Parece que nadie ha visto nada. Pero es posible que dentro de unos dias se les ocurra algo. Por lo demas, la gente por alli tiene miedo. Es desagradable de cojones. Casi solo hay viejos. Y una familia polaca asustada que es probable que este aqui ilegalmente. Pero los deje estar. Tenemos que continuar manana.

Kurt Wallander miro a Rydberg.

– Esta lleno de huellas digitales -dijo-. Quiza descubramos algo. Aunque lo dudo. Pero hay un nudo que me interesa.

Kurt Wallander le dirigio una mirada inquisitiva.

– ?Un nudo?

– El nudo corredizo.

– ?Que le pasa?

– Es poco comun. Nunca habia visto un nudo como ese.

– ?Habias visto un nudo estrangulador antes? -pregunto Hanson desde la puerta, impaciente por irse.

– Si -dijo Rydberg-. Lo he visto. Veremos que puede aportarnos ese nudo.

Kurt Wallander sabia que Rydberg no queria decir nada mas. Pero si el nudo le interesaba era porque podia tener su importancia.

– Manana por la manana ire a ver a los vecinos otra vez -informo Wallander-. Y a proposito, ?han encontrado a los hijos de los Lovgren?

– Martinson se encargaba de ello -contesto Hanson.

– ?Martinson no estaba en el hospital? -pregunto Kurt Wallander con asombro.

– Cambio con Svedberg.

– ?Donde cono esta ahora, pues?

Nadie sabia donde se encontraba Martinson. Kurt Wallander llamo a las telefonistas y le informaron de que Martinson habia salido una hora antes.

– Llamale a casa -ordeno Kurt Wallander.

Luego miro su reloj.

– Nos volveremos a reunir manana a las diez -dijo-. Gracias por hoy, hasta entonces.

Acababa de quedarse solo cuando la telefonista le paso una llamada de Martinson.

– Lo siento -se excuso Martinson-. Pero se me olvido que teniamos que vernos.

– ?Que hay de los hijos?

– Me parece que Richard tiene la varicela.

– Quiero decir los hijos de los Lovgren. Las dos hijas.

Martinson sonaba sorprendido.

– ?No recibiste mi mensaje?

– Yo no he recibido nada.

– Se lo di a una de las telefonistas.

– Voy a ver. Pero explicamelo primero.

– Una de las hijas, la que tiene cincuenta anos, vive en Canada. En Winnipeg, que no se por donde cae. Olvide que alli era medianoche cuando llame. Primero se negaba a creer lo que le decia. Hasta que su marido se puso al telefono no llegaron a entender lo que habia pasado. El es policia, de la montada de Canada. Hablaremos manana otra vez. Pero ella viene en avion, naturalmente. A la otra hija ha costado mas encontrarla a pesar de que esta en Suecia. Tiene cuarenta y siete anos y trabaja como jefa de comedor en el Hotel Rubinen de Goteborg. Parece que es entrenadora de un equipo de balonmano en Skien, Noruega. Prometieron avisarle. Puse una lista de los demas familiares de los Lovgren en la recepcion. Son muchos. La mayoria de ellos vive en Escania. Quiza llamen otros cuando lean manana los periodicos.

– Esta bien -dijo Kurt Wallander-. ?Me puedes sustituir en el hospital manana por la manana a las seis? Es decir, si no muere.

– Ire -dijo Martinson-. Pero ?te parece logico que tu estes alli sentado?

– ?Por que no?

– Tu eres quien lleva la investigacion. Deberias dormir.

– Una noche si puedo -respondio Kurt Wallander y termino la conversacion.

Se quedo totalmente quieto mirando a la nada.

«?Podremos con todo esto?», penso. «?O nos han tomado la delantera?»

Se puso el abrigo, apago la luz del escritorio y abandono el despacho. El pasillo que llevaba a la recepcion estaba desierto. Metio la cabeza en la garita de cristal, donde la telefonista hojeaba una revista. Vio que era un programa para las carreras de caballos. «Todo el mundo juega a los caballos», penso.

– Me han dicho que Martinson me ha dejado unos papeles -dijo.

La telefonista, que se llamaba Ebba y llevaba en la policia mas de treinta anos, asintio amablemente con la cabeza y senalo el mostrador.

– Tenemos una chica del centro de empleo juvenil. Guapa y amable, pero totalmente inutil. A lo mejor se le olvido dartelos.

– Me voy -dijo Wallander-. Creo que estare en casa dentro de un par de horas. Si ocurre algo, llamame a casa de mi padre.

– Estas pensando en la pobre mujer del hospital -afirmo Ebba.

Kurt Wallander asintio con la cabeza. -Una historia tremenda.

– Si -admitio Kurt Wallander-. A veces me pregunto que esta pasando en este pais.

Al salir por las puertas de cristal de la comisaria sintio en la cara el impacto de un viento frio y cortante, y se encorvo mientras corria hacia el aparcamiento. «Espero que no nieve», penso. «Al menos hasta que demos con los visitantes de Lenarp.»

Se metio en el coche y busco entre los casetes que guardaba en la guantera. Sin poder decidirse puso el Requiem de Verdi. Habia instalado unos costosos altavoces en el coche y las notas golpearon con fuerza sus timpanos. Giro a la derecha y bajo por la calle Dragongatan hasta la autovia de Osterleden. Unas hojas solitarias bailaban en la calzada y un ciclista luchaba contra el viento. Vio que el reloj del coche marcaba las seis. Sintio hambre de nuevo y, cruzando la carretera principal, entro en la cafeteria de la gasolinera OK. «Cambiare mis costumbres culinarias manana», penso. «Si llego un minuto despues de las siete a casa de mi viejo, me dira que lo he abandonado.»

Comio una hamburguesa especial.

Lo hizo tan deprisa que le provoco diarrea.

Cuando estaba sentado en el retrete se dio cuenta de que deberia haberse cambiado de calzoncillos.

De repente noto un profundo cansancio.

Se levanto cuando alguien llamo a la puerta.

Puso gasolina y condujo hacia el este, a traves de Sandskogen, y entro en la carretera de Kaseberga. Su padre vivia en una casa pequena en medio del campo, entre el mar y Loderup.

Eran las siete menos cuatro minutos cuando el coche entro en el patio de grava que habia delante de la casa. Aquel patio fue causa de la pelea mas larga que hubo entre el y su padre. El que habia antes tenia adoquines tan antiguos como la casa. Un buen dia, a su padre se le ocurrio llenarlo de gravilla y, cuando Kurt Wallander protesto, se puso furioso.

– ?Yo no necesito ningun tutor! -exclamo.

– ?Por que estropeas un patio de adoquines tan bonito? -pregunto Kurt Wallander.

Luego discutieron.

Pero finalmente el patio estaba cubierto por una gravilla gris que crujia bajo las ruedas del coche.

Wallander vio luz en la casita que servia de trastero.

«La proxima vez podria tratarse de mi padre», penso de repente.

«Un asesino a la luz de la luna que le senale a el como el anciano idoneo para asaltarlo, tal vez matarlo.

»Nadie lo oiria si pidiera auxilio. No con este viento y el vecino mas proximo, que es otro anciano, a quinientos metros…»

Acabo de escuchar el final del Dies irae antes de salir del coche y desperezarse.

Entro por la puerta del trastero, que era el estudio de su padre. Estaba alli como siempre, pintando sus cuadros.

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