Tranquilizando sus nervios, Isabella tomo otro sorbo de caliente y dulce te. Estaba rociado de miel y la fortalecio.

– Veo a un hombre con muchas cargas que soportar. Y yo le he traido otra. Lo lamento por ello, pero no puedo permitir que el mio fratello muera. Usted era mi unica esperanza. No queria complicar su vida aun mas. -Sus palabras eran sinceras.

Don DeMarco dudo como inseguro de que hacer. Finalmente se sento en la silla opuesta a la de ella. Isabella le sonrio cautelosamente, ofreciendo una tentativa rama de olivo.

– Me temo que ha hecho un mal negocio, signore. El mio padre paso una gran parte de su vida frunciendo el ceno y sacudiendo la cabeza con desaprobacion ante mi comportamiento.

– Puedo bien imaginar que eso sea cierto -La ironia bordeaba su voz, y ella pudo sentir el peso de su implacable mirada.

Isabella sintio el roce de alas de mariposa en su estomago, y un calor enroscandose lentamente a traves de su riego sanguineo. Sabia poco de relaciones entre hombre y mujer. Ni siquiera sabia si el la desearia de ese modo. Pero al parecer no podia mirarle sin que su cuerpo entero se tensara con un calor y un fuego que nunca antes habia sentido. Era incomodo y aterrador. Y no queria que nadie le diera ordenes, restringiendo sus actividades. Se habia acostumbrado a hacer lo que le placia con pocas restricciones.

Alzo la barbilla.

– No obedezco bien los dictados de otros.

La risa baja, divertida y acariciante la sobresalto. Se deslizo dentro de ella y se enredo alrededor de su coraron.

– ?Es una advertencia o una confesion? -pregunto el.

Su mirada toco la de el, despues se aparto timidamente. Tenia el presentimiento de que el raramente reia.

– Creo que fue mas bien una advertencia. Nunca he sido capaz de entender el significado de la palabra obediencia. -Tomo otro sorbo de te y le evaluo sobre el borde de la taza.- El mio padre decia que deberia haber nacido chico. -La mano oculta entre los pliegues de la falda retorcio la tela firmemente. Estaba terriblemente nerviosa, mucho mas de lo que habia estado nunca. Don DeMarco no era en absoluto lo que habia esperado. Podia haber tratado con un viejo chisquilloso, incluso con un viejo verde de ojos lujuriosos. Don DeMarco era increiblemente guapo, mas que guapo, y ella no tenia ni idea de como tratar con el.

– Ha pasado mucho desde que me sente y charle con otra persona asi -admitio el suavemente, algo de la tension en el se alivio-. Mis reuniones no son sociales, y nunca ceno con los miembros de la familia -Se recosto en su silla, estirando sus largas piernas hacia el fuego. Deberia haber parecido relajado, pero todavia parecia un animal salvaje, inquieto en su jaula.

– ?Por que no? La cena era siempre mi momento favorito del dia. El mio fratello me contaba historias tan maravillosas. Lo pasaba mal cuando el mio padre decidia que necesitaba aprender ciertos talentos femeninos y me encerraba dentro. Lucca me contaba tantas historias salvajes en la cena como se le ocurrian para hacerme reir.

– ?La encerraban con frecuencia? -La voz era bastante fundida, pero algo en su tono la hizo estremecer. Estaba claro que no le gustaba la idea de que su padre la encerrara, pero estaba perfectamente bien que lo hubiera hecho asi.

– Con bastante frecuencia. Me gustaba vagar por las colinas. Padre tenia miedo de que huyera con los lobos -En realidad, lo que su padre habia temido era no encontrar nunca un marido rico para su nina salvaje. Isabella aparto la idea velozmente, no sea que el don viera la tristeza fugaz en sus ojos. Su intensa mirada parecia capaz de leer cada matiz de su postura y expresion.

Don DeMarco se inclino hacia ella y gentilmente le aparto algunas hebras de pelo de la cara. El gesto inesperado la hizo apartarse de el, y algo afilado le arano desde la sien a la comisura del ojo. El borde del anillo de el debia haberle aranado la piel. Jadeo por el subito dolor, alzando la mano para cubrir el dano con su palma.

