uno.

Merete estrecho su mano y sintio enseguida lo caliente que estaba.

– Daniel Hale, ?verdad? -le pregunto.

El sonrio. Por un instante la mirada de ella vacilo. Que embarazoso.

Merete miro a su secretaria, uno de los puntos de apoyo neutrales del despacho. Si hubiera sido Marianne, habria escondido su sonrisa ironica tras los papeles que siempre llevaba en la mano. Esta secretaria no sonreia.

– ?Trabajas en un laboratorio? -quiso saber Merete.

En ese momento los interrumpio el portavoz. Tenia que apurar sus preciosos segundos. La siguiente organizacion esperaba ya a la puerta del despacho de Merete Lynggaard. Nadie sabia cuando se presentaria la proxima oportunidad. Se trataba de dinero y tiempo costosamente invertido.

– Daniel tiene un pequeno laboratorio que es el mejor de Escandinavia. Bueno, ya no es tan pequeno despues de la ampliacion -contesto, vuelto hacia el joven, que sacudio la cabeza con una sonrisa. Una sonrisa atractiva. Despues el delegado continuo-. Quisieramos entregar este informe. Puede que la portavoz de Sanidad lo lea con detenimiento a su debido tiempo. Es sumamente importante para las futuras generaciones que esta problematica se tome muy en serio desde ya.

Merete no habia contado con ver a Daniel Hale en el bar del Parlamento, y con que aparentemente la estuviera esperando. Los demas dias de la semana solia comer en su despacho, pero llevaba un ano sentandose a almorzar todos los viernes con las portavoces de Sanidad de los Socialistas y Radicales de Centro. Eran tres mujeres valientes capaces de sacar de quicio a la gente del Partido Danes. El mero hecho de que tomaran cafe juntas en publico era para muchos una espina clavada.

Estaba solo, medio escondido tras una columna, sentado en una silla de Kasper Salto y con un cafe delante. Sus miradas se cruzaron en cuanto ella entro por la puerta de cristal, y Merete no penso en otra cosa mientras estuvo alli.

Cuando las mujeres se levantaron despues de la tertulia, el se acerco.

Merete percibio cuchicheos mientras se sentia atrapada por la mirada del joven.

Capitulo 8

2007

Carl estaba bastante satisfecho. Los obreros habian trabajado duro toda la manana en el cuarto del sotano. El se quedo en el pasillo haciendo cafe sobre una mesa con ruedas, mientras se sucedian los cigarrillos que salian de su paquete. El suelo del llamado despacho del Departamento Q estaba cubierto por una alfombra, los cubos de pintura y todo lo demas habia desaparecido en unos enormes sacos de plastico, la puerta estaba en su sitio, habian instalado una pantalla plana de television, una pizarra blanca y un tablon de anuncios, y la estanteria estaba ocupada por su viejo material de consulta legal, que algunos habian creido que podrian llevarse. En el bolsillo del pantalon tenia la llave de un Peugeot 607 azul marino que acababa de ser reemplazado por el Servicio de Informacion de la Policia, que no queria que los coches de los guardaespaldas que acompanaban a los vehiculos de la Casa Real tuvieran la pintura rayada. Solo habia rodado cuarenta y cinco mil kilometros y pertenecia exclusivamente al Departamento Q. Iba a ser sin duda el orgullo del aparcamiento de Magnolievangen. A solo veinte metros de la ventana de su dormitorio.

Le habian prometido conseguirle un ayudante dentro de un par de dias, y Carl hizo que vaciaran el cuartito que habia frente al suyo en el pasillo del sotano. Un cuarto que se habia utilizado para almacenar las viseras y los cascos desechados despues de la batalla de la Casa de la Juventud, pero que ahora contaba con mesa, silla y armario para las escobas, asi como con todos los tubos fluorescentes que Carl habia hecho sacar de su despacho. Marcus Jacobsen cumplio la palabra dada a Carl y puso a su disposicion a un asistente de limpieza y hombre para todo, pero a cambio exigio que se ocupara de la limpieza del resto de la seccion de calderas. Mas adelante Carl tendria ocasion de cambiar eso, y seguramente tambien Marcus Jacobsen contaba con ello. Todo aquello no era mas que un juego para decidir y organizar que habia que hacer, y sobre todo cuando. Al fin y al cabo era el quien estaba en la oscuridad del sotano, los demas estaban arriba, con vistas al Tivoli. Toma y daca, asi se lograba el equilibrio.

