Habia algo amenazador en la postura de sus hombros. Su pelo era una melena salvaje flotando hacia abajo por la espalda, peluda e indomable a pesar del cordon que la aseguraba. Ondearon musculos bajo su camisa. Camino hasta la puerta y la abrio de un tiron.

Al momento Isabella sintio el oscuro hedor del mal inundando la habitacion, una sombra extendiendose como agua sucia, apestando el aire. Coloco cuidadosamente la taza de te vacia sobre la mesa, levantandose mientras lo hacia. Solo vio la cara ansiosa de Sarina mientras la sirvienta se apresuraba a entrar en la habitacion. La mujer mayor estaba mirando mas alla de Don DeMarco hacia el charco de te y la losa rota en el suelo.

– Mi scusi per il disturbo, signore, pero los que desean audiencia con usted estan esperando. Pense que quizas los habia olvidado. -Sarina hizo una ligera reverencia, sin mirar al don. En vez de eso examino la cara de Isabella, con expresion angustiada.

Incosncientemente Isabella se cubrio el aranazo de la sien con la palma de a mano. Incluso mientras lo hacia, se giro en un lento circulo, intentando fijar la localizacion exacta desde la que se estaba origiando la fria y fea sensacion de maldad. Era tan real, tan fuerte, que su cuerpo empezo a estremecerse en reaccion, se le quedo la boca seca, y pudo sentir el frenetico palpitar de su corazon. Habia algo en la habitacion con ellos. Algo que aparentemente Sarina no notaba. Isabella vio al don alzar la cabeza cautelosamente, como si estuviera olisqueando el aire. Inesperadamente el halcon empezo a aletar. Isabella se dio la vuelta para mirar al pajaro.

Sarina estaba ya en la mesa, inclinada para recoger la taza rota. Isabella sintio una repentina oleada de odio en la habitacion, negro y feroz. Se lanzo a si misma hacia adelante justo cuando el ave de presa dejaba escapar un grito y se lanzaba directamente hacia la cara expuesta de Sarina. Isabella terrizo sobre la mujer mayor, conduciendola al suelo, cubriendola con su propio cuerpo, con las manos sobre la cara mientras el halcon golpeaba a la sirvienta con las garras extendidas.

Un rugido sacudio la habitacion, un sondo terrible, inhumano, bestial. El halcon emitio un agudo graznido cuando golpeo la espalda de Isabella, aranando la fina tela del vestido y grabando largos surcos en su piel. Isabella no pudo evitar que se le escapara un grito de dolor. Podia sentir las alas del pajaro golpeando sobre ella, abanicandola. Sarina estaba sollozando, rezando en voz alta, miserablemente, sin siquiera intentar escapar del peso del cuerpo de Isabella.

Isabella giro la cabeza para mirar al don. El no estaba en su linea de vision, pero, para su horror, una enorme criatura se habia arrastrado dentro de la habitacion a traves de la puerta abierta. Permanecia a solo unos pocos pies de ella, con la cabeza gacha, los ojos brillando hacia ella intensamente. Era un leon, casi de once pies de largo, y al menos seiscientas libras de puro tendon y musculo, con una enorme melena dorada terminado en un espeso pelaje negro que corria hasta la mitad de su cuerpo leonado. La lustrosa cresta se anadia a la impresion de poder de la bestia. El animal permanecia completamente inmovil. Sus patas era enormes, su mirada estaba fija en las dos mujeres. El leon era la cosa mas grande y aterradora que Isabella habia visto nunca. No habria podido imaginar al animal ni en su peor pesadilla. Sarina y ella estaban en peligro mortal.

Y el halcon le habia desgarrado la piel, el olor a sangre era una invitacion para la bestia. Le llego la idea inesperada que de esa cosa malvada habia orquestado el suceso.

Isabella sabia que ni ella ni Sarina podrian escapar. El animal golpearia con la velocidad de un relampago. Obligo al aliento a entrar en su cuerpo. Tendria que confiar en el don. Confiar en que el domaria a la bestia. O la mataria. Mientras miraba a los salvajes y fieros ojos, juro no tener miedo. El don no permitiria que la bestia les hiciera dano.

El leon dio un lento paso hacia adelante, despues se volvio a congelar en el clasico preludio de un ataque. No podia apartar la mirada de esos ojos tan concentrados en ella. Confiaria en el don. El vendria en su ayuda. Las lagrimas empanaban su vision, y parpadeo rapidamente, desesperada por mantener sus cinco sentidos. Unas manos la cogieron, manos gentiels que la alzaron hasta brazos fuertes. Entonces se encontro acunada contra el pecho del don. Enterro la cara en su camisa, el terror la habia dejado incapaz de hablar. Por primera vez en su vida estaba a punto de desmayarse… una estupida reaccion femenina que ella aborrecia. Quiso ver si el leon se habia ido, pero no podia encontrar el valor para levantar la cabeza y mirar.

