Hombres, mujeres, ninos, ancianos, nativos y occidentales, con el rostro enmarcado, deteriorado, tumefacto y los ojos abiertos o cerrados, desfilaron decenas, la pantalla dedicaba unos segundos a cada foto y despues, automaticamente, pasaba a la siguiente, y por fin aparecio la de Juliette. Helene estaba al lado de Jerome. Le vio mirar la foto de su hijita muerta. Vio como la miraba. Cuando otra foto sustituyo a la de Juliette, Jerome enloquecio. Se precipito sobre el ordenador, pidio a gritos que volviese atras. El empleado pulso el raton y consulto la ficha que acompanaba a la foto: Juliette ya no estaba alli, la habian trasladado la vispera a Colombo. Su foto fue reemplazada de nuevo y Jerome sucumbio de nuevo al panico y le pidio que volviera atras: no conseguia separarse de la pantalla ni aceptar que Juliette desapareciera. El empleado pulso varias veces seguidas para detener el desfile automatico. Jerome miraba avidamente la cara de su hija, sus cabellos rubios, los tirantes del vestido rojo sobre los hombros redondos y bronceados. Cada vez que aparecia una nueva foto suplicaba: again! Again, again, y al escribir esto pienso en Jeanne, nuestra hijita, que dice desde hace poco: ?otra vez!, incansable, para que la hagamos saltar sobre nuestras rodillas o encima de la cama. ?Fue Helene la que, para poner fin a la escena, para arrancar a Jerome del abismo, le cogio de la mano y le dijo: anda, vamonos ya? ?Como volvieron? Habia lagunas en su relato, lo referia con reticencia. Estaba agotada, por supuesto, al borde de un ataque de nervios, pero yo comprendia tambien que si ella no contaba mas era para no traicionar la intimidad horrorosa y perturbadora que acababa de compartir con Jerome, y esta intimidad me hacia dano.

Transcurrio otro dia antes de que pudieramos partir a Colombo. Un dia vacio: ya solo quedaba aguardar, y aguardamos. Estabamos con nuestro grupo y por tanto apenas me acuerdo de los demas, de los clientes del hotel y rescatados. En la periferia, casi invisibles porque comian aparte, estaban los suizos ayurvedicos y Leni Riefenstahl, que cada manana seguia haciendo sus largos de piscina. Mas cercana, una pareja israeli con su hija, que debia de tener la misma edad que Juliette, y a la que no perdian de vista, diciendose, forzosamente, que podria haber corrido la misma suerte que aquella, y una familia de franceses antipaticos, muy preocupados por el uso que personas deshonestas podrian hacer de sus tarjetas de credito si les ponian la mano encima entre los escombros, por no hablar del dinero en efectivo, del que decian, admirandose de ser tan generosos, que lo daban por perdido. Sin duda guardaban rencor a Delphine y a Jerome por el freno que su desgracia imponia a la expresion de sus propias lamentaciones; en todo caso les evitaban y aguardaban a que no estuvieran en las proximidades para precipitarse sobre Helene o sobre mi, pedirnos prestados los moviles y exigir vociferando a su compania de seguros que les enviase sin dilacion un helicoptero.

Jerome ha conseguido de la direccion del hotel un traslado a Colombo para el dia siguiente. El minibus podria transportar, apretujados, a una docena de pasajeros, y dedicamos una parte de la noche a las negociaciones para asignar las plazas. Habria quiza otra expedicion uno o dos dias mas tarde, pero no era seguro porque la mayor parte de los vehiculos disponibles en la costa habian sido confiscados para los auxilios y faltaba combustible: habia que aprovechar la oportunidad. La tragedia que sufrian les habia valido aquel trato prioritario a Jerome, Delphine y Philippe, y nosotros estabamos desde el primer dia tan cerca de ellos que, por descontado, tambien nos incluian en el viaje. Jean-Baptiste y Rodrigue estaban hartos de ir y venir del bungalow al restaurante y la piscina del hotel: acogieron con alivio la partida. Por medio de su familia, Ruth habia sabido que Tom, herido, se encontraba en el hospital de una pequena ciudad situada a unos cincuenta kilometros del mar, en las montanas; nos perdiamos en conjeturas sobre la forma en que habria ido a parar alli, pero como estaban cortados grandes tramos de la carretera costera, y habia que pasar por el interior de las tierras para llegar a Colombo, quedo convenido que tambien la llevariamos y que, haciendo un desvio, la dejariamos en la cabecera de su marido. Quedaban cuatro plazas que la direccion del hotel se sintio obligada a ofrecer a los franceses antipaticos, pero ya fuese porque les molestaba la vecindad de sus compatriotas en duelo, ya porque contaban firmemente con el helicoptero de su compania de seguros, afortunadamente declinaron la propuesta.