El se puso de pie tan rapidamente que su taza de te cayo al suelo, haciendose pedazos y derramando su contenido. El charco tomo la amenazadora forma de un leon.

Al instante el corazon de Isabella palpito temerosamente, e inclino la cabeza hacia arriba para mirar al don. Los ojos de el llameaban peligrosamente, su boca parecia cruel, cortada con una mueca, y ese curioso grunido retumbaba en su garganta. Las cicatrices a lo largo de su mejilla se volvieron rojas y vividas. Una vez mas la extrana apariencia del leon se emborrono con la cara de el haciendo que por un momento estuviera mirando a una bestia y no a un hombre.

– ?Que ve ahora, Signorina Vernaducci? -exigio el, una especie de furia recorria su cuerpo, llenando la habitacion de peligro. Incluso el halcon en su percha agito las alas con alarma. Los dedos de Don DeMarco se entelazaron con el pelo de la nuca de ella, manteniendola inmovil, reteniendola prisionera.

Parpadeo hacia el, volviendo a enfocarle, insegura de que habia hecho para ganarse semejante reaccion.

– Lo lamento, signore, si le he ofendido de algun modo. No pretendia insultar. -En realidad ni siquiera recordaba que habia dicho que hubiera podido molestarle. Los dedos de el era un apretado puno entre su pelo, aunque no habia presion, solo el filo del anillo uniendose en su piel. Permanecio muy quieta.

– No ha respondido a mi pregunta -Su voz era pura amenaza.

– Le veo a usted, signore. -Miro fijamente a sus ojos gatunos.

Don DeMarco permanecio inmovil, su mirada fija en la de ella. Ella podia oir su propia respiracion, sentia su corazon palpitar. El dejo escapar el aliento lentamente.

– No me ha ofendido. -Sus dejos abandonaron el pelo de ella reluctantemente.

– ?Por que entonces esta tan molesto? -pregunto ella, asombrada por su extrano comportamiento. Su piel palpitaba donde el anillo la habia pinchado.

Los dedos de el se posaron alrededor de su delgada muneca, apartandole la mano de la sien. Un delgado rastro de sangre corria hacia abajo por su cara.

– Mire lo que le he hecho con mi torpeza. La he herido, quizas le deje una cicatriz.

El alivio fluyo en ella cuando comprendio que el estaba furioso consigo mismo, no con ella, y rio suavemente.

– Es un pequeno aranazo, Don DeMarco. No puedo creer que se moleste por algo tan trivial. Me he desollado las rodillas numerosas veces. No me quedan cicatrices con facilidad -anadio, consciente de que probablemente el era sensible a causa de sus propias terribles cicatrices.

Tiro de su mano para recordarle que la soltara.

– Permitame limpiar el te y servirle otra taza.

El pulgar de el le estaba acariciando la piel sensible del interior de la muneca mientras se erguia sobre ella. La sensacion era sorprendente, pequenas lenguas de fuego lamian su brazo hacia arriba, extediendose sobre su piel hasta que ardio con alguna anonima necesidad que nunca habia experimentado. Los ojos de el la estaban mirando con demasiada hambre.

Los dedos de Don DeMarco se cerraron posesivamente alrededor de su muneca.

– No es usted una domestica en mi casa, Isabella. No hay necesidad de que limpie el desorden. -Se inclino hacia ella, un lento y pausado asalto a sus sentidos.

El cuerpo de Isabella se tenso en reaccion a su cercania. Se acerco mas, hasta que sus amplios hombros apagaron toda la habitacion alrededor de ella. Cuando inhalo, el estaba en el aire, llenando sus pulmones. Olia salvaje. Indomable. Masculino. Sus ojos parecian devorarle la cara. No podia apartar la mirada de el, casi hipnotizada por su mirada. Cuando bajo la cabeza hacia ella, su pelo extranamente coloreado le rozo la piel con la sensacion de seda. Sintio su lengua en la sien, una humeda caricia mientras eliminaba el rastro de sangre. El toque deberia haberle resultado repulsivo, pero era la cosa mas sensual imaginable.

Un golpe abrupto en la puerta hizo que el se diera la vuelta, y saltara lejos de ella con un movimiento gatuno que le llevo a media habitacion de distancia, aterrizando tan ligeramente que no oyo sus pies sobre los azulejos.

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