Don DeMarco ayudo a Sarina a ponerse en pie.

– ?Estas herida? -pregunto a la mujer mayor con voz amable.

– No, solo sacudida. La signorina Vernaducci me salvo de dano. ?Que hice para molestar a su pajaro? Nunca se habia lanzado contra mi antes. -La voz de Sarina temblaba, pero se cepillo la falda con ademan decidido y eficiente, sin mirar directamente al don.

– No esta acostumbrado a tantos desconocidos en su territorio -respondio Don DeMarco bruscamente-. Deja ese desorden, Sarina. La signorina Vernaducci esta herida. Debemos ocuparnos de sus heridas. -Ya se estaba moviendo rapidamente a traves de la habitacion y saliendo al corredor, con Sarina a su estela.

Temblando incontroladamente como una tonta, Isabella estaba mortificada por su propio comportamiento. Era mas que intolerable. Ella era una Vernaducci, y a los Vernaducci no los llevaban en brazos despues de la batalla.

– Lo siento -susurro, consternada por su falta de control. Estaba llorando delante de una sirvienta y delante de Don DeMarco.

– Vamos, vamos, bambina, acabaremos con el escozor de esas heridas. -Sarina le canturreo dulcemente como si fuera un simple bebe-. Fue usted muy valiente, me salvo de una terrible herida.

Se apresuraban bajando las escaleras, el cuerpo del don era fluido y poderoso, sin sacudirla en lo mas minimo. Las laceraciones eran dolorosas, pero Isabella estaba llorando de alivio, no de dolor. Primero el halcon y despues el leon habian sido aterradores. Esperaba que la bestia de cuatro patas no estuviera suelta por el castillo. Seguramente el que ella habia visto habia escapado de una jaula en alguna parte en los terrenos. Tomo un profundo aliento y se obligo a si misma a calmarse.

– Lamento mi estupido llanto -se disculpo de nuevo-. De veras, ahora estoy bien. Soy bastante capaz de caminar.

– No vuelva a disculparse conmigo -dijo Don DeMarco sombriamente. Sus ojos dorados se movian sobre la cara de ella en un oscuro y pensativo examen. Habia una dureza soterrada en su voz, una emocion innombrable que Isabella no tenia esperanza de identificar.

Levanto la mirada hacia el, y su corazon se detuvo. Su cara era una mascara de amargura, su expresion desesperanzada. Parecia como si su mundo entero se hubiera desmoronado, cada sueno que alguna vez hubiera tenido aplastado mas alla de toda reparacion. Isabella sintio un curioso retortigon en la region de su corazon. Alzo una mano y toco su mandibula sombreara con dedos gentiles.

– Don DeMarco, persiste usted en creer que soy un adorno de cristal que se rompera cuando caiga. Estoy hecha de material mas resistente. En realidad, no estaba llorando de dolor. El pajaro simplemente me arano. -Podia sentir el ardor y el latido ahora que su terror habia amainado, pero tranquilizar al don parecia de importancia suprema.

Los ojos dorados llamearon hacia ella, posesivamente, posandose en su boca como si quisiera aplastar sus labios bajo los de el. Le robaba el aliento con esa mirada. Isabella le miro, hipnotizada, incapaz de apartar la vista.

Con exquisita gentileza finalmente el la coloco en su cama, dandole la vuelta para que yaciera sobre el estomago, dejando las largas laceraciones expuestas a su minuciosa mirada. Sintio sus manos sobre ella, echando a un lado la tela del vestido, desgarrandola hasta la cintura. Era sorprendente y mas que impropio tener a Don DeMarco viendola asi, y en su propio dormitorio. Isabella se retorcio con verguenza, extendiendose instintivamente en busca de la colcha. Podia sentir el aire frio sobre su piel desnuda, y le dolia la espalda, pero estaba avergonzada por haber llorado y casi desfallecida y ahora con el vestido bajado hasta la cintura.

El don le cogio la mano evitando que se envolviera en la colcha, y susurro algo feo por lo bajo.

– Estos no son pequenos aranazos, Isabella. -Su voz era aspera, pero la forma en que el nombre de ella se imprimio en su lengua fue una aterciopelada caricia.

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