Ruth se unio a nuestro grupo para nuestra ultima cena, que recuerdo, y Jean-Baptiste tambien, como el momento mas extrano de toda aquella semana. Si trato de describirla, no tengo mas remedio que evocar una especie de euforia -de euforia febril y tragica-, pero euforia al fin y al cabo. Bebimos mucho, no solo cerveza sino tambien vino, el que se puede encontrar en la carta de un restaurante del sur de Sri Lanka, algo parecido a un Beaujolais joven de cinco anos, embotellado y ademas encorchado por un negociante esrilanques de Sudafrica. Aquel morapio peleon pero del que debimos de despachar varias botellas, hasta creo que toda la reserva, suscitaba las burlas de Philippe y Jerome, amantes de los grandes vinos bordeleses y que, a partir de una etiqueta indescifrable en todos los aspectos, se pusieron a decir grandes chorradas. Salieron a relucir todas las bromas y referencias de que se alimentaba su complicidad: el tintorro y el rock'n'roll, el regusto a avellana del Chateau Cheval Blanc y anecdotas sobre Keith Richards, a lo que se sumaba la gilipollez de los suizos ayurvedicos a los que Jerome, desenfrenado, feroz, insultaba, divertido, cada vez que veia pasar a uno: ?Que tal, estais serenos? ?Sois zen? ?Progresais en la via de la liberacion? Muy bien, chicos, muy bien, ?continuad! Estaba sarcastico, pero no solo sarcastico: brindo e hizo brindar a todos por la resurreccion de Tom con autentica ternura. Ruth estaba visiblemente confusa. Unas horas antes, sumida en su dolor, navegando muy lejos del mundo de los vivos, habia perdido toda conciencia del projimo: ya no existia nadie aparte de Tom muerto, y habia decidido morir por su causa. Pero desde el milagro de la llamada telefonica habia vuelto a ser lo que habia debido de ser toda su vida: una joven dulce, compasiva, cuyo primer impulso era contener la alegria para compartir el duelo de las personas que la habian sostenido generosamente. Era no contar con la vitalidad furiosa de Jerome. No comia nada pero fumaba, bebia, se reia, provocaba, hablaba alto, no dejaba que se restableciera el silencio. Habia que aguantar y el aguantaba. El cargaba con todo, nos levantaba a todos, nos arrastraba a todos en su estela. Al mismo tiempo, por el rabillo del ojo, miraba continuamente a Delphine y recuerdo que pense: amar de verdad es esto, no hay nada mas hermoso, un hombre que ama de verdad a su mujer. Ella estaba silenciosa, ausente, espantosamente sosegada. Era como si Jerome y Philippe, porque este daba valientemente la replica a su yerno, ejecutaran una danza sagrada alrededor de Delphine, como si le gritasen sin cesar: no te vayas, te lo suplicamos, quedate con nosotros. Ruth, sentada a su lado, le cogio de la mano varias veces, timidamente, como si no tuviera derecho, tiernamente, porque lo tenia a pesar de todo, o porque nadie lo tenia, o porque lo tenia todo el mundo, ya no habia derechos, no habia decoro, solo aquel bloque de dolor rubio, gracil, sin remedio, y la necesidad de tomarle la mano.

Hacia el final de la cena, era ya tarde, Rodrigue, derrengado, se deslizo sobre las rodillas de Helene. Como el nino pequeno que era, acurruco la cabeza contra el hombro de su madre y ella le acaricio el pelo un largo rato. Le hizo mimos, le tranquilizo: estoy aqui. Despues se levanto para llevarle a la cama. Cuando los dos se alejaban por el jardin, Delphine les siguio con la mirada. ?Que pensaria? ?Que a su nina, a la que mimaba y arropaba tan solo cuatro noches antes, ya no la mimaria ni arroparia nunca mas? ?Que ya nunca mas se sentaria en la cama para leerle un cuento antes de dormir? ?Que nunca volveria a ordenar los peluches alrededor de Juliette? Hasta el final de su vida le partirian el corazon los peluches, los moviles, los ritornelos de las cajas de musica. ?Como es posible que esta mujer apriete contra ella a su hijo vivo mientras que mi pequena esta toda fria y no hablara ya nunca ni volvera a moverse? ?Como no odiarles, a ella y a su hijo? ?Como no rezar: Dios, haz un milagro, devuelveme a la mia, llevate al de ella, haz que sea ella la que sufre como yo sufro y que sea yo la que este tan triste como ella, con esa tristeza comoda y colmada que solo sirve para disfrutar mejor de tu buena suerte?

Delphine despego la mirada de las siluetas de Helene y Rodrigue, que se fundian con la alameda sombria que llevaba a los bungalows. Al cruzarse con la mia sonrio y, hablando de Rodrigue, murmuro: es tan pequeno…

La distancia era inmensa, el abismo que la separaba de nosotros imposible de colmar, pero habia dulzura, ternura en su voz cascada, y esta dulzura y esta ternura me dieron mas escalofrios que los pensamientos naturales y horribles que yo acababa de concebir. Retrospectivamente pienso que aquella noche sucedio algo extraordinario. Estabamos al lado de aquel hombre y aquella mujer a los que les habia sucedido lo peor que puede sucederte en el mundo, y a nosotros no nos habia ocurrido absolutamente nada. Sin embargo, aunque hubiese reservas mentales, y sin duda las habia, si hubieran podido cambiarse por nosotros y salvarse ellos sumiendonos a nosotros en la desgracia, sin duda lo habrian hecho, todo el mundo lo haria, todo el mundo prefiere sus hijos a los de los demas, esto se llama naturaleza humana y esta bien que asi sea, y no obstante pienso que aquella noche, durante aquella cena, no nos guardaban rencor. No nos detestaban, como yo al principio habia creido inevitable. Se alegraban del milagro que acababa de devolver a Ruth la alegria que a ellos se les negaba definitivamente. A Delphine le emocionaba ver a Rodrigue acurrucarse en los brazos de su madre. Vivimos esto todos juntos, durante algunos dias estuvimos a la vez tan intimamente proximos y tan radicalmente

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