, ya ganado el dinero, lo aprovechan tranquilamente en lugar de cargarse con mas trabajo para ganar mas dinero. Tenian lo necesario para estar contentos con lo suyo, no todo el mundo tiene esta suerte, pero ante todo y tambien tenian la sabiduria de conformarse, de amar lo que tenian, de no desear mas. El don de permitirse vivir sin mala conciencia y sin prisa, de mantener una conversacion lenta y burlona a la sombra del baniano, bebiendo una cerveza a pequenos tragos. Hay que cultivar nuestro jardin. Carpe diem. Para vivir felices, vivamos escondidos. Philippe no lo formula asi, pero asi lo entiendo y lo siento mientras habla, yo, tan alejado de esta sabiduria, yo, que vivo en la insatisfaccion, la tension perpetua, que persigo suenos de gloria y destrozo mis amores porque siempre me imagino que en otra parte, algun dia, mas tarde, encontrare algo mejor.

Philippe pensaba: he encontrado el lugar donde quiero vivir, el lugar donde quiero morir. He llevado a ese lugar a mi familia y he encontrado una nueva, la de M. H. Cuando cierro los ojos en la butaca de ratan, cuando siento bajo mis pies descalzos la madera de la terraza delante del bungalow, cuando oigo crujir sobre la arena la escoba de fibra de coco que M. H. pasa cada manana por su cercado, ese sonido tan familiar, tan relajante, me digo: estas en tu casa. Estas en tu hogar. Al terminar la limpieza, M. H. vendra a reunirse conmigo, sosegado y majestuoso con su sarong carmin. Fumaremos un cigarrillo juntos. Mantendremos un dialogo sin importancia, como esos amigos muy antiguos que no necesitan hablar para entenderse. Creo que me he convertido realmente en un esrilanques, dijo un dia Philippe, y se acuerda de la mirada amistosa pero un poco ironica que le lanzo M. H.: que te crees tu eso… Le ofendio un poco pero tambien le sirvio de leccion. Era un amigo, si, pero seguia siendo un extranjero. Su vida, creyera lo que creyese, no estaba alli.

Philippe podria pensar hoy: mi nieta ha muerto en Medaketiya, hemos perdido nuestra felicidad en unos instantes, no quiero volver a oir hablar de Medaketiya. Pero no piensa eso. Piensa que al fin va a demostrar a M. H. que su vida si estaba alli, entre ellos, que es uno de ellos, que despues de haber compartido la dulzura de los dias pasados con ellos no va a alejarse de su desgracia, coger sus bartulos y decir adios, quiza volvamos a vernos un dia. Piensa en lo que queda de la familia de M. H., en sus casas destruidas, en las casas de sus vecinos pescadores, y dice: quiero quedarme a su lado. Ayudarles a reconstruir, a recomenzar su vida. Quiere ser util, ?que otra cosa hacer consigo mismo?

No sabemos cuando podremos partir. No sabemos adonde han llevado el cuerpo de Juliette: quiza al hospital de Matara, quiza a Colombo. Jerome, Delphine y Philippe no se iran sin ella y nosotros tampoco nos iremos sin ellos. Matara esta demasiado lejos para ir en tuk-tuk, pero el dueno del hotel anuncia en el desayuno que un camion de la policia parte en esa direccion y que se las ha arreglado para que lleven a Jerome con ellos. Helene se brinda de inmediato a acompanarle y el acepta de inmediato. Pienso que yo deberia haberme brindado, que era un asunto de hombres, y les veo partir con una punzada de celos que me averguenza. Me siento como un nino al que sus padres dejan en casa para ocuparse de cosas serias. Como Jean-Baptiste y Rodrigue, que desde hace cuarenta y ocho horas han sido abandonados a su suerte. Nosotros nos ocupamos de Philippe, Jerome y Delphine, y apenas de ellos. Se pasan el dia encerrados en su bungalow, releyendo viejas historietas, nos vemos en las comidas y se muestran silenciosos, enfurrunados, desplazados, y advierto que debe de ser dificil vivir asi un acontecimiento tan enorme: tratados como ninos, excesivamente protegidos, sin tener derecho a participar. Me

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