Aquel dia a la una de la tarde llegaron finalmente dos secretarias de la Administracion con los expedientes. Dijeron que eran los documentos principales, y que si le hacia falta material mas detallado tendria que solicitarlo por su mediacion. Asi que al menos tenia alguien con quien mantener el dialogo con su antiguo departamento. Al menos con una de ellas, Lis, una mujer rubia y carinosa con atractivas paletas ligeramente cruzadas, intercambiaria con sumo gusto mucho mas que ideas.

Les pidio que dejaran un monton a cada lado del escritorio.

– ?Veo en tu mirada un guino coqueto casual, o siempre estas tan guapisima? -piropeo a la rubia.

La morena dirigio a su companera una mirada capaz de hacer sentirse tonto al mismisimo Einstein. Probablemente hacia mucho tiempo que no oia un comentario asi.

– Carl, amigo mio -replico como siempre Lis, la rubia-. Mis guinos son para mi marido y mis hijos. ?Cuando vas a enterarte?

– Me enterare el dia en que se vaya la luz y las tinieblas eternas nos absorban a mi y a todo el mundo - respondio el. No se habia quedado corto.

La morena ya habia hecho una sena con la cabeza a su companera y expreso entre dientes su indignacion antes de volverse hacia la escalera.

Estuvo un par de horas sin mirar los casos. Pero se puso a contar las carpetas, que tambien era trabajo, a fin de cuentas. Habia por lo menos cuarenta, pero no abrio ninguna. Queda tiempo suficiente, por lo menos veinte anos hasta la jubilacion, penso, mientras jugaba unos solitarios. Cuando ganara el siguiente veria si echaba una ojeada al monton de la derecha.

Despues de hacer por lo menos veinte solitarios sono el movil. Carl miro la pantalla y no reconocio el numero. 3545 y algo mas. Era un numero de Copenhague.

– ?Si…? -respondio, esperando oir la voz exaltada de Vigga. Siempre encontraba alguna alma caritativa que le prestaba el telefono. «?Comprate un movil, mama!», le decia siempre Jesper. «Es una putada tener que llamar a tu vecino para hablar contigo».

– Buenos dias -saludo una voz que no era la de Vigga en absoluto-. Le habla Birte Martinsen, soy la psicologa de la Clinica para Lesiones de Medula. Esta manana Hardy Henningsen ha intentado beber el vaso de agua que le habia dado una enfermera con un tubo que llevaba directo a los pulmones. Esta bien, pero muy deprimido, y ha preguntado por usted. ?Podria acercarse un rato? Creo que le haria bien a Hardy.

Le permitieron estar a solas con Hardy, aunque era evidente que la psicologa se habria quedado con gusto a escuchar.

– ?Te has cansado de todo, viejo? -le pregunto, tomando la mano de Hardy. Habia algo de vida en ella. Ya lo habia notado antes. Los extremos de sus dedos indice y anular se doblaron como queriendo tirar de Carl.

– ?Si, Hardy…? -dijo, bajando la cabeza hasta la de su companero.

– Matame, Carl -susurro.

Carl levanto la cabeza y lo miro directamente a los ojos. Aquel gigante tenia los ojos mas azules del mundo, y ahora estaban llenos de pena, duda y profunda suplica.

– Hostias, Hardy -murmuro-. No puedo. Vas a ponerte bien. Volveras a estar como antes. Tienes un chaval que quiere que su padre vuelva a casa, ?no es asi, Hardy?

– Tiene veinte anos, ya se las arreglara -replico Hardy.

No habia cambiado. Tenia la mente clara. Lo decia en serio.

– No puedo hacerlo, Hardy, tienes que aguantar. Te pondras bien